— Eres un hijo de puta — le susurré a Andrés, al tiempo en que caminábamos por el largo pasillo.
Sí, yo era quien llevaría a mi estúpido hermano al altar bajo la mirada de todos aquellos invitados –que ya me odiaban- y de la odiosa de Madison esperando que cometiera algún error. Perfecto.
— En algún momento me lo agradecerás — susurró en mi oído con una sonrisa de suficiencia.
Estaba muy feliz por él; comenzaba una nueva vida junto a una chica maravillosa en una ciudad a la que muchos soñaban con visitar –me incluía- y parecía que todo iba viento en popa. Nunca me había sentido más feliz por alguien en mi vida entera, pero también tenía miedo.
Miedo de que él se diese cuenta de que, realmente, no me necesitaba. De que se sintiese tan lleno con las cosas que la vida le estaba ofreciendo que no tuviese ganas de lidiar con alguien que sólo podía llevarle problemas como lo era yo.
— Ese momento no llegará, créeme — estaba irritada con las miradas que se clavaban en mi espalda. Todos ellos sólo me veían como la diversión de su fin de semana, un payaso que estaba aquí para entretenerlos.
Después de lo que había parecido una muy larga caminata que casi pudo haber sido agradable, llegamos hasta el altar. Miré fijamente los brillantes y felices ojos de mi hermano, sintiéndome anonadada por la burbuja que nos envolvía. Entendí que, no importase los sacrificios que tuviese que hacer o lo mucho que tuviese que luchar, haría lo que fuera por ver ésa mirada en sus ojos.
— Lo hará, cuando sea yo quien te entregue a la persona con la que estés dispuesta a pasar el resto de tu vida — besó mi frente y me regaló una última sonrisa antes de soltar mi mano y pararse ante el hombre que los casaría.
No podía describir el sentimiento que se clavó en mi pecho, pero era casi parecido a la decepción. Él estaba hecho para esto; siempre había sido como un caballero de brillante armadura, buscando alguna princesa que mereciera y necesitara ser protegida. Para su suerte, Charlotte era de esa clase de princesa y habían creado su propio cuento de hadas. Tenían una historia que cualquiera envidiaría.
Pero, desgraciadamente, yo no era ése tipo de personas. Siempre había estado sola, y si estaba así era porque lo disfrutaba. No había sido hecha para tener relaciones duraderas o para entregar mi corazón a alguien que lo valorase, por lo que era lamentable que él todavía tuviese esa esperanza cuando yo la había perdido hace mucho tiempo.
“Si las personas están contigo es por lástima, Julia. Nadie sería capaz de ser tu amigo sólo por tu forma de ser”
La marcha nupcial se escuchó en cada rincón del gran salón en el que estábamos y Charlotte apareció luciendo como una muñeca. Su vestido era pomposo y lleno de brillo, con detalles florales esparcidos en el corpiño y que caían delicadamente como si ella se las hubiese arrojado. El delgado velo caía sobre su rostro, dándole ese toque angelical que sólo ella podía lucir; pero, entre todos los accesorios que llevaba puestos, la sonrisa que había en su rostro era el que más brillaba.
Me preguntaba si, por alguna razón del destino, algún día viviría una situación como ésta. Y bloqueaba todo rastro de aquel pensamiento tan rápido como llegaba, porque sabía que me chocaría contra la realidad antes de que la ilusión se apoderase de mí.
— Queridos hermanos… — la grave voz del sacerdote se escuchó cuando Charlotte llegó finalmente al altar. El intenso amor que se transmitían mi hermano y ella se sentía en todo el lugar, casi podía ahogarme por completo. Era como si de ellos desprendiese un aura mágica que absorbía todo a su alrededor—. Estamos aquí reunidos para unir a Charlotte Mayer y a Andrés López en sagrado matrimonio…
Casi en un parpadeo, la ceremonia había acabado y Charlotte y mi hermano ya estaban formalmente casados e intercambiando saliva. No me malentiendan, se veían adorables haciéndolo porque eran una pareja perfecta, pero a veces era un poco duro tener la felicidad de otros en tus narices y saber que algo así nunca te ocurriría.
Nos encaminamos hacia la salida del hermoso salón donde se había llevado a cabo la ceremonia, bajo los flashes de las cámaras fotográficas y las expresiones de alegría de todos los invitados por la pareja. Había flores, luces y personas riendo fuertemente. Mi cabeza quería estallar.
Una vez fuera, nos dirigimos a la gigantesca terraza donde se organizaría el banquete. Ya era de noche y las estrellas bañaban el cielo nocturno, siendo así un paraíso que sólo podíamos apreciar a éstas alturas. Me senté en el lugar donde había un cartel con mi nombre escrito, bastante alejado de la mesa de los novios. Era lamentable porque realmente quería estar con mi hermano y su adorable esposa. De todas maneras, no iba a quejarme, era su noche especial.
Editado: 21.02.2019