La jacaranda del diablo 3. La guerra.

El traidor

Yal había viajado a Coyán con el corazón hecho pedazos, el general Satore Zahir llegó con los primos de Tulipa llevando solamente una casaca ensangrentada la cual fue simbólicamente sepultada en la misma cripta dónde descansaban los restos de Tuol e Iñak. A todos les sorprendió ver al fornido militar derrumbarse cuando la gaveta fue sellada con ladrillo y cemento.

Al siguiente día, Yal fue con Ivilec hasta los manglares, en la cueva tenía oculta la pikaia.

―Será de utilidad para trasladar el armamento hacia el Xopán ―dijo Yal.

―¿Al Xopán? ¿Es un hecho? ―preguntó Ivilec―, ¿atacaremos la ciudad imperial?

―Lo es. Tuol y Tulipa dieron su vida para entregarnos armas y soldados…

―No hables de ellos ―dijo Ivilec, malhumorado―, quiero olvidarme de lo que pasó.

―Lo siento, te voy a pedir un gran favor, iré a Citlap de regreso, tendré una reunión con la dirigencia y necesito que cuides de Silia mientras estoy ausente.

―No hay problema ―respondió Ivilec―, Acia estará encantada.

―Gracias, amigo.

Yal e Ivilec regresaron en un nuevo barco pesquero que el chico había construido. Cuando llegaban a la cabaña, les llamó la atención un caballo de fuego atado en el pórtico, cautelosamente se acercaron a la puerta.

―¿Tienes idea de lo que nos hiciste pasar? ―gritaba Gelia con voz aguda.

―¿Cómo pudiste hacerlo? ―chillaba Silia―. No sabes lo mal que estábamos todos, sobre todo estando tan reciente lo de mi señor Tuol y lo de Iñak

―¡Ah, basta! Silia, deja de… ¡Basta!

Yal e Ivilec sintieron que el corazón les daba un vuelco, Ivilec abrió la puerta y dentro vieron a Tulipa cubriéndose con las manos, Silia estaba a un lado de ella soltando manotazos.

―¡Me diste un susto de muerte! ―reclamaba Silia sin dejar de lanzar manotazos a sus brazos.

―¡Tulipa! ―exclamó Ivilec― ¡Por amor del cielo…! ¡Tulipa!

El chico corrió a abrazar a su prima, sollozando, pero a los pocos segundos se desprendió de ella y la sacudió por los hombros de forma violenta.

―¿Por qué no nos llamaste? ―chilló Ivilec―, nos dijeron que habías muerto.

―Lo sé ―dijo ella―. Pero no podía avisarles, sólo esperé a que el general…

―¿Sabías que nos darían la noticia de tu muerte? ―gruñó Ivilec.

―Es una desconsiderada ―reclamó Acia con los brazos cruzados.

―Déjenla en paz ―dijo Yal acercándose a ella, conmovido le dio un fuerte abrazo.

―Yal, siento haberles hecho pasar por este amargo momento, pero tenía que escapar del ejército sin dejar huella.

―Estás con vida ―dijo Yal con la voz ronca―, es lo importante

―¿Qué fue lo que pasó? ―preguntó Gelia.

Tulipa les contó a detalle lo ocurrido en el ejército, desde sus primeras misiones hasta la farsa en el bosque de las jacarandas.

―Zahir estaba desconsolado ―dijo Gelia cuando Tulipa terminó su relato.

―No quiero saber ―dijo Tulipa apretando los ojos―, fue demasiado duro para mí escucharlo llorando mi muerte desde el comunicador.

―Suena como un buen hombre ―Yal se notaba consternado por esa situación―, es una lástima que sea tan leal al imperio.

―Pero no hablemos más de él ―dijo Tulipa exhalando, como alejando con ello todo el pasado―. A lo que viene, Yal, papá dejó una vacante en la dirigencia, si tú lo apruebas, me gustaría entrar.

―Será un honor ―dijo Yal con una amplia sonrisa―. Justo mañana pensaba ir a Citlap para encontrarme con ellos, nuestra minuta prioritaria no será nada agradable. Han atrapado a Div y tenemos que decidir qué hacer con él.

―¿Es él el traidor?

―Revisaremos las evidencias y lo decidiremos en la reunión ―dijo Yal volteando a ver a Silia―, y ya que Tulipa está bien, supongo que no podremos hacer que Silia nos espere en Coyán, querrá estar pegada contigo en todo momento.

―Cuenta con eso ―dijo Silia quien aún observaba ceñuda a Tulipa.

―¿No me vas a perdonar nunca? ―preguntó Tulipa―. Vamos Sil, ya, estoy bien. ―Silia volteó la cabeza con indignación.

―Partiremos mañana ―dijo Yal―, estén preparadas.

Tulipa salió de la cabaña, Silia volteó a verla y su rostro pasó del enfado a una sonrisa calma.

―¡La golpeaste! ―dijo Yal, divertido.

―¿Yo? ―dijo Silia, alarmada

―Te enfadaste ―se burló Yal.

―¡Claro que me enfadé! ―dijo Silia―. ¡Es una desconsiderada! ¡Es una…!

―Jamás imaginé vivir lo suficiente como para ver a Silia, el pacífico ángel, golpeando a uno de los Morero, completamente enfadada.

―¡No me hagas sentir peor de lo que me siento! ―chilló Silia.

―No lo hago por eso ―dijo Yal abrazándola―, es que en ocasiones me siento demasiado imperfecto a tu lado. Al menos es un alivio saber que eres capaz de enfadarte tanto como yo.




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