10. Perder la cabeza como María Antonieta.
06:10 A.M.
Parece un día como cualquier otro.
En realidad, lo es para todos, quizá; con excepción de Luca y yo. O solo yo. No lo sé.
Pensé que no iba a poder dormir la noche anterior. Pero pude. Al llegar a mi apartamento cené una ensalada oriental, al terminar me limpié el maquillaje, la ropa, me di un baño de agua tibia, y apenas me recosté en la cama me dormí.
El lunes hasta amanecí con la cara hinchada, pero anoche, pese a faltar horas para volver a ver a Luca, dormí como no había dormido en días y desperté a tiempo para prepararme con calma, desayunar e ir a trabajar.
Tal vez se deba a que intento mentalizarme que ya perdí a Luca, que de llegar a la reunión con una pareja es para enviarme un mensaje claro y lo mejor será ya no esperar nada.
Aunque también cabe la posibilidad de que ella nada más sea una conocida, colega o amiga... lo que sea.
Iré sin expectativas.
Es como si me sintiera anestesiada. La última semana mi cabeza ha dado vueltas, mi corazón se ha estrujado y mis ojos han llorado tanto, que me siento mentalmente cansada y no quiero pensar más.
O puede que esa sea una nueva manera de defenderme. No iré allí enseguida, pues, de cualquier manera, lo que tiene que ser... será.
En el elevador de mi edificio, mientras repaso mentalmente lo que haré en el día, llamo a Victoria.
Le tengo que explicar que no será fácil recuperar el centro de estética.
—Victoria Peletier —digo cuando contesta.
«¿Por dónde empiezo?»
—Nana, ya no me llamaste anoche.
—Estaba cansada, decidí no trabajar y me dormí temprano.
Lo que es un milagro.
—Pero te quiero hablar de Omi de Gea —digo, antes de que me cambie de tema.
—Pensé que querías hablar de Luca —devuelve y... ahí está. «No, no quiero hablar de Luca»—. Hoy es el gran día.
—Sí... Bueno... —Al salir del elevador camino hacia el Audi aparcado en uno de mis tres lugares en el estacionamiento—. No... Prefiero hablar de Omi de Gea.
—Uau. —La escucho ronronear. Ya sé hacia dónde va Victoria y no me gusta—. ¿Te impresionó mucho?
—Es un imbécil.
—Pero atractivo, ¿cierto? Siempre está bronceado —Victoria ríe—. Pero no como esos tipos que pareciera que son color naranja, que inclusive brillan, Omi solo lo necesario. Y apuesto a que llegó de traje, aunque sin corbata, no le gusta ponérselas. Si lo buscas en Google casi siempre está semidesnudo por practicar deportes.
—¿Dónde lo conociste? ¿Cómo consiguió comprar tu salón? Ya.
—Su exnovia era mi clienta, una buena amiga y le dijo que necesitaba el dinero.
—Pero no quiere venderme el salón por tener un «valor sentimental» para él.
—Ella fue importante para él, supongo. Pero ya no vive en esta ciudad, ni siquiera en el país, se mudó a Australia.
—¿Por qué tan lejos?
—Dijo que le salió una oportunidad de trabajo. Es bióloga.
—Si hablas con ella, tal vez lo puede convencer de vender.
—No quedaron en buenos términos.
—Diablos —Entro al Audi y, con Victoria todavía al teléfono, me preparo para salir.
Aunque no estamos avanzando...
—No importa, Nana.
—Sí importa. Voy a recuperar el centro de estética... Intentó seducirme. Quizá sí...
—¡No! —La apreciación de Victoria con dos segundos de retraso no me convence.
La conozco.
... la conozco y la voy a poner a prueba.
—Por ese lado lo puedo intentar —propongo.
—Sin duda alguna.
Callo a la espera de que mi amiga diga algo más. Pero no habla.
—Y el lugar era un restaurante de comida tailandesa.
—¿En serio?
«¡Cuánta sorpresa!».
—Y, desde que llegué, me estuvo diciendo «¿Eres modelo?» «¿Entonces supermodelo?» «¿Actriz?».
—¡Uau!
—A primera vista parecía una cita romántica —la acuso.
—¿En serio?
Estrecho mis ojos y echo a andar el Audi.
—Victoria Peletier —digo entre dientes—. Qué casualidad que una noche antes de volver a ver a Luca tenga una cita a ciegas con Omi de Gea, ¿no?
—¿De qué hablas?
—Es tu amigo, ¿cierto? Porque prácticamente fue una cita a ciegas, Victoria. O al menos yo era la ciega, la sorprendida y perdida.
—Creo que hay un poco de interferencia —se apresura a decir Victoria.
—Concuerda con tu intención de querer que deje atrás a Luca.
—Ivanna, ya no te escucho bien —insiste.
—Yo a ti te escucho perfectamente.
Enseguida empiezo a oír un sonido que se asemeja al zumbido de una abeja.
—¡Ivanna, te oyes lejos!
—¡Victoria! —Rodeo una fila de coches para poder salir del estacionamiento.
—¿Te moviste de lugar?
—El único contacto que quiero tener con Omi de Gea es el de negocios —le advierto—. Pero ahora, inclusive pienso que se hace el difícil a la hora de venderme el salón porque se preparó previamente contigo.
—¿Ivanna, estás allí? ¿Ivanna?
—¡Victoria! —repito.
Vuelvo a escuchar un zumbido y cuelga.
«¡Son amigos!», concluyo. Victoria y el resto de la perrera tienen contacto con él para hacerle llegar un informe del centro de estética cada quincena o final del mes. Y, por el simple hecho de trabajar para él, en este punto esa relación debe ser de confianza.
Disminuyo la velocidad del Audi antes de pasar la garita del estacionamiento y le escribo un mensaje a Victoria.
¡Solo me interesa el centro de estética, Victoria! ¡SOLO ESO!
Sin embargo, al finalmente pasar la garita vuelvo la cabeza en redondo al detectar en mi costado al menos veinte globos metálicos color plateado y rojo con forma de corazón que tienen escrita la leyenda «Perdón», y más abajo, sujeta por Omi de Gea, una pancarta en la que se lee «Mariposa traicionera: NO; Es una Hechicera, una seductora... ♥».