Tulipa tuvo una noche inquieta, pensaba en mil cosas, entre ellas el recuerdo del rostro sombrío de Zahir hablando con el mariscal. Yorg era demasiado voluble y sus cambios de humor eran legendarios. Quizá el general estaba en peligro si Yorg no se sentía satisfecho con su desempeño, pero ¿qué podía hacer? Zahir era un miembro del imperio, si él se enterara de que Tulipa pertenecía a la resistencia seguramente no tendría piedad. Si tan sólo se pudiera encontrar otro chivo expiatorio como el pueblo de sicarios tras frontera… de pronto respingó, había una solución. Sacó el comunicador que le dio su primo y accionó un botón negro en la parte inferior. Esperó unos segundos hasta que el rostro pálido de su primo apareció en la esfera holográfica.
―¿Qué ha pasado? ―dijo Ivilec con ansia― ¿Estás en peligro…?
―Estoy bien, cálmate ―dijo Tulipa con una sonrisa―, sólo necesito preguntarte algo
―¿Pre… preguntar? ―Ivilec emitió un gruñido, bostezando―. ¿Estás loca?, ¿cómo me buscas a estas horas de la madrugada para una simple pregunta? Pensé que algo te había pasado, tarada. ¡Me asustaste!
―Lo siento, no podría dormir con esto. Dime, ¿qué tan peligroso es el mafioso al que le hiciste las naves?
―Muchísimo. No te quieras meter con él, tiene un arsenal de miedo que sólo es superado por el ejército.
―¿Algún otro sabe que tú le construiste las naves a ese Raello? ―preguntó Tulipa.
―Sólo sus dos guardaespaldas personales ―dijo Ivilec negando con la cabeza―, pero los mandó matar al poco tiempo de que le entregué los amonites. No tengo idea de qué se supone que hicieron, pero puedes confiar en que sólo Raello me conoce.
―¿Hay otros mafiosos con armas en Xocaf?
―Es una zona de contrabando, pero… ―dijo Ivilec, suspicaz―, no creo que sea buena idea que cometas la tontera de querer ir a cazar alguno.
―Iré a cazarlos a todos ―dijo Tulipa con orgullo.
―¿Estás loca? ―reclamó Ivilec.
―No iré sola, tonto. Mi división tiene que encontrar alguna nave clandestina para calmar las ansias de Yorg. ¿Se te ocurre un mejor candidato?
―Oh, ya veo ―dijo Ivilec estirándose para desperezarse―. Pero aun con el ejército entero, no será fácil, están armados hasta los dientes.
Tres días más delante, la división escarlata junto con la mitad de soldados de la división carmesí se embarcaban en el enorme archelón hacia Xocaf. Tulipa de nuevo viajaba en la cabeza de la enorme tortuga metálica, en la oficina de Zahir. En esta ocasión el plan era distinto, no se podía llegar a invadir una ciudad de mafiosos por la fuerza, ellos tendrían armas suficientes como para dejar una cantidad considerable de bajas.
Llegando al pueblo, Zahir condujo un lujoso auto por las calles de Xocaf con su uniforme de gala acompañado de Tulipa quien vestía como civil, con un entallado y provocativo vestido amarillo pastel. Los campesinos que iban y venían por las calles los observaban de reojo.
―¿Su fuente es confiable? ―preguntó Zahir.
―Totalmente ―respondió ella―. No sólo tienen las naves, el armamento está oculto aquí.
―Entonces repasemos el plan. Usted es mí…
―Descerebrada amante ―Tulipa completó la frase―, no tengo interés en otra cosa que en adinerados hombres de poder
―Y yo soy…
―Un hedonista general corrupto que sólo busca su propio beneficio.
―Bien ―dijo Zahir―. La clave es la paciencia. ¿Cómo me dice que se llama el jefe de la mafia?
―Luíno Raello. Un sujeto sumamente corrupto que tiene sometido a todo el pueblo, incluso él toma las decisiones por encima de otros líderes rebeldes. Si esto es cierto, no sólo resolveremos lo de las naves y lo del arsenal oculto, sino que acabaremos con toda la rebelión.
Llegaron hasta una enorme mansión en medio del pueblo donde fueron recibidos por una alta y delgada mujer que los dirigió hasta un lujoso estudio saturado de obras de arte y muebles tallados a mano. Zahir observó uno de los muchos cuadros de la pared.
―Es un Karaskvy ―dijo―. Pintor de la era de Moeb segundo, sus pinturas están valuadas en millones ―ahora volteó hacia un jarrón de cristal cortado―. Cristal de Annumes, detalles exquisitos en cada centímetro. Se dice que los artesanos utilizaban microscopios para tallar figuras que no se pueden distinguir a simple vista.
―Tiene gustos caros este amigo ―dijo Tulipa.
―Pero un pésimo gusto para decorar ―susurró Zahir―. Esto parece la bodega de un museo con tantos cuadros y esculturas amontonados.
Tulipa rio discretamente. La puerta se abrió y un hombre bajo y obeso apareció con una enorme sonrisa en el rostro.
―¿General Zahir? ―preguntó.
―Para servirle ―dijo Zahir inclinando su cabeza ligeramente.
―Siéntense por favor ―dijo Raello secándose el sudor con un pañuelo florido―. No sé cómo ustedes pueden soportar estos pesados uniformes en un clima como este.
―Es cuestión de costumbre ―dijo Zahir―. Como sea nuestros uniformes incluyen aerogel enfriado electrónicamente que nos mantiene bastante frescos.