La jacaranda del diablo 2. Misiones.

4.5 La mansión en Cualoc

Regresaron a Citlap en donde a Tulipa se le designó de nuevo la tarea de entrenar a los reclutas en artes marciales, no llevaba ni una semana en eso cuando su comunicador vibró. Recibió un mensaje encriptado, encendió su computadora y pasó a ella el archivo. En segundos la pantalla mostró el mensaje oculto.

“No me respondas ahora mismo, tómate tu tiempo. ¿Recuerdas que en mi última visita a Quipoch me ofreciste conseguirme naves del ejército? Pues ahora es cuando, pero no te arriesgues tontamente, necesito una pikaia o alguna otra nave marina en la que pueda meter grandes cantidades de gente. Insisto, no te pongas en riesgo por esto”

Tulipa sentía una combinación de nerviosismo y emoción, demostraría a su padre que no era la inútil que él pensaba, pero al mismo tiempo se arriesgaría demasiado. Pasó casi toda la noche despierta, pensando en una y mil formas de tomar una pikaia. Pero en su noche de desvelo encontró la solución. Acudió a primera hora con el general Zahir, este esbozó una enorme sonrisa al verla.

―Necesito su autorización, general. Hace algunos años mi padre me llevó a entrenar en mar abierto. Sumergirse en agua salada es tan arduo y pesado que dio gran fuerza a mis piernas y brazos, quisiera dar un entrenamiento similar a los novatos.

―Suena interesante ―comentó Zahir― ¿Qué necesita?

―Quisiera saber si puedo tener a mi disposición una pikaia, los tendré por un par de semanas en mar abierto y necesito un sitio cómodo donde hospedarlos. Además, les dejaré solos unos días en una isla para verificar sus técnicas de supervivencia.

―Ponga su planteamiento por escrito mi lady, si el mariscal lo aprueba, haré que le den acceso a una pikaia.

Tulipa sólo tuvo que esperar dos días, el mariscal no dudó en firmar la petición, sobre todo porque primero se aseguró de que estaba bien cubierta para lo que fuera que pensaba hacer. Tulipa llevó a cabo su falso entrenamiento sólo por un día, contactó a Ivilec para que le ayudase a llevar la pikaia hasta Acual. Ella dejó a los reclutas en una isla a pocos kilómetros de la costa en donde les hizo creer que practicarían técnicas de supervivencia y regresó con la pikaia hasta un puerto a diez kilómetros de Citlap en donde Ivilec le esperaba ansioso por entrar a la nave.

―Todos los sistemas de posicionamiento están desactivados, nadie podrá rastrearlos, pero la necesito de regreso en máximo tres semanas.  

―¿Estás segura de que no te arriesgas demasiado? ―preguntó su primo.

―Tengo el plan trazado. Entre los reclutas tengo un par de idiotas que me estorban, si no regresas a tiempo, los culparé de haber hundido la pikaia.

―De cualquier forma, debes estar muy atenta. Voy a procurar que mi tío entregue este gusano a tiempo.

―Bien, sube, te enseñaré a navegar en esta cosa.

Tulipa dedicó algunas horas para enseñar a su primo lo necesario para navegar la pikaia. Al terminar, él la guio hasta su barco.

―Te dejo mi barco pesquero para que regreses ―dijo Ivilec―. Por favor, cuídalo mucho. Le hice unos ajustes que lo hacen más veloz que cualquier barco y no quisiera perderlo.

―No te preocupes ―dijo Tulipa guiñando un ojo― te lo regresaré intacto.

―Si dejas que el ejército lo confisque ―dijo Ivilec apuntándole con el dedo―, haré que te comas un saco de arena.

―¿Con quién crees que tratas?

―Justamente eso es lo que me preocupa. ―Ivilec Entró a la pikaia luego de despedirse de ella y emprendió el viaje al sur justo cuando el sol terminaba de ocultarse. Tulipa subió a la barca de Ivilec y adentrándose por el enorme río Tendo, regresó a Citlap.

Casi anochecía cuando llegó a la zona más cercana al cuartel. Se encaminó por una calle poco iluminada, repasando en su mente el plan que llevaría a cabo en caso de retrasarse. No había luna esa noche lo que hacía la calle muy oscura y conforme se adentraba se hacía más y más oscura, demasiado, y no sólo la luz se perdía de sus ojos, sino que también su respiración se cortaba, algo le presionaba el cuello con fuerza y la oscuridad al fin la cubrió por completo.

Tulipa abrió los ojos, le costaba trabajo recordar lo que había pasado. Estaba tumbada boca arriba en un sitio húmedo y frío, aun en la oscuridad podía notar las paredes desnudas y las ventanas sin marcos. Estaba en alguna construcción abandonada o un edificio en ruinas, no podía precisarlo, intentó incorporarse, pero gruesas cuerdas le sostenían con los brazos y piernas extendidos en una mesa. El eco de pasos se escuchó en la habitación.  

―Así que yo manejaba el camión con el licor, ¿no? Yo fui quien propuso los vehículos terrestres para que unos rufianes nos robaran, ¿verdad?

―¡Jovo! ―exclamó Tulipa casi sin aliento.

―Casualmente con todo esto quedaste en papel de heroína y mártir y yo, convertido en un traidor y un idiota ―dijo acercando su cara amenazadoramente a ella.

―Tú no eres más que un maldito homicida ―gruñó Tulipa apretando los dientes.

―¡Cierra la boca! ―chilló Jovo atestándole una bofetada―. Te las has arreglado para ser la brillante estrellita de Zahir y quitarme del camino para quedarte con mi puesto  

―¡Déjame ir, estúpido!




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.