La jaula de oro

CAPÍTULO QUINTO pte.3 - El beso

El amor y la esperanza han nacido nuevamente y, muy arriba, las nubes lloran mientras ahora caen gotas que recorren la inmensidad que se encuentra entre el cielo y la tierra que pronto será humedecida con ellas y ya no solo con la sangre de aquel a quien un día llamaron Caín.

Entre miles, aún recorre su camino una mujer de mirada amable y de cabellos blancos entintados unos pocos de aquella tonalidad oscura que recuerda a la noche. Recorre, sin saberlo, el camino que ha recorrido un alma dividida que aún le espera con ansias desde el borde de la arena; un alma que teme y sufre, pero que soporta de pie cada herida por amor a ella. La espera su hijo, que da la espalda al torero, su verdugo, mientras este prepara su acero ante la euforia de una muchedumbre sin corazón ni piedad.

Las nubes lloran mientras, no tan lejos, a las afueras de un recinto de muerte y dolor, la brisa se embarulla con hojas que bailan coquetas a su paso, como si pretendieran ahogar el rugido de una multitud que invade los alrededores clamando por la sangre de un infeliz.

Mientras, un alma entre muchas observa aquellos miles de ojos, de grandes y pequeños, que parecen no guardar compasión desde lo alto, pero tan solo le importan los ojos de aquella mujer que se abre paso con dificultad entre ellos; aquella mujer que trae consigo la esperanza de una nueva vida, la esperanza de una anhelada redención.

Los segundos nacen y mueren imperceptibles, como queriendo ralentizar su marcha y negarse a morir sin antes ser testigos de un reencuentro que los días y las noches han separado sin éxito, un abrazo y un calor que pronto podrá volver a sentir en su piel herida.

En el cielo, las nubes abren entre ellas un hueco para que aquella gran perla blanca pueda observar el reencuentro y la nueva vida de aquel que le observó desde ambos lados de sus ojos en las noches que su alma atormentada era confortada por su brillo. Hoy le observa siendo uno. Hoy le observa siendo quien es mientras sangra sin preocuparse de ello, pues con cada paso nace la esperanza que trae el reencuentro, con cada paso se aproxima ante sus ojos y los ojos de la luna, entre lágrimas de un cielo gris, aquel acto que impida la embestida y la estocada final del cruel verdugo. Desde el cielo anhelan y esperan temerosas, miles de luces a que el amor por fin pueda hacer que la muerte dé marcha atrás, pues la esperanza jamás ha muerto, y hoy cobra fuerzas de cada segundo que muere lento e imperceptible.

Cada arruga de su piel es recorrida por los ojos de quien ansía que sea más próxima, son mapas de lugares que su alma ha recorrido en los muchos años que ha respirado el mismo aire que respira su hijo, aquel que la espera. Cada cana entre sus cabellos es el "adiós" de un día a la vez y, son también, el silencio de una vida que recorre su propio camino en el tiempo, un alma que los años han marchitado al igual que su cuerpo. Sus ojos, que reposan entre unas cuantas arrugas que el tiempo ha traído a su rostro, son amables como un día de primavera.

Ahora, la brisa ingresa al lugar y recorre esta vez la arena, rondando entre los miles que esperan la llegada de un final y también entre los cabellos de una mujer que ya pronto estará junto al dolor y el amor de uno.

Son muchos los ojos que le observan desde lo alto, viéndole vacilar un tanto, pues sus fuerzas se esfuman con la sangre que recorre su cuerpo y con cada segundo que muere mientras su vida aguarda un final o un roce que haga vivir su esperanza. Le observan sedientos, poco ha pasado desde que su presencia se unió a este lugar, pero en su corazón y su vida el tiempo es detenido a ratos por el dolor.

Teme, vaga y recorre entre los segundos inagotables en su conjunto, pero efímeros en su propia vida, mil imágenes y recuerdos que nacen ante sus ojos; pues, agoniza. Siente cómo su alma, aquella que un día quiso huir de este, su final, aún clama desde su corazón un momento en que pierda su mente entre aquellos lugares que le cobijaron cuando se perdía del otro lado. Entonces, oye, no muy lejos, otras tres voces que le hablan desde un rincón de su soledad que parece perderse en la inmensidad del cielo y la multitud, pero niega buscar algo que viene a él de manera tan inesperada como lo es esta.

Una de ellas le habla entre ecos desde lo alto del cielo y lo profundo de la tierra; parece nacer también desde la multitud y desde las hojas de los árboles que bailan aún como intentando ignorar el dolor de aquel momento que el mundo observa. Le llama, invitándole con palabras amables a dejar por fin su dolor y seguirle hasta lo desconocido, hasta un mundo que se encuentra detrás de las penumbras que los ojos traen al alma cuando se cierran habiendo llegado el fin. Le invita a caminar entre lo desconocido y acabar con el dolor que nace desde el amor y la propia vida. Le invita a dejar todo atrás y rendir su alma en los brazos que le guiarán hasta un nuevo comienzo, hasta un lugar sin Dios y sin sufrimiento.

Oye también la segunda de ellas, la voz de su alma, que nace desde lo profundo de su corazón y clama por ser escuchada. Una voz que no hace mucho fue su guía y su sentir más lejano, su razón y su clamor ante la injusticia de esta tierra, una voz que ahora grita desde los huecos de un corazón confundido.

La tercera, en lo alto, entre las nubes que no alcanzan a cubrirle por completo, es su más íntima amiga: la luna. Llora luz que se dispersa por las nubes mientras observa sin poder acudir ni hacer menguar el dolor de quien un día le tuvo como único consuelo en su encierro. Clama, pues escucha el clamor del corazón de este que espera el amor desde el borde de la arena mientras desoye todo aquel clamor y consuelo que pueda venir desde lo profundo y desde lo alto; pero aun así clama.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.