*·。·*·。·*·。·KEYLA·。·*·。·*·。·*
Después de terminar mi jornada de sábado, luego de ver cómo Noah se marchaba llevando a su hijo de la mano, me pregunté por qué Liam se sentía diferente a otros niños, no diferente mal, era algo raro.
Por alguna extraña razón sentí que él era muy distinto, pero no me explicaba exactamente en qué, mis sobrinos eran bien portados, como Liam, pero no se perdían tanto en sus pensamientos, no se dispersaban tanto y socializaban más, Liam no.
Le escribí a Marcus para encontrarnos, no respondió nada, solo dejó mi mensaje en visto.
No le tome importancia, compré algo de comida en un restaurante chino y me encerré en el apartamento con ganas de descansar todo el fin de semana.
Marcus llegó a mi apartamento con cara de pocos amigos una hora después. No saludó como siempre, dejó las llaves sobre la mesa, miró alrededor y se sentó en el sofá con el ceño fruncido.
—Ya sé lo que estás haciendo, Keyla. —Enarqué una ceja.
—Que estoy haciendo, ¿de que? —pregunte confundida pero a la ofensiva.
—No me gusta nada lo que estás haciendo —soltó —Trabajas todo el día, y ahora metes niños en tu oficina. La agencia no es una guardería. —Camine hasta la cocina para servirle un café. No quería pelear, pero él traía la palabra pelea escrita en la frente.
—El niño estuvo en su espacio. No molestó, yo resolví ventas. La agencia no perdió nada. Al contrario. —No tenía que darle explicaciones, pero darlas tampoco estaba de más.
—No hablo solo del niño —siguió, cruzándose de brazos —Hablo de ese empleado nuevo. Te vi, te acercas demasiado, todo el mundo lo nota. —Fruncí el ceño, ¿Cómo podía saber de Liam y Noah si no había ido a la agencia en casi un mes?
—Me acerco para trabajar —respondí —Es mi equipo de trabajo y tú no vas a dirigir mi oficina. —Se rió sin humor. —Además, ¿Como es que sabes de ese tipo de cosas?
—Las cámaras no mienten, te acercas al punto de besarlo. —Lo miré sorprendida.
—¡Yo no he hecho tal cosa!
—No lo digo por celos, Keyla. Lo digo porque no sabes poner límites. Te la pasas resolviendo cosas que no te tocan y después no te queda tiempo para nada. Ni siquiera para mí. —Era un completo tarado, no podía salir con cosas más estúpidas, era él quien siempre sacaba excusas.
—¿Para ti? —apreté la mandíbula —Te escribí varias veces. Leíste y no respondiste. Cuando te llamé, colgaste. ¿De qué falta de tiempo hablas? Eres tú el que siempre está colocando excusas.
—Yo si trabajo, Keyla —dijo, —yo si tengo un verdadero trabajo, cosas importantes que hacer, no paseitos. —Me miró despectivo, —tunte la pasas en tu mundo de sueños, planeando viajes para la gente, yo sí estoy ocupado.
—Yo también trabajo Marcus, mi trabajo es tan o más importante que el tuyo, no exijo nada que no esté en mi control. Te pedí respeto por mis decisiones y nuestra relación, y lo mínimo es que me contestarás aunque sea un jodido mensaje al día. —Se me acercó con el dedo levantado.
—¿Y ahora vas a poner por delante a ese tal Noah? —soltó, casi gritando. —Porque eso es lo que parece. Te vi con él. Le armaste un espacio al niño. Ni a mí me has dado ese tipo de atención jamás. —rodé los ojos, ¿Acaso peleaba por un escritorio infantil? Que ridículo.
—No mezcles. Noah es mi empleado, su hijo es un niño que no tiene con quién quedarse mientras su padre trabaja, yo soy su jefa. Punto.
—No te creo —dijo, mirando la cocina como si buscara pruebas de que había alguien más en mi apartamento.
—Si te sientes fuera, entra hablando, no atacando —respondí —Hoy viniste únicamente a pelear.
—Estoy cansado de adaptarme a tu “apretada agenda” de nada, porque tú “trabajo” tan estresante es solo bobadas, —golpeó la mesa con la palma —Sábado, domingo, da igual. Eres una mujerzuela que anda buscando como trepar con su inútil oficina de mierda.
—No voy a tolerar que me insultes en mi casa —le señalé la puerta —Si no vas a hablar cosas coherentes ni a tratarme bien, te vas.
—Me voy —dijo, cogiendo las llaves —Y te aviso de una vez, no cuentes conmigo para tus ridículos planes de domingo. Organiza tu vida con tu empleado modelo y su crío.
La sangre me subió a la cara, estuve a punto de gritarle miles de barrabasadas, pero en lugar de ello me quedé mirando la puerta, que casi queda giratoria por el portazo que dio.
—Idiota. —murmuré.
Caminé hasta la cocina, abrí la llave y me mojé la cara con agua helada, No lloré al principio, me quedé quieta, con la respiración acelerada intentando asimilar lo que había sucedido, después sí.
Me senté en el piso, con la espalda contra la nevera, y deje que mis lágrimas escaparan un buen rato. No era solo por Marcus, era por la acumulación de cosas, de estrés, de todo. Cuando se me pasó el primer jalón de rabia, me puse de pie, necesitaba aire.
Tomé las llaves del carro y bajé al parqueadero. No prendí la radio, conduje en silencio y sin rumbo, quería despejar la cabeza a la mala.
Di varias vueltas por la ciudad, más de las necesarias. Paré cuando vi un supermercado con parqueadero casi vacío. Entré y fui directo al pasillo de licores. Tomé un par de botellas y me quedé dudando entre dos más. No era mujer de tomar, pero esa noche quería beber hasta apagar el ruido de mi cabeza, olvidar momentáneamente los problemas.