*·。·*·。·*·。·KEYLA·。·*·。·*·。·*
Pase la noche entera casi en vela, dormí muy poco, mi mente era un caos total, no por miedo a Marcus, sino por el beso de Noah. Ese beso me desarmó por completo, me quedé pensando en si yo lo permití solo por el momento o porque lo quería desde antes y no lo había dicho en voz alta.
Cada vez que cerraba los ojos me veía en la oficina limpiándole la ceja, viendo sus ojos mirando fijamente los míos, mis manos quietas. No me gusta perder el control en nada, y eso no lo tenía controlado. No dije “sí”, tampoco dije “no”, solo lo dejé pasar y después volví al modo trabajo como si nada. Mentira, no era “como si nada”, me temblaba hasta el alma cuando terminé el informe.
A la mañana siguiente me levanté temprano, preparé café más cargado de lo normal y me senté a revisar lo pendiente, la salida de Andrea me dejó huecos, pero huecos que se podían llenar con facilidad, ella no era indispensable, y su pobre trabajo era fácilmente reemplazado.
Mientras abría la vacante en la web para nueva asistente, escribí a administración del edificio solicitando restricción de ingreso a Marcus, aunque era un poco inutil teniendo en cuenta que una de las puertas de la agencia daba directo a la calle.
Noah llegó a las ocho y me saludó normal, como si nada hubiera pasado, yo hice lo mismo. Trabajamos enfocados en lo nuestro sin tocar esos. Me gustó verlo concentrado, aunque cada tanto levantaba la vista y por reflejo yo también, haciendo que nuestras miradas se encontraran y algo se encendiera en mi.
A media mañana me escribió por interno: “El sábado llegó una hora tarde, Liam tiene un control, pero quiere pasar por la agencia. Dice que quiere saludar a “la jefa de los viajes”. Le puse: “Dile que lo espero, pero que al llegar tarde tendrá mucho más trabajo que hacer”. No añadí nada más. Minutos después escribió: “Me preguntó si puede estar solo contigo un rato. Si te incomoda, no pasa nada”. Me quedé un segundo con el cursor parpadeando. “No me incomoda en absoluto, me encanta tenerlo cerca. Tráelo, y vemos cómo se organiza el día.”
El viernes terminó tranquilo, salimos un poco más temprano. En casa, guardé las cosas frágiles, dejé la sala ordenada y quité los adornos de vidrio bajos. Pensé en Liam, en lo que podía tocar, en lo que podía romper, en lo que podía incomodarle. Bajé la luz de la sala, dejé una lámpara de pie, silencie la notificación del timbre. Preparé un cajón con hojas, marcadores lavables y un par de rompecabezas que tenía guardados. Me dio risa a mí misma: últimamente organizo mi vida con base en un niño que no es mío, y no me molesta.
En mi cabeza se encontraba la idea de invitarlos a casa luego del trabajo, algo sencillo, tal vez una comida, o solo una película, para agradecerle a Noah por lo que había hecho por mi.
El sábado abrí la agencia quince minutos antes. Hice café y dejé la puerta con seguro por dentro para controlar las entradas, a las nueve y cuarto, Noah y Liam estaban en la puerta. Les abrí, Liam entró con su mochila, su peluche abrochado con una liga, sus audífonos en el cuello. Me miró fijo y no dijo nada. Después de un par de segundos, habló.
—Quiero estar con Keyla —dijo, sin saludar..
—Hola, Liam —respondí —Puedes quedarte conmigo si quieres, pero papá se queda cerca.
—Yo me quedo en el puesto de siempre —dijo Noah, mirándome para confirmar.
—Quédate —asentí.
Liam dejó su mochila en la mesa pequeña que le armé, se paró, miró a Noah y luego me miró otra vez.
—Quiero estar solo con Keyla —repitió.
—Estaré en mi escritorio —dijo Noah —Me avisan si me necesitan.
—Haz una vuelta a la esquina —propuse —Compra pan o algo rico para acompañar el café, solo quince minutos. Si él se inquieta, te llamo.
—Listo —respondió Noah —Liam, vuelvo en quince.
—Ok —respondió sin mirarlo.
Noah salió y yo me quedé con Liam. No supe por dónde empezar, así que lo más simple fue sentarme a su lado sin tocar nada, él abrió la mochila, sacó un cuaderno con stickers, un estuche, su peluche, y los acomodó en línea. Miró el monitor de mi oficina a lo lejos y después a mi escritorio.
—Tu mesa no tiene basura —dijo serio.
—No me gusta la basura —respondí —¿Quieres que te ayude a ordenar la tuya?
—Sí —respondió. Juntó los restos de stickers en un lado, guardó tapitas, puso los marcadores en orden por tamaño. Se tomó su tiempo, no forcé conversación, cuando terminó, me miró como esperando una instrucción.
—Hoy trabajamos poco —le dije —Es sábado. Tú decides qué quieres hacer, dibujar, leer, hacer un rompecabezas.
—Rompecabezas —escogió —Nueve piezas.
Saqué el rompecabezas que tenía en el cajón y lo puse sobre el tapete de goma. Se sentó, separó bordes y esquinas. Lo armó sin ayuda, rápido, cuando encajó la última pieza, no sonrió mucho, solo me miró como quien dice “listo, ¿y ahora?”.
—Otro —pidió.
Hicimos tres, después se paró, caminó por mi oficina, miró el escritorio desde el marco de la puerta y regresó a su mesa.
—Tu foto —señaló. Era la foto de un paisaje que tenía de fondo. —Es fea. —Me reí.