39. ¿Gruñón, tontín o dormilón?
IVANNA
El pánico se apoderó de mí, tensé cada pequeño músculo de mi cuerpo y mi primera reacción real fue sentir que no podía respirar.
No sé qué hubiera hecho ahí sola, sin Victoria. Esa noche, a pesar de traer encima la misma congoja, demostró ser más fuerte que yo.
Tal vez porque su situación es peor.
Le dije que tenía que ver a Luca. No sé por qué. A pesar de que ahí tenía a Victoria o a Simoné que había resultado embarazada al final de su adolescencia, concebí que a lo mejor era algo que solo Luca podía entender.
Tantas veces le dije que no me gustan los niños, y que, entre mis planes, jamás he incluido ser mamá.
Soy tan maternal como una película porno francesa. No hace mucho tenía sexo casual, fumaba, bebía como vikingo y rara vez utilizo zapatos que no sean de tacón de aguja.
No soy el prototipo de «mamá».
Llegué al apartamento de Luca para hablar y no estaba allí, y no le quise dejar un mensaje más allá de pedirle que me llame porque no es algo que trates por medio de terceros.
Intenté tranquilizarme de vuelta a mi apartamento, llevar, quizá, mi mente a otro lugar, pero fue imposible.
Es como si el pánico hubiera secuestrado mis pensamientos.
Le pedí a Victoria y a Simoné no preocuparse de más y marcharse a sus respectivos hogares a dormir tranquilas. «Yo puedo manejarlo». Victoria accedió siempre y cuando aceptara una pastilla para dormir. Sin embargo, al momento de tragarla la dejé bajo mi lengua y la retiré de mi boca una vez estuve sola.
«Sola».
No puedo decir con exactitud a qué hora se marcharon Victoria y Simoné, pero sí sé que a la media noche seguía recostada en mi cama viendo a la nada.
«Ojalá estuviera aquí Sherlock», pensé en algún momento al palpar mis sábanas y no encontrar nada.
«No quiero cuidar nada que sea más grande que Sherlock», me dije allí sola en la oscuridad, tan solo con la luz de la luna alumbrando mi cara a través del reflejo que entra por mi ventana.
Giré sobre mi estómago para recostarme boca abajo y, apretando con mis dientes una almohada, ahogué un grito.
¿Cómo pude ser tan idiota?
¿Cómo pude pasar por alto algo así?
La tarde que volví a ver a Luca no pensé con claridad, tampoco esperaba llegar a más, todo fue... repentino. Y no, no quiero ser mamá.
—No quiero ser mamá —dije en voz alta contra mi almohada sintiendo mi boca amarga.
»No es el tipo de putada que quiero para mí.
Abandoné mi cama con teléfono móvil en mano. Y de pie, frente a una ventana de mi habitación que abarca del piso al techo, seguí llamando a Luca hasta llegar a veintidós llamadas.
Y así, los pensamientos sobre que me odia hasta GN-z11 vuelven.
—¡Contesta! —le grité a mi teléfono al momento de la llamada número treinta.
Empezaba a amanecer y a la postre había pasado del shock a la resignación, por lo que me solté a llorar por todo por primera vez desde que aterrizó el avión.
¿Que prefiera ir a buscarte o llamarte en lugar de dejarte un mensaje no te da una idea de lo serio que es el tema a tratar?
Pero Luca nunca contestó el mensaje ni llamó.
...
En cuanto amaneció me puse un pantalón de chándal con su suéter y zapatos tenis, prendas que no recuerdo cuando usé por última vez. Me hice una cola de caballo alta y con la cara lavada, y otra vez sin haber dormido casi nada, bajé al estacionamiento por el Maserati y fui a ver a Babette.
La encontré dormida, con su cuerpo frágil pegado a la pared, de manera que aproveché y por primera vez en años me recosté junto a ella y la abracé.
Por su posición me daba la espalda, por lo que mi cara terminó sobre su pelo y sobre este volví a sollozar.
—Tengo mucho ruido en mi cabeza y no sé qué hacer con él, Babette —musité, sintiendo que me ahogaba.
Fue como si llorara por primera vez, como si todo lo anterior hubiera sido un ensayo para ese momento.
—Recuerdo que cuando empezabas a perder la memoria repetías eso «Tengo mucho ruido en mi cabeza y no sé qué hacer con él».
»Au clair de la lune, Pierrot répondit, Je n'ai pas de plume, Je suis dans mon lit —canté a continuación en francés.
Es la canción de cuna que me cantaba Babette.
Y de pronto, para mi sorpresa, oí su voz adormitada también cantándola.
«Aún la recuerda».
En consecuencia se giró en mi dirección, al igual que yo con su cara lavada, y me habló.
—Esa canción le gusta a Ivanna —dijo en francés, cogiendo del brazo a la muñeca tras su cabeza para mostrármela.
«Así que de nuevo estamos con la muñeca», pensé, triste, pero abrazándola.
—A Ivanna le gusta que le cante mientras rasco su cabeza —me contó y le esbocé una sonrisa a la muñeca.
—¿Y qué te parece si solo por hoy imaginas que yo soy la muñeca? —le pedí, también en francés, devolviendo a la muñeca en el lugar de la cama tras su cabeza.
Y así, como si percibiera mi urgencia de afecto, y aunque al principio pareció dudar, Babette me hizo caso y volvió a tararear la canción al mismo tiempo que rascó con suavidad mi cabeza.
...
Desperté al escuchar la voz de las enfermeras, se decían la una a la otra que hace dos horas, cuando el servicio de comida vino, también estaba aquí.
«¿Cuánto tiempo he dormido?», consideré, incorporándome.
Babette, a mi lado, al igual yo dormía todavía con sus dedos metidos con suavidad entre mi cabello.
Vi en mi reloj que eran las diez de la mañana, pedí a las enfermeras revisar a mamá y solicitar el servicio de comida de vuelta y fui al servicio sanitario a lavar mi boca y mi cara.
Finalmente resentí los efectos de no haber dormido bien, abría y cerraba los ojos sentada en el váter, y, aún cansada, al regresar con Babette me acurruqué por segunda vez a su lado en lo que le daban de comer. Ella me volvió a abrazar, devolvió sus dedos a mi cabello y fue como regresar en el tiempo y volver a sentirme su niñita.