La jefa

29. El símbolo de Neptuno

 

29. El símbolo de Neptuno.

 

IVANNA

Entro a la habitación de Babette acompañada de la doctora, ella ya habló una hora conmigo sobre la situación actual de mi madre, su deterioro cognitivo en general, y, en consecuencia, los cambios que han implementado para su cuidado.

Por ello, al tenerla cerca, poco me toma por sorpresa un olor desagradable, similar al que fregué durante la madrugada del piso de Luca. Dentro también se encuentran una enfermera y personal de limpieza recogiendo restos de comida de la alfombra y cambiando de ropa a Babette, pues, como al igual me explica la enfermera, le empieza a costar procesar la comida, llegando al punto de vomitarla, aunque solo se trate de sopas o puré.

Babette se muestra confundida, la situación claramente le disgusta e incomoda.

—Le intentábamos dar comer y pasó esto —me explica la enfermera—. La señora Pinaud no ha estado bien. —No deja de ver a Babette con pena—. Necesita atención y...

—¡Pues désela, no importa el costo —interrumpo viendo de ella a la doctora, para mí lo que se debe hacer es lógico—, puedo pagar una enfermera que esté a su lado las veinticuatro horas!

—El problema no es enviarle cada mes las facturas, señorita Rojo —dice la doctora.  

J'ai déjà mangé! —repite a su vez Babette con enojo al personal de limpieza y a la enfermera.

La doctora me pide aclararles.

—Dice que ya comió —explico, repasando con angustia el vómito sobre la alfombra, y, una vez que terminan de limpiar, con la doctora supervisándonos, yo misma me instalo frente a Babette con un nuevo plato de sopa en mano. 

»Seulement un peu. C'est délicieux (solo un poco, está delicioso) —intento convencerla para que coma.

Pero mi madre, todavía enfadada, coge con sus dedos una cantidad considerable de sopa y me la lanza a la cara.

La doctora se apresura a calmarla.

—Está bien —digo, procurando limpiar con mi mano lo que puedo.

Sin embargo, casi enseguida otro olor aún más desagradable llena mis fosas nasales al mismo tiempo que Babette trata de achicarse en su lugar.

—V-voy por ayuda —se apresura a decir la enfermera tomando el control mucho más rápido que yo.

Babette acaba de defecar sentada en su silla.

—No se preocupe. Desde el incidente el día de su cumpleaños le dejamos puesto pañal —dice la doctora para tranquilizarme, pero el resultado es lo contrario. 

¿Cómo procesas ver a uno de tus padres en ese grado de deterioro?

—Hacemos lo que podemos a pesar de que no hablamos francés, siendo esa la única forma en la que ella se comunica —dice la doctora.

Me pongo cada vez más nerviosa.

—Pe-pero se puede contratar personal de fuera  —insisto, buscando mi teléfono—. Puedo pedir la autorización de su supervisora o del director de la clínica para contratar a una enfermera que hable francés.

En lo que la enfermera regresa con el personal de limpieza llamo a Grisel.

—Grisel —Apenas puedo hablar, mi boca y mis manos tiemblan. A pesar de la charla con la doctora ha sido una impresión fuerte.

Grisel, por fortuna, se da cuenta.

—¿Se encuentra bien, jefa? ¿Necesita que llame a alguien?

—Ayúdame a buscar una enfermera que hable francés —digo, como puedo, volviéndome hacia Babette que, aún achicada en su silla, no deja de verme con temor por mostrarme tensa frente a ella—. No importa el costo.

—Sí Jefa, me pongo enseguida en eso.

Cuelgo la llamada y procuro aparentar tranquilidad por el bien de Babette.

Desolé. Je ne vais plus crier (lo siento, ya no voy a gritar) —le prometo.

J'ai déjà mangé! (ya comí) —me repite y asiento pese a que una vez más debería intentar hacerla comer; pues, según dice la doctora, no ha ingerido nada del almuerzo y apenas desayunó.

»Je veux voir mon mari! (quiero ver a mi esposo) —exige ahora.

Il n'est pas ici (No está aquí) —le explico—. Ivana non plus (Ivanna tampoco) —agrego antes de que igualmente pregunte.

Je ne sais pas qui est Ivanna (No sé quién es Ivanna) —contesta Babette y mi primera reacción es enderezar mi espalda.

«No sé quién es Ivanna».

No sé describir cómo me siento, o siquiera cómo expresarlo, porque no puedo llorar o temblar frente a Babette sin asustarla. De manera que, en silencio, solo vuelvo la vista hacia su cama, donde se encuentra recostada la muñeca con vestido rojo a la que suele llamar «Ivanna», y me digo que hoy ni siquiera soy eso.

No soy nadie, excepto para Sherlock, Pipo o la Perrera y, como de costumbre, hago bien asumirlo con la cara en alto, sin llorar.

—Hacemos lo que podemos —insiste la doctora y me obligo a mostrarle una sonrisa a pesar de que mis ojos gritan.

Al volver la enfermera con el personal de limpieza, entre dos cargan a Babette y la recuestan sobre la cama para cambiarle el pañal.

—Le decía que no sabemos francés —continúa la doctora—, pero hemos instalado traductores de voz en nuestros teléfonos y el chico que a veces viene también nos dejó un listado de frases. Recopiló las veinte que más suele decir la señora Pinaud además de algunas sugerencias.

Sacudo mi cabeza.

—¿«El chico que a veces viene»? —pregunto.

—Sí. —La doctora señala el mural de Paris pintado a un lado—. El que pintó...

Contengo el aliento.

—¿Luca? —interrumpo.

—Sí, él —confirma ella, casi aplaudiendo—. A la señora Pinaud le hace feliz que venga porque hablan en francés.

—¿En... francés? —repito, haciendo tambalear el plato de sopa todavía en mi mano.

—Sí. ¿Hay algún problema?

Me giro hacia el mural de Paris asimilando la información y pienso en la sorpresa, sonrisitas y silencios de Luca cada que me escuchó hablarle en francés durante la última semana. Asumí que se debía a su acostumbrada incomodidad de no entenderme. Del mismo modo vuelvo a hoy por la madrugada, cuando abrí su armario y vi un libro de gramática y un diccionario que no mencioné en ese momento porque aún no estaba del todo en mis cabales y debíamos llegar rápido a Urgencias.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.