La Jugada

Capítulo 5

    Desperté en una habitación demasiado iluminada, recostada en una cama incómoda. Había una cegadora luz blanca que iluminaba todo el lugar. El olor a detergente y antiséptico quemaba mis fosas nasales; me resultaba simplemente insoportable. Estaba en un hospital.

    Traté de incorporarme en la incómoda cama, pero mi cabeza dolía demasiado y cuando llevé mi mano derecha para verificar que todo estuviera bien, sentí una venda que la envolvía por completo. Supuse que era por la sutura que habían tenido que hacer ante la gran herida que me había hecho ayer; aunque yo no me la había hecho. Un chico furioso había estrellado repetidas veces mi cabeza contra la dura madera del suelo de un edificio en ruinas donde me habían tenido capturada –no, no capturada. Secuestrada- durante, aproximadamente, una hora y media por unas personas desconocidas, que estaban buscando a una chica rubia fanática de los cigarrillos y de las emociones extremas y con la que no tenía nada que ver. Recapitulando todos los acontecimientos, sonaba aún más bizarro de lo que me había parecido.

    Hice un segundo intento por incorporarme que resultó exitoso, enfoqué mi visión y examiné la habitación. Se encontraba vacía; lo que resultaba reconfortante y triste a la vez. Estaba lo suficientemente sola como para analizar en tranquilidad el lugar y repasar mentalmente los sucesos de ayer, pero también estaba lo suficientemente sola como para sentir que, realmente, a nadie le importaba lo que me pasara.

    Odiaba estar sola, de verdad lo hacía, pero sólo así podía permitirme ser yo misma; ser la verdadera Julia, esa que nadie ni siquiera estaba segura de si existía.

    Nunca me daba cuenta de que estaba fingiendo hasta que estaba sola.

    Me consideraba una persona que no cambiaba su actitud por la opinión de los demás. Pero, en cuanto mis pensamientos comenzaban a golpear una y otra vez contra mi mente, siento que no soy yo, que es sólo otro papel más que pretendo imitar. Y, lo que me resulta más cansador de todo el asunto, es que no sabía qué estaba haciendo mal. No sabía qué era lo que debía cambiar en mí, sólo sabía que algo muy dentro me gritaba que debía hacerlo. Que debía huir.

    No tenía la más mínima idea de en qué quería convertirme, pero sabía que debía hacerlo rápido. Sino lo hacía a tiempo, terminaría por quebrarme por completo.

    Sentí cómo mis ojos se llenaban de lágrimas y, cuando llevé una mano a mi rostro para secarlas antes de que siquiera se derramasen, toqué una venda en mi nariz. Recordé el intenso dolor al que había sido sometida hace no menos de un día y las ganas de llorar se hicieron tan fuertes que no pude contenerlas más y, en un vergonzoso gemido, rompí en llanto.

    Otra de las cosas que realmente odiaba era llorar, pero parecía ser algo muy común en mí.

    ¿En serio había pensado matar a ese chico, Ed? ¿Me había creído capaz de arrebatar la vida de alguien?

    Mi cabeza daba muchas vueltas entre muchas cosas, pero aquellas dos preguntas eran las únicas que resonaban constantemente, las únicas que tenían sentido para mí. Un remolino de sensaciones crecía y crecía junto a las dudas, atormentándome.

     “Eres tan patética. No hay otra palabra para describirte, Julia. Crees que puedes, siempre lo haces,  pero en realidad no. No eres fuerte y no eres una luchadora. Jamás tendrías la capacidad de herir a alguien, por más que lo intentes. Esa no eres tú. Eres de las que se dejan pisotear porque saben que es lo mejor para ellas. Porque saben que son débiles”.

    Por más que intentara sentir arrepentimiento, no podía. No, cuando recordaba vívidamente la emoción que me había invadido cuando tenía la oportunidad en mis manos de aplastar su rostro. Visualizaba la sangre corriendo por el suelo lleno de moho y su cuerpo inerte tirado ahí, muy quieto y frío, y la satisfacción corría sin permiso por mi cuerpo. Me resultaba gratificante aquella imagen mental.

    Y me repetía una y otra y otra vez que eso no era algo que debía sentir; no era algo sano. Debía sentirme mal al respecto, debería estar retorciéndome de culpabilidad y, definitivamente, no debería estar deseando poder haberlo hecho. Pero no podía; era como si mi cerebro me gritara que había hecho mal al  no terminar con el trabajo, y mi corazón me indicara que era lo mejor.

    Tal vez sí podía herir a las personas, después de todo. Y, tal vez, lo disfrutara más de lo que hubiese imaginado.



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En el texto hay: mafia, amor, muerte

Editado: 21.02.2019

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