La jaula de oro

CAPÍTULO SEGUNDO pte.3 - Fuego y humo

Mucho de aquello que buscas, lo tienes: amor, paz y, aún cuando poco valga para ti; vida. Te has perdido buscando más que aquello que podemos ser, como cada vez que tus ojos buscan un lugar que puede no existir y una vida que no es tu vida.

Me es pleno saber que piensas en ella todo el tiempo, pero no necesitas lo mismo. Si acaso el lugar en donde has llegado a estar, este lugar, es solitario; solo debes ver mis ojos y perderte en ellos o en aquel resplandor de plata que te acompaña cada noche cuando se filtra por estos barrotes.

Las cicatrices son recuerdos que jamás perdemos, nos dicen que el pasado nunca está lo suficientemente lejos de nuestro dolor.

Te observo, desde cada rincón, que no me es entregado por el dolor de ver tus heridas en aquel afán por encontrar aquello que se ha ido, aquello que has perdido al teñir tus manos con la vida que arrebataste.

— Cada herida será una cicatriz que su amor podrá recordar el día en que al fin pueda volver.

No. Cada herida en tu cuerpo solo existe en aquel lugar donde quieres existir junto con ella. En algún rincón de un mundo perdido, existen flores teñidas con el rojo que vive en tu interior, un rojo que escapa y mancha la tierra que pisas al huir de lo que temes y evitas con tantas fuerzas como te son entregadas desde lo alto y desde tu propia mente. Aquí guardas aquel rojo que es tu sangre y solo vives en la paz que da el resguardo de esta prisión.

¿Vives acaso con el absurdo placer de la incertidumbre? Sé, pues tu mente no esconde su verdadera intención ante mis ojos, que amas y extrañas aquel amor que ha salvado tu alma, aquel amor que ha permitido tu huida en el día aciago en que derramaste la sangre de quien compartía también tu sangre. Sé que buscas en las cumbres y los bosques un lugar que resguarde tu frágil ser y acaricie tu alma al traer hasta ti una paz que no te es dada en aquellos lugares; una paz que, sin embargo, disfrutas ante la paciente luz de la luna en este lugar. Buscas, sin pensar en aquello que tienes, un lugar entre los brazos de tu madre, uno que solo podrás encontrar al perder a quienes te persiguen, aquellos que claman por tu sangre y una venganza impiadosa y desentendida de aquel motivo que empujó tu mano a cometer el arrebato de una vida que hoy también extrañas. A pesar de todo, aquel era tu hermano.

Recuerda, pequeño, que los días avanzan también en este extraño lugar y que cada sol que cae tras las montañas es también uno que cae sobre la techumbre que te resguarda y aprisiona.

— He de saberlo con plenitud, descuida. Mis consuelos son tu compañía y el dulce baño de mi fiel compañera, la luna.

Siempre cuidaré de tu corazón y seré aquel consuelo que necesita tu alma.

— Cuida de mí, entonces. Cuida mis sueños y afanes y permíteme ser libre en mi huida, entre mil lugares que me esconden del inclemente humo que escupen sus mosquetes. Permíteme cerrar siempre mis ojos y negar de esta mal habida paz que consume mi libertad.

Duerme entonces. Duerme y vaga por los parajes que te llevarán a lo desconocido y sé libre. Jamás dejes de luchar por volver. Descansa como lo haces ahora, pues temo que los días acaben sin algún aviso previo y llegue aquella hora que temo encontrar.

Despierta y vive, levántate y salva tu alma, pues yo no puedo salvarte.

Así, no tarda en volver a dormirse.

Ya pronto la noche cubrirá sus frágiles pies.

Al despertar, con calma, presiona su rostro con aquellos apéndices cubiertos de barro y sangre que son sus manos, sintiendo cómo ha vuelto al lugar donde puede descubrir mil verdades. Siente en cada centímetro de su cuerpo que no pueden cubrir sus vestiduras, en aquellos lugares que se presentan descubiertos entre raspones que le ha regalado cada rincón del mundo, que ha reclamado una pequeña pieza de tela; el frío beso de la tierra humedecida que le rodea en esta extraña caverna que le resguarda de la mano y el acero de su padre. Mientras, observa no muy a lo lejos como el rojo destello de las llamas es cada vez más débil y como cada rincón que cubre el fuego con su color se va perdiendo con el humo que inunda el lugar y amenaza con sofocarle. Cada segundo que el humo avanza y cubre las paredes de la caverna le es arrebatado un trozo de su vida de forma imperceptible mientras, desde la oscuridad, unos cuantos ecos que emergen desde lo desconocido le advierten que debe huir, invitándole a seguir sus suaves voces para adentrarse en la oscuridad.

Entonces, a pesar del miedo, avanza con torpeza, pero solo aquel camino oculto es el que le permitirá conseguir alguna ruta para huir del humo y el fuego con los cuales su padre pretende extinguir su vida. Uno tras otro sus pasos le adentran en lo desconocido; le conducen junto a las extrañas y débiles voces por un camino que solo le es perceptible cuando palpa las húmedas paredes que se presentan en su avance. Cada metro ganado es más oscuro que el anterior mientras se adentra en las entrañas de las grandes columnas de piedra y las faldas de la montaña que duerme sobre su cabeza, pues ya su avance supone un lugar perdido bajo esta.

Teme y piensa en aquello que puede encontrar al tiempo que le desconciertan la oscuridad y la rectitud de su camino, temiendo también que su padre conozca aquella eventual salida que ha de presentarse al final de su recorrido. Ha huido ya durante unos cuantos días y poco han de valer aquellos esfuerzos si del otro lado, y si es que ha de volver a ver la luz del sol, le espera la muerte.




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