Miré por la ventanilla el cielo nocturno iluminado por las luces artificiales de los edificios y, muy débilmente, por las luces de las estrellas de la gran ciudad que se extendían en todo su esplendor, dándome la bienvenida. Los edificios se alzaban mágicamente, como rascacielos que llegaban hasta el espacio. Parecían indestructibles, poderosos; como si nadie pudiese derrumbarlos.
Aunque eso era una mentira. En algún momento todos encontramos nuestro punto de quiebre.
— Esperaba que fueras parlanchina. No haz dicho nada en todo lo que llevamos de camino — dijo Paco desde el asiento del piloto sacándome de mi ensimismamiento, apartando un mechón de su cabello rizado de su campo de visión. Su ceño se fruncía levemente, estaba totalmente concentrado en conducir —. Es bastante extraño ya que he hecho varias preguntas que necesitan respuesta —
Abrí mis ojos de golpe muy avergonzada. No lo había escuchado en lo absoluto. Excelente, no llevábamos ni una hora de conocernos y ya lo estaba ignorando.
Mal, Julia. Muy mal.
— Eh, lo siento. Estaba atrapada en otro mundo — respondí encogiéndome de hombros, como si eso fuese una excusa suficiente.
— No hay problema, nos sobra bastante tiempo para conocernos. El tráfico es un grano en el culo a éstas horas — me miró a los ojos y sonrió mostrando sus hoyuelos —. Créeme que sabré aprovechar cada segundo contigo —
Me volví hacia él para enderezarme y poder hablar como personas normales. No con él hablando hacia la nada y yo mirando el paisaje nocturno.
— Dime, Julia López, ¿qué tiene que pasar para que una chica tan guapa termine en un lugar como Queens? — preguntó en tono coqueto, con una sonrisa torcida colgando de sus labios y una ceja levantada. Era todo hoyuelos, rizos y ojos brillantemente verdes como esmeraldas.
— Cosas de las que no me gustaría hablar ahora. Ni en mucho tiempo. A demás de que mi hermano se casa mañana — respondí un poco nerviosa, jugando con mis dedos—. ¿Qué tiene que pasar para que un chico como tú termine en Queens? —
— Tranquila, guapa. Al principio es difícil para todos estar en un lugar desconocido con gente nueva. Pero, venga, tenéis a Andrés — se volteó con una brillante sonrisa clavando sus ojos en mí. Podía sentir como si con una mirada supiese todos los secretos que yo guardaba—. Y a mí, por supuesto —
Se rió débilmente, negando con la cabeza y mirando hacia arriba. Su risa era suave y calmada, como una dulce melodía de piano. Podía o no podía haberme quedado un poco anonadada con aquel sonido.
— Respondiendo a tu pregunta, hace unos 3 años conocí a Andrés en un festival allá en Sevilla. Parecía un gran sujeto, charlamos y salió a colación el tema de que él estaba comenzando un negocio, me pareció una buena oportunidad. De ahí nos hicimos mejores amigos y socios — hablaba tan relajadamente, sin alterar o subir su tono de voz en ningún momento.
Lo había conocido hace unos minutos y él parecía muy a gusto conmigo, como si nos conociéramos de años. Era envidiable su capacidad empática con las personas.
— ¿Cuáles son tus planes en la gran ciudad? — cambió fácil y radicalmente de tema mientras yo seguía analizando lo que acababa de decir. Seguía analizando toda la impresión que él me daba, realmente.
— Eh, bueno, no estoy muy segura de lo que quiero exactamente. Planeo primero hablar con mi hermano, que él me diga cómo puedo comenzar. No tengo todavía una visión muy clara de lo que voy a hacer aquí — asintió atento a mis palabras, todavía con esa expresión indescifrable que tenía. Lucía cálida y a la vez distante.
— Supongo que está de más decir que puedes contar conmigo para lo que necesites, preciosa — se volteó y me miró con ojos brillantes y hermosos. Desde ese momento sabía que nunca me cansaría de ver aquellos ojos.
Me encogí de hombros y sentí un poco de rubor en mis mejillas. Tal vez era por la intensidad de su mirada, o tal vez era algo más. Con las emociones nunca podías dar nada por sentado.
El resto del camino transcurrió normalmente, con el sonido de las suaves canciones que pasaban en la radio, conversaciones amenas y una que otra pregunta atrevida. Paco se comportaba tan calmadamente que parecía imposible que alguien así existiese, no se dejaba perturbar por el estrés de estar atrapado en el tráfico con conductores insolentes y todavía tenía paciencia para escuchar atentamente cada una de las preguntas que le hacía y las respuestas que le daba. Éramos dos extraños atrapados en un pequeño espacio y en mi opinión, no eran las mejores condiciones para conocernos. Pero, sin embargo, él no parecía tener algún problema con ello.
Editado: 21.02.2019