La jaula de oro

CAPÍTULO SEGUNDO pte.4 - Fuego y humo

La noche no hiela ni el viento sopla con más fuerza que la necesaria para cantar y bailar entre las ramas de algún arbusto oculto por la oscuridad. Por primera vez puede gozar de alguna maravilla que le regale su viaje, pudiendo apreciar la pureza del aire que llena su vida sin sentir terror por el humo y el fuego que escupen las armas.

Conoce bien aquello que ha dejado atrás, aquel sendero escondido que pudiera llevarle hacia los bosques para volver a huir de camino a su hogar. Desea pintar el camino hacia los brazos del amor materno que tanto ha buscado y secar cualquier lágrima que nazca desde los ojos de quien le espera observando un horizonte que hoy pinta de una apacible oscuridad. Aún oye respirar los sueños que esperan moribundos por su regreso.

Recorre con calma cada metro, pues hoy el tiempo es solo suyo, gozando del frío que le llama a no dormir para sentirle en las horas venideras.

La luna le recuerda los errores de su pasado, así como cada sombra que pareciera coger su mente y conseguir traer hasta él los momentos que se repiten una y otra vez frente a sus ojos, aquellos que nunca se podrá perdonar. Por más que piensa, no consigue, pues aquel rostro le deslumbra desde el desván del olvido y del jamás; dejar ir la mirada de uno que duerme y le espera en algún lugar del tiempo y la eternidad.

Aún bajo la luz de una luna que pareciera acusarle, es su esperanza la que gana con cada paso que da.

Marcha entre las rocas que yacen junto y sobre el pequeño sendero que ha dejado el arroyo en un tiempo que pareciera ser lejano, un tiempo no conocido por su joven vida en el cual la fuerza de aquel apacible cuerpo de agua fue mayor que la que esta noche pueden contemplar sus ojos. Paso a paso el tiempo acorta la distancia que le aleja de su legendario destino; pronto aprenderá lo que las flores y el viento han de enseñarle a quien pueda llegar hasta el final de un sendero desconocido por todos.

Pronto la noche avanza persiguiendo la marcha de la luna en el cielo.

Entre sombras y oscuridad, un apacible lugar escondido de los ojos de los hombres rompe su silencio con el suave canto de un muchacho que avanza descalzo por las piedras y, de vez en cuando, el silencioso curso de agua que le acompaña.

"Quién fuera aquel que contemplara tu amor sin tiempo y fuera condenada toda su ira ante él..."

Las montañas oyen por vez primera como el canto de un inocente se pierde entre sus rincones.

Ya con el incesante correr del tiempo, mientras cada paso se pierde junto a los segundos que han quedado atrás y su mirada se pierde entre las sombras que se cruzan en su camino; comienza a vislumbrar en los rincones perdidos de su mente como los pedazos de su corazón roto contienen mil verdades que le fueron ocultadas por el temor y el desconsuelo que vivió no mucho tiempo atrás.

Piensa, descubriendo con cada paso, que su mente ha sido invadida por la oscuridad que también cubre al cielo, oyendo el latir de su corazón cansado y optimista para notar que ya no es el mismo niño de ayer, aquel niño perdido en sus propios sueños y recuerdos. El camino le ha hecho tan caro vivir cada recuerdo que, a costa de su propia lucidez, ha dejado que su vida se pierda en el solo sentir de su tristeza y el latir de un sueño que le alienta a volver a su hogar sin temor al hierro y su propia sangre. Con cada paso, junto a cada pequeña piedra que se oculta en la oscuridad o bajo el agua, descubre una o más palabras que llegan para clavarse en su vida y mostrarle con verdad y sosiego como el silencio y un poco de tiempo pueden encontrar un camino que muestre la verdad a quien ya daba por pérdidas sus fuerzas.

Pero, tras un rato de caminar, pronto vuelven a él la amargura y la soledad.

Así, puede ver ante sus ojos, cuál fuera una tenue proyección de sus recuerdos, cómo llora en un rincón oscuro mientras su sangre riega la tierra que poco a poco se humedece también con sus lágrimas y, junto a él, mueren mil segundos que caen ante la mirada de una vida amable que le espera a unos cuantos metros.

Piensa en la luz de sus ojos y vuelve a soñar despierto mientras su marcha se mantiene constante, rebuscando en el frío del ayer el anhelo de su alma y el clamor de un cuerpo que quisiera morir para encontrar la paz que poco a poco le es traída en este sendero. Recuerda también cuando en aquellas historias que contaban los ancianos junto a la lumbre, allá en el que fuese su hogar, decían que la vida de las heladas montañas lloraría conocimiento para alimentar a quien lograse llegar hasta sus faldas y recorrer su oculto camino.

Eleva su mirada hacia la oscuridad del cielo para encontrar alguna estrella que le acompañe y a la luna, mientras, tan repentinas como aquellos dejos de revelación que le han traído las montañas y su frío, caen lágrimas desde sus ojos ante la presencia de un solitario resplandor que se presenta lejos de la luna, casi como si aquella verdad le hubiera valido la que hoy brilla sin dueño y sin compañía, pues antes ni la luna ni el cielo conocían de alguna estrella que asomase su luz por entre las ocasionales nubes que atraviesan la oscuridad.

Ya con esa luz, observa a su alrededor mientras vuelve a secar una lágrima que nace.

Observa entre sombras proyectadas por la luz de plata que da la luna, como el sendero trae un nuevo paisaje ante sus ojos que fueron cegados por las imágenes que proyectaba su mente, no hace mucho, sintiendo cómo el camino le llena de vida mientras la paz le vuelve a emocionar tanto que llega a imaginar las páginas del libro que se esconde más allá de la nostalgia, allá en ese lugar perdido que pronto ha de encontrar.




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