La joven que acierta:proezas de una heroina naciente

Capítulo 4 - Una Rosa del Pasado

El alba se alzó envuelta en un manto gris, y las nubes descendieron pesadamente sobre las tierras, como si el cielo, en su tristeza, no hallase consuelo. El viento recorría los campos como un viajero sin rumbo, haciendo ondular las espigas de trigo que susurraban canciones antiguas, apenas recordadas por los árboles más viejos.

Hazel, cuyo silencio era tan hondo como la sombra de un roble en invierno, blandía el hacha con fuerza firme. Cada golpe, seco y deliberado, parecía querer desgajar no solo la madera, sino los propios pensamientos que le cercaban el alma.

Desde el ventanal del molino, Lyrien observaba a su padre. Sostenía en brazos a Kael, y sus ojos estaban llenos de interrogantes.

—Padre está extraño hoy —musitó—. ¿Crees que esté enfermo?

Kael, apenas despierto, se limitó a bostezar antes de acurrucarse más entre sus brazos.

Fue entonces cuando el murmullo de ruedas sobre tierra húmeda quebró el silencio. Un carruaje, brillante y noble a pesar del día sombrío, se acercaba por el viejo sendero de piedra. Sus ruedas doradas giraban sin dejar huella en el barro, como si no perteneciesen del todo a este mundo.

Cuando se detuvo frente al molino, la puerta del carruaje se abrió con un susurro, y de él descendió una figura que parecía arrancada de los recuerdos de otra era. Su vestido, azul profundo como la noche antes del amanecer, caía en pliegues perfectos, y estaba bordeado por delicado encaje blanco. Un sombrero, engalanado con flores de lavanda, coronaba su cabeza. El cabello, castaño claro, le caía en suaves rizos, y sus ojos —profundos y café— parecían guardar ecos de tiempos lejanos.

—Hazel... —dijo, casi como un aliento traído por el viento.

El hacha cayó de sus manos, y sus hombros se tensaron como si el invierno hubiese regresado a su corazón. Donde antes había ternura, sus ojos mostraban ahora un frío recelo.

—¿Qué buscas aquí? —preguntó, con voz baja, pero firme.

—He pasado años tras tu rastro —respondió la dama, avanzando con pasos lentos, pero resueltos—. He caminado por caminos olvidados, pagado por palabras que no siempre fueron sinceras, leído mapas que hablaban en lenguas muertas... todo para hallarte vivo.

Hazel permaneció en silencio, su mirada clavada en el suelo como si éste pudiese ofrecerle respuestas.

—¿Porque vienes aqui? No perteneces a este lugar —murmuró por fin.

—¿Y tú sí? ¿Entre molinos, harina y sueños dormidos? —replicó ella, con una mezcla de dolor y ternura.

En ese momento, Lyrien emergió de la casa, con una sonrisa tan clara que el mismo viento pareció detenerse.

—¡Oh! ¿Una visita? ¡Hola! —dijo con una dulzura tan genuina que hasta las hojas dejaron de danzar para escucharla.

La extraña volvió el rostro, sorprendida, y sus facciones se suavizaron.

—¿Y tú debes de ser...? —miró primero a Hazel, luego a la niña—. ¿Su hija?

Hazel no respondió, inmóvil.

Lyrien rió con una dulzura despreocupada.

—¡Sí! Soy Lyrien, y él es Kael. ¿Usted es amiga de papá?

—Lo fui... —susurró la dama, con una sonrisa teñida de nostalgia—. O algo parecido.

—¡Su sombrero es muy bonito! —exclamó Lyrien, fascinada.

—Gracias, pequeña. Tú también tienes algo especial. Un brillo en los ojos... —dirigió la mirada a Hazel, y bajó la voz—. ¿Fue por ella? ¿Por eso huiste del crimen, del reino...?

Hazel se abalanzó, cubriéndole la boca con la mano.

—¡Luna, no aquí! —susurró—. No delante de ella.

Lyrien frunció el ceño.

—¿Eh...ella es mi mamá?

Ambos adultos se sobresaltaron.

—¡¿Qué?! ¡No! —dijeron al unísono, con las mejillas encendidas.

Hazel tartamudeó.

—No, hija, no es... eso... es complicado.

—Vuelve adentro, Lyrien, por favor —añadió Luna, aún ruborizada—. Esto es cosa de adultos.

Ella obedeció, aunque no sin antes lanzar una última mirada llena de preguntas.

Cuando la puerta se cerró tras la figura de la niña, Hazel bajó lentamente la mano, y Luna se volvió hacia él con los labios fruncidos y los ojos aún encendidos de emoción contenida.

—¿No piensas contarle jamás, Hazel?

—No hay verdad que deba conocer. Ella no necesita saber quién fui.

—¿Y quién fuiste, entonces? —insistió Luna, con voz baja pero cargada de fuego—. ¿Un asesino entre sombras? ¿Un ladrón de los altos muros de la ciudad blanca? ¿O quizás aquel que salvó una ciudad y fue castigado por no acatar los dictados de un rey injusto?

Hazel apretó los dientes.

—No soy ningún héroe, Luna.

Ella lo miró con una ternura que dolía más que cualquier reproche.

—Pero tampoco eres el monstruo que imaginas ser.

Un silencio denso como harina suspendida en el aire se adueñó del umbral. Sólo el viento, arrastrando hojas secas y los aromas del campo, se atrevió a moverse.

—¿Por qué has venido, en verdad? —preguntó él al fin, la voz ya no hosca, sino cansada.

—Esta noche se celebra un baile en el Gran Salón —respondió ella, suavemente—. Y pensé... quizás, sólo quizás, podríamos bailar una última vez. Como en aquel tejado, ¿recuerdas? Hace más de diez inviernos, antes de que vinieran por ti.

Hazel bajó la mirada, como si el recuerdo mismo pesara más que el saco de harina más cargado.

—No tengo zapatos para bailar.

—Tú siempre bailabas descalzo.

Por primera vez en muchos días, una risa rota pero verdadera escapó de los labios de Hazel.

Luna suspiró, y en su rostro se dibujó un dolor antiguo, pero aún vivo.

—El carruaje aguardará frente al molino al caer el sol. Estás cordialmente invitado, Hazel de las Sombras... o como quiera que te hagas llamar ahora.

Y con el porte de una reina marchita por las estaciones, se volvió. Las flores de su sombrero danzaban con el viento vespertino mientras ascendía los peldaños del carruaje.

—Hasta entonces... —susurró, y la puerta se cerró con una suavidad que dolió más que un portazo.

El carruaje dorado partió, llevándose consigo más que una invitación: se llevó con él una parte del pasado, una esperanza que no se había atrevido a morir.




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