Silia regresó a la cabaña con Yal y Tulipa aprovechó ese momento lejos de la vigilancia para hablar con Ivilec.
―Te tengo una noticia mala y una buena ―dijo Tulipa, Ivilec puso los ojos en blanco.
―A ver, dime la mala ―suspiró, resignado.
―No podré regresar por tu barca, es peligroso.
―No sé por qué tenía la sensación de que sería la última vez que vería ese barco. Bien, consuélame con la buena
―Tendrás una pikaia para la sociedad. ―Los ojos de Ivilec se abrieron junto con su boca
―¿Estás loca? ―preguntó con efusividad.
―¿Hace cuánto se la diste a papá? ―preguntó Tulipa.
―Hace tres días ―dijo Ivilec sonriendo con emoción―, se planea que estén de regreso en dos o tres días más.
―Cuando la tengas de vuelta, ocúltala en Coyán, tengo que irme, te dejo esa misión.
―No sé cómo lo haces ―dijo Ivilec mandándole un beso por el comunicador―, pero eres genial.
Tulipa regresó al cuartel. Dejó a los novatos en manos de un nuevo instructor y se dedicó a empacar sus pertenencias para el día siguiente. El último encuentro de Tulipa con el general Zahir fue tan cortés como siempre, pero definitivamente frío en comparación con aquella noche en su casa. Sin embargo, justo al momento de partir, el abrazo que él le dio fue tan cálido y prolongado que por un momento pensó que le pediría no irse. Tulipa fue llevada en un veloz meganeura y esa misma tarde llegó al cuartel de Tonáh.
Tonáh era un sitio caluroso y seco, los cristales de los edificios se veían rayoneados a causa de las constantes tormentas de arena en el lugar. Tonáh era en donde estaba el cuartel general del ejército blanco, batallones dedicados al monitoreo y espionaje en el mundo entero. Era común ver el cielo plagado de caballos alados, con soldados de uniforme blanco o platino cruzando el aire.
Tulipa pasó un par de días preparándose para ser entrenada en espionaje por el general de la división nácar. Pero los miembros de ese ejército eran en verdad arrogantes, pasó toda la tarde y la mañana del siguiente día esperando que alguien le indicara dónde sería su entrenamiento sin obtener respuesta. Los magos la veían como una especie de bárbara retrógrada, carente de inteligencia a quien no merecía la pena dedicarle ni un minuto. Hastiada de sus caras desdeñosas, Tulipa montó su caballo de fuego para recorrer la ciudad. Se sentía somnolienta, ya nada le interesaba más que planear el modo de salir del embrollo en el que ella misma se había metido. Quizá una buena táctica sería fingir que Jovo la atacó de nuevo, se preguntaba qué tanto daño psicológico debía fingir para que el emperador revocara la invitación de ser General en el ejército dorado. Y quizá la constante ausencia de Zahir por el ejército sería pretexto suficiente como para terminar cualquier relación que pudiera iniciar con él.
―Tulipa Morero ―dijo una voz cansina. Tulipa volteó a ver a un hombre de cabello largo y marrón, de postura desgarbada caminando hacia ella
―¿«Perezoso»? ―dijo Tulipa ordenando al caballo detenerse―. ¿Qué haces aquí?
―¿No me dirás que no supiste lo que pasó con Xocaf? ―dijo Viyén frunciendo el entrecejo.
―¡Oh no! ―exclamó Tulipa―. ¿El ejército negro?
―Pensé que estando en el ejército estarías enterada ―dijo Viyén en su inconfundible voz cansina y arrastrando las palabras―. Mandaron naves destructoras a los pocos días que ustedes se fueron. Pero era de esperarse, la mayoría habíamos evacuado el pueblo para entonces.
―¿Y viajaste a Tonáh?
―No tenía a dónde ir. ―Viyén hizo una de sus acostumbradas y prolongadas pausas―. Aquí vive mi hermana ―dijo al fin―, Tonáh es tranquilo, pero es demasiado seco. Quisiera un lugar más verde, pero es difícil para un hombre que nunca ha estado en el registro estar cambiando de ubicación.
―¿Por qué no vas a Coyán? ―dijo Tulipa―, ¿o a Ateztán? Hay gente de la sociedad en…
―No quiero estar cerca de la sociedad rebelde ―dijo Viyén haciendo una mueca―. Me exigen moverme demasiado, no me gusta andar de allá para acá.
―Bueno, si sé de algún lugar donde te puedas establecer, te lo haré saber.
―Te lo agradezco.
Tulipa continuó su paseo y regresó por la noche al cuartel, desde su habitación se veía el cielo pintado de rojo con el sol ocultándose en el horizonte. Se sintió tranquila, para ella fue fácil olvidar a Yal estando lejos de él, quizá sería igual con Satore Zahir. Se sentía tan segura de eso, que al fin logró concentrarse en lo que realmente era su misión. Colocó en su cómoda una caja metálica, era el receptor por medio del cual monitoreaba las naves de guerra en las cuales había colocado dispositivos de espionaje. Había recurrido a este un par de veces, pero nunca hubo nada. Como sea, había configurado los dispositivos de tal forma que el cubo encendería una alarma silenciosa en caso de que más de dos naves se pusieran en movimiento al mismo tiempo, cosa que indicaría un posible ataque.
A la mañana siguiente, Tulipa se levantó con el despunte del sol y entró a ducharse. Al salir del baño tomó su uniforme, el cual estaba a un lado del cubo, Tulipa respingó dejando caer su ropa. El cubo ahora tenía forma esférica, eso indicaba que la alarma había sido activada. Rápidamente lo encendió y lo enfocó al trilobite líder. La inconfundible voz ronca del Capitán Gambae se escuchó dentro de la esfera como un eco.