La jefa

3. Papel tapiz

 

 

3.    Papel tapiz

De vuelta en mi oficina, otra vez sola, me quito el saco que hace juego con mi falda, lo coloco contra mi boca y, enfurecida, grito.

—¡Hijo de puta! —lanzo, ya sin la salvaguarda del saco, con más furia.

«¡Está seguro de que aceptaré!»

Tan pronto me «calmo», para no levantar sospecha en caso de que Rodwell pregunte, trato de continuar con mi trabajo.

Mi contraataque le debe caer de sorpresa.

Pero, como sea, al llegar a mi apartamento busco whisky, hielo y vuelvo a hacerme con cigarrillos. «Otro día difícil». Aun así, sé que en un mes, una vez lea «La loba» y salga de Doble R, todo será peor.

Sé que todo será mucho peor.

¿Debería preparar mi funeral?

«¡No!»

—¡A mí nadie me va a derrumbar! —le digo a la nada—. ¡Maldito, Rodwell! ¡Y tú también, Luca!

Dejo mi trago a un lado y alcanzo el cojín de un sofá de mi sala para apretarlo con fuerza sin dejar de repetir «Maldito Rodwell» y «Maldito Luca». Y cuando me canso, agarro la botella de whisky, los cigarrillos y hielo, y me voy a mi habitación.

Me duele el alma.

El fuego dentro de mí no deja de avisarse. De modo que pongo Show Me the Meaning of Being Lonely de los Backstreet Boys a todo volumen y busco con qué desquitarme.

Las paredes tapizadas con copias de las flores de Navidad que pintó para mí Luca son la primera opción. Cojo el borde de la más cercana y tiro de esta para empezar a rasgarlo todo. Pero me arrepiento y enseguida me apresuro a buscar cinta adhesiva.

Como puedo vuelvo a dejar cada flor en su lugar.

¿Qué hago entonces para desahogarme?

¿Destrozo las almohadas de mi cama? ¡No! Son de plumas.

¿Le aviento la botella de whisky a la televisión? No. El licor se desperdiciaría y luego en dónde miro Investigation Discovery, El chef de oro y Cake Boss.

¿Le doy una patada al florero sobre la mesa de noche? ¡No! Me lo regaló Pipo.

Buscando en qué canalizar mi enojo, camino hasta mi Walking Closet y husmeo dentro. ¿Destruyo mis zapatos? No, demasiado costosos; lo mismo mis joyas y mi ropa.

Al final, me desquito con el jacuzzi. Sin embargo, lo peor que puedo hacerle es pintarrajearlo con un pintalabios color Merlot que me obsequió mi prima Fedra y, por lo tanto, detesto.

Escribo con furia «30%» en todo el hormigón, doy un trago largo a la botella y después me recuesto boca arriba manteniendo la vista al frente.

—Pero te lo cobraré todo —mascullo—. Yo reiré de último.

»Y tú...

En la posición en la que encuentro me es inevitable no recordar a Luca bailando Rock DJ para mí.

—Tú —repito.

Doy otro trago a la botella.

—Si ya me hubieras superado, no le hubieras puesto mi nombre a la protagonista de tu novela —reclamo.

»No se vería como yo.

»La novela tampoco tendría como título mi apodo.

»No hablarías allí de mis sueños...

—¡De haberme superado ya, en general, no hubieras escrito una maldita novela en mi honor! —grito.

Me dejo caer más en el jacuzzi, a modo de solo ver el techo del baño.

—O tal vez la escribiste hace mucho —digo, doliéndome—, hace dos años... un año...y apenas la van a publicar. Porque entonces yo era tu musa... era.

«Era».

 

...

 

Una hora después, me dejo caer sobre mi cama ebria y llamo a Pipo y a Victoria para que vengan.

—¿Ivanna? —Pipo entra cauteloso a mi habitación. Incluso sujeta en sus manos un banco para utilizarlo como escudo de ser necesario.

Recostada de lado en mi cama, apago y prendo el encendedor en mi mano una vez tras otra sin dejar de ver la llama.

—Jugar con un encendedor cuando estás inestable, ¡gran idea! —escucho decir Victoria, que entró acompañando a Pipo.

—Hoy salió a la venta «La loba» —contextualizo.

—¿Y la leíste? —Victoria se sienta a mi lado con alarma—. ¿Dice cosas malas sobre ti?

No dejo de ver la llama.

—Está preventa. Podré leer el contenido hasta dentro de un mes.

—¡Maldición!

—Sí.

—Entonces la espera te sigue matando —concluye Pipo.

—No solo es eso. —Me enfada que piensen que estoy así por Luca. Solo por Luca. De modo que me siento en mi cama para continuar explicando—: Rodwell se va a retirar.

—¡¿Qué?! —Tanto Pipo como Victoria me miran boquiabiertos.

—Y me quiere entregar la presidencia —río— y el 30% de la empresa. Solo el 30%.

—Esto ya lo habíamos hablado, Ivanna. —Victoria tira de mi blusa para acercarme a ella y con ello poder abrazarme—.  ya tienes un plan.

—Pero no pensé que me despediría tan pronto de Doble R —lloriqueo.

—Eso también ya lo hablamos. Eres la jefa —me recuerda.

—La jefa —la secunda Pipo—. La jefa en donde sea.

—Gracias —digo... todavía escuchándome mal.

—Mírame, Nana —me pide Tori, seria. Porque en momentos como este suelo llamar «Tori» a Victoria, así como ella me llama «Nana»—. Hace dos años, tu red de apoyo solo eran Pipo y Don dinero.

—Marinaro —la corrijo.

—Él.

Victoria le resta importancia.

—Pero ahora me tienes a mí, a Lina, a Michelle y a Simoné. Las cuatro estamos ahí para ti. Lo mismo Babette con sus idas y venidas. Ya no estás sola, Nana. Ya no.

Pipo y Victoria me animan a volver a guardar los cigarrillos, el whisky y ponerme una pijama. Repiten que debo descansar. Todo el que es cercano a mí insiste con eso.

Pero no tener la cabeza en el trabajo es pensar.

Pensar en mi salida de Doble R, en «cierta» novela gráfica y en su autor. Sobre todo, pensar en su autor.

Trabajar, en cambio, me mantiene enfocada.

—Tu teléfono tiene tres llamadas perdidas —comenta Pipo al echarle un vistazo.




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