La lanza del sur

8.- La cordillera de Goliardo

El anochecer llegó rápido, las estrellas apenas podían verse mientras el sol empezaba a descender. Esa noche no había luna y Kail aprovecharía esa ventaja. Se puso la capucha, tomó su lanza blanca y se disponía a internarse en aquel poblado de piratas.

-¿Quieres mi ayuda? Podría crear una distracción para esos sujetos- le dijo Jikú comiendo un pedazo de carne seca que había conjurado un par de horas atrás.

 -Me será más fácil así- contestó Kail- espérame aquí Jikú, entraré a buscar a Mylia y saldremos de ahí.

-¿Y Ox?

-Si lo encuentro lo mataré… como lo hice con el cazador de esclavos-

El mago se puso de pie y observó las antorchas que empezaban a brillar por todo el poblado. Podía verse claramente las numerosas cajas de provisiones y mercancías robadas, el alimento de los animales y tinajas de agua y aceite.

-Esto no es un cazador de esclavos- dijo Jikú –esto es un campamento pirata que se prepara para huir a las montañas, sin mencionar que son orcos armados.

Kail tomó su lanza y dijo –y yo ya no soy un niño escondido entre los escombros-

Veloz como una sombra y oculto entre las luces del crepúsculo Kail fue corriendo hasta el poblado donde esperaba encontrarme. La luz se extinguió y sin la luna los orcos dependían de sus antorchas y lámparas para poder moverse por el campamento.

Kail no tuvo problemas, poco a poco fue escabulléndose por las tiendas, ocultándose entre las cajas y tinajas, evitando los amarres de las bestias y sobretodo la luz. No había lugar que evitara más que la luz.

Los orcos pueden ser muy peligrosos aun si se encuentran en paz en Decertica, pero estos eran piratas, y aunque no lo fueran, su olfato era malo a comparación de su vista que aunque no podían ver con toda claridad en la noche podían percibir cualquier cosa que se moviese en la luz, Kail también debía evitar a los huargos y a los lagartos. Apenas se topó con una tinaja mal cerrada se cubrió el cuerpo con aceite y arena, siguió su camino hasta la fortaleza, Kail estaba impresionado por las precauciones de los piratas, en verdad le había resultado difícil llegar a la estructura. Ahora seguía lo difícil, la puerta estaba vigilada por un par de orcos armados con dos gigantescas hachas de hierro.

Arrojar una piedra sería lo primero que yo hubiese pensado, pero tal truco no funcionaría con los orcos, las distracciones del deber eran numerosas y una piedra que se movía no alertaría a un par de piratas protegiendo la entrada a su tesoro.

Kail pensó en escalar el muro, pero la piedra era lisa y las antorchas se encontraban bastante cerca de la cima, sin duda los orcos lo verían a medio camino. Las opciones se acababan, algunas lo revelaban y otras eran inútiles o muy peligrosas.

Kail empezó a desesperarse, pero cerró los ojos y se dijo a sí mismo.

-El Creador es mi luz, y mi guía.

Fue como si el Creador lo escuchara. Una campana se escuchó junto a una hoguera, ambos orcos empezaron a farfullar en su tosco idioma, parecían muy felices, dejaron las hachas y se retiraron a cenar. Kail no perdió la oportunidad, antes de que el siguiente par de guardias llegara, se escabulló por la entrada de la fortaleza.

Había logrado entrar, y ahora debía encontrarme. Para su mala suerte todo el lugar estaba iluminado, cada esquina, cada escalera, pero aprovechaba que los orcos habían ido a comer algo, por lo que se movía lo más rápido que pudo por los pasillos, husmeando y revisando cada habitación que encontraba.

A veces solo encontraba cajas vacías, otras llenas de oro y joyas, medicamentos y comida. Todo listo para ser trasladado, incluso encontró mercancías que él mismo había perdido en su primer viaje de Decertica a Tle'ne.

Hasta que llegó a lo que se suponía que era la cocina, donde se encontraba un único orco cortando y preparando el cuello de un lagarto de cuello alargado ya servido y decorado como si fuese el plato principal para un rey. El cocinero llamó a su asistente y entre los dos se llevaron el cuello asado.

Kail los siguió a hurtadillas hasta la zona más alta de la fortaleza, donde se encontraba una habitación enorme decorada con hermosas telas y tapizada con todo tipo de alfombras con al menos cinco pilas de oro y una de oricalco.

Lo que más sorprendió a Kail fue el gigantesco orco que devoraba todo lo que el cocinero le traía, si se hubiese desecho de los huesos, Kail no hubiera podido deducir que aquel orco de dos metros y medio se había devorado al lagarto de cuello alargado él solo y se mostraba ansioso por la sopa de la cabeza del mismo.

Kail se escondió tras la puerta mientras el cocinero y su asistente volvían a la cocina, volvió a asomarse con cuidado de no ser visto, el orco estaba maravillado por su comida, pero eso no era lo peor, ahí estaba yo, colgada en la pared con los brazos extendidos junto con otras jóvenes de distintas razas, todas encadenadas y colgadas a la fría pared de piedra.



#23623 en Fantasía

En el texto hay: fantasia, aventura, amor

Editado: 29.09.2019

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