La jacaranda del diablo 2. Misiones.

4.2 El pueblo clandestino

Durante los días siguientes hubo algo más de movimiento. Los batallones iban y venían de sus inspecciones en los pueblos cercanos y Tulipa aprovechaba el aparato ultrasónico de Ivilec para enterarse de los informes que daban los comandantes al general Zahir, quien rara vez acudía a las inspecciones.

Pasaron esos días sin novedad, hasta que una tarde, Tulipa vio al general Zahir con un rostro de preocupación, caminando con dos de sus comandantes hacia su oficina y hablando en cuchicheos. Tulipa se ocultó en su habitación y dirigió el aparato hacia la oficina del general. Él estaba parado, recargado en su escritorio de maple, frotando su barbilla mientras los otros comandantes le observaban con gravedad.

―Alguien pagará por esto, es seguro ―decía Zahir―. Han pasado meses y no hemos encontrado un solo indicio de naves clandestinas.

―Quizá el informante del emperador no sea tan confiable.

―El problema es que no sé qué tan molesto esté el emperador por esta falta de resultados ―dijo Zahir frotando―. Sólo me llamó para hacerme mención de que no está nada satisfecho con nuestro desempeño, pero no hay pista alguna de las naves o armamento que denunciaron.

―General ―dijo uno de los comandantes, preocupado― no quisiera aumentar la tensión, pero he escuchado rumores de que hace unos días una gran cantidad de guardias imperiales fueron condenados luego de que un grupo logró irrumpir en el palacio poniendo en riesgo la vida del emperador. Se habla que el mismo hermano de Jovo, el General Badilio Jovo desapareció sin dejar rastro.

―He escuchado esos rumores también ―dijo Zahir―, pero no hay de qué preocuparse, si el emperador está enfadado será con el ejército dorado. Sólo concentrémonos en lo que nos compete, por ahora tengan listos a sus batallones, ustedes partirán pronto.

La reunión terminó y Tulipa cerró la comunicación. Ella también había escuchado ese rumor, una cuarta parte de los habitantes de la ciudad imperial serían sido llevados presos a Caltza y muchos de los guardias de palacio habían sido condenados a muerte. Se preguntaba qué pasaría si el ejército rojo no encontraba el armamento oculto. Se recostó en su cama, pensativa, quizá sería buena idea dejar que Zahir encontrara uno de los amonites, pero en seguida cambió de opinión. Por desgracia no era un buen plan, no bastaba con encontrar la nave, sino a los culpables. Si la nave era hallada y no su creador, Yorg seguramente mandaría exterminar por completo el pueblo de Coyán.

Por otro lado, le asaltaba la duda de quién podría haber irrumpido en el palacio. Sabía que Lynxe y Yal viajarían al este, pero no tenía idea de si se habían aventurado a encontrar a Yorg. Sacudió su cabeza, si lo hicieron seguramente salieron con vida o la noticia hubiera llegado a ella. Prefería, por su propio bien, no permitirse pensar en Yal.

Al siguiente día recibieron la visita del mariscal Sorlov quien presenció las prácticas de equitación, combate y camuflaje de la división escarlata. Luego de ello, se retiró hacia la sala de reuniones y Tulipa encendió su aparato de espionaje.

―¿Algún avance en lo de las naves clandestinas? ―preguntó Sorlov.

―No ―respondió Zahir―, ninguno de los pueblos cercanos mostró indicios de nada.

―Ya me encargaré de ayudarlo, general ―dijo Sorlov―. Tenemos avances en la división granate, cuando concretemos los planes, incluiré algunas de sus tropas. Quiero que el emperador lo vea como parte de los triunfos del ejército rojo. No quiero que la tome con usted por no encontrar las naves, el emperador no está como para perdonar a nadie con lo que ocurrió en palacio.

―Mariscal, ¿qué hay de lo ocurrido en palacio? No he querido decir nada a mis hombres para no caer en la anarquía, pero sé que no es un rumor.

―Muchos cayeron ―dijo el mariscal―. Ignoro qué sucedió, el emperador alega que un grupo irrumpió en palacio y que sus guardias debían ser cómplices.

―¿Sabe algo de Badilio Jovo? ―preguntó Zahir.

―Se rumora que no aparece. Es muy extraño, Badilio Jovo tenía toda la confianza del emperador.

―Han desaparecido más mujeres en los pueblos donde estuvo Jael Jovo ―dijo Zahir con el rostro sombrío―. En verdad quisiera deshacerme de ese sujeto, no me inspira confianza alguna, si su hermano ya no es un apoyo para él…

―Paciencia, general. Mientras no estemos seguros de lo que sucedió con su hermano, más vale no meterse en problemas. Téngame preparados los planes de inspección, estaré en su oficina en unos minutos.

Tulipa se recostó sobre la cama. Definitivamente alguien irrumpió en palacio y se preguntaba quién había sido. Por otro lado, Jovo era sospechoso de algunas desapariciones, algo recordaba haber escuchado cuando lo confrontó en Coyán. Su instinto no le fallaba, desconfiaba de Jovo, sin importar lo amable que hubiera sido en días anteriores.

Tulipa se disponía a apagar su aparato cuando vio al mariscal Sorlov activar su comunicador. Le llamó la atención de que era un aparato modificado, como el que le había dado Ivilec. La imagen era tan pequeña que no identificaba a la persona con la que se comunicó, pero su voz delgada y rasposa era inconfundible, era Sarved Jildrer.

―¿Me has investigado algo? ―preguntó el mariscal.

―Ya lo tengo ―dijo Jildrer―. Te enviaré el mapa, es sin duda alguna una comunidad de maleantes. Se dedican a robar en los pueblos del sur y después huyen por el mar hacia la zona tras frontera.




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