La jacaranda del diablo 2. Misiones.

3.2 Los dragones blancos

Muy temprano, a la mañana siguiente, Yal desmontó el campamento y bajaron por el acantilado en forma de escalera hasta su parte más baja, un par de kilómetros encima se veía de nuevo el enorme lagarto oscuro volando en círculos, necio en encontrar el rastro en donde había visto a Silia originalmente.  

―No pudo encontrar nuestro aroma en el aire ―dijo Yal―, el hechizo que dejé funcionó.

―Ese bicho me da mucho miedo ―exclamó Silia sin emoción―, menos mal que lo puedo calmar con mi canto.

―Dime una cosa, ¿si tu canto es tan poderoso como para calmar a una bestia…?

―¿Quieres saber por qué no canto cuando un guerrero está alterado? ―dijo ella. Yal asintió―. El canto de un ángel puede calmar aun a la persona más alterada, los hace concentrarse solamente en mí, pero por desgracia en cuanto el canto deja de escucharse, se produce el efecto contrario, se ponen de malas por no escucharlo más y pelean con más fuerza.

―Lo bueno fue que se te ocurrió cantar o el dragón quizá nos hubiera hecho trizas.

―Ahora que… ¡Yal, mira!

Silia abrió mucho sus ojos. Yal se dio la vuelta para ver lo que ella había detectado, eran dos serpientes blancas, del tamaño de un autobús. Sus escamas nacaradas reflejaban la luz del sol. Estaban paradas sobre sus cuatro patas como de gallo y arrugaban la nariz emitiendo gruñidos, como si estuviesen conversando.

―¡Dragones blancos! ―exclamó Yal. Eran tal y como las visiones en la isla de las jacarandas, con su cuerpo de serpiente y cabeza de lobo.

―¿Quieres que hable con ellos? ―dijo Silia.

―Aun no. Quédate aquí ―Ordenó Yal―. Pase lo que pase, no te pongas en peligro, debo evaluar si no nos atacarán.

Yal se acercó lentamente a los dragones, sus rostros lobunos voltearon lentamente hasta que sus ojos ambarinos se posaron sobre Yal. Él se quedó inmóvil, evaluando la situación, no se les veía en posición de ataque, simplemente veían a Yal con interés. Uno de ellos caminó hacia él, acercó su nariz, pero no olfateó, ladeó la cabeza y luego volteó con su compañero emitiendo un gruñido. Yal acercó su mano para tocarlo y los dragones simplemente desaparecieron.

―¿Qué sucedió? ―dijo Yal― ¿Cómo desaparecieron?

―No lo sé, no sé nada sobre dragones.

―¡Diablos! Estuvo tan cerca.

Hicieron su campamento en ese lugar. Pasaron seis días más sin éxito, los dragones aparecían por momentos entre el bosque, pero así como llegaban, se desvanecían. Yal quería acercarse con Silia y verificar si ella podría hablar con ellos, pero nunca hubo oportunidad, ellos no permitían que se les aproximaran a menos de diez pasos. Al séptimo día, un dragón mucho más grande apareció. Era cuatro veces el tamaño de los otros por lo que Yal adivinó que los pequeños eran sus crías. Ellos flanqueaban a su madre, emitiendo suaves gruñidos y la madre agitaba la cabeza, como asintiendo. Silia dio unos pasos adelante, pero Yal sintió temor y la detuvo, quizá fue un error, la dragona echó la cabeza hacia atrás con el gesto de alguien que se hubiese ofendido y desapareció.

―¿Por qué me detuviste? ―reclamó Silia.

―No lo sé, tuve miedo de que te atacara.

―Ella me saludaba, la ofendiste.

Yal se enfureció consigo mismo, el temor de que Silia pudiera correr peligro les hizo perder dos semanas más. Aunque los dragones a diario se bañaban en el último tramo de la cascada, muy cerca de su campamento, nunca dejaban que se les acercaran lo suficiente.

Una mañana húmeda y fría, Yal se despertó al escuchar una voz. Su corazón dio un vuelco, era Silia, hablaba con alguien. Salió de la tienda y la vio sentada en una roca con sus alas plegadas, la enorme dragona estaba frente a ella, emitía gruñidos mientras Silia le sonreía y le respondía con voz dulce. Las crías se mantenían alertas sin hacer sonido alguno y de repente, la madre volteó a ver a Yal.

―Es él ―dijo Silia señalando a Yal.

La dragona se acercó lentamente a Yal, este interrogó a Silia con la mirada, ella sólo le indicó que guardara silencio. La criatura evaluó al mago acercando su nariz y observándolo, las suaves plumas blancas en su rostro rosaron la cara de Yal y entonces el dragón aspiró cerrando los ojos. Volteó hacia Silia y gruñó.

―Es verdad ―dijo Silia―, yo te lo puedo asegurar. El dragón volteó de nuevo hacia Yal, negó con la cabeza, emitió otro gruñido y desapareció.  

―¿Qué sucedió? ―dijo Yal con el corazón acelerado.

―No está convencida de ayudarnos ―dijo Silia.

―A ver, explícamelo todo desde el principio, ¿Cómo lo lograste? ¿Cómo hiciste para que te dejara acercar?

―Fue hace un rato, al levantarme. Una de las crías jugueteaba en el agua, sus escamas reflejan muchos colores, me pareció precioso así que me acerqué lentamente, sólo a mirarlo. Creo que eso le dio confianza porque se acercó a mí, lo acaricié y entonces apareció la madre. Me parece que lo reprendió por dejar que yo lo tocara, entonces le dije a la madre que por favor no huyera, que no estábamos aquí para hacerle daño, sino para pedir su ayuda.

―¿Y ella te respondió?

―Es algo curioso ―dijo Silia―, en cuanto comenzó a gruñir, en mi mente se formaron imágenes, como si de algún modo con esas imágenes yo pudiera saber lo que me quería decir. Pude saber su nombre, se llama Ika.




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