Al transcurrir quince días, Kail había pasado a formar parte de mi vida, por las mañanas me acompañaba por los mercados para comprar alimentos, me hablo mucho del desierto rojo donde había nacido, e incluso me conto que su madre había muerto cuando él tenía cinco años a manos de un orco, a su padre nunca lo conoció.
Al transcurso del día, mientras yo atendía mis labores en el templo de nuestra señora del agua, Kail subía al séptimo circulo donde encontró un lugar entre todo el anillo militar donde podía entrenar con muchos otros elfos y donde le enseñaron a usar la lanza y la espada, el arco y el mandoble. Tal fue su habilidad que barios le llamaron Kail, “el que siempre falla con el arco”.
Aunque su puntería no era la de un elfo cualquiera, su habilidad con las otras armas si lograban compensar su gran defecto, aunque no podría decir que estaba a la altura de un soldado de Decertica, pues mientras ellos entrenaban en la academia militar que cubría gran parte del séptimo piso y los túneles de este, incluso a veces en el gran coliseo en el centro de Decertica, Kail solo entrenaba en una academia donde solo le enseñaron a usar las armas.
Por las tardes paseábamos por los hermosos jardines del templo de Nift, las plantas verdes que colgaban del templo eran hermosas, el templo blanco con incontables fuentes y lagunas cristalinas reflejaban la luz directo a la estatua de marfil de la Superior, que en verdad aviamos vestido con un gran vestido de seda azul, la estatua media alrededor de diez metros y sostenía el techo del cual colgaban muchas fuentes y plantas, sus ojos eran un par de zafiros, su mano izquierda llevaba una lanza dorada y su mano derecha sostenía un cántaro del cual salía la fuente más grande del templo.
Desde el balcón de los jardines, a donde se dirigía mucha, sino toda, el agua de las fuentes blancas para caer en otro conducto que la repartía a muchas otras fuentes de la ciudad, podía observarse el atardecer, en su totalidad, en el octavo piso se construyeron dos templos a la Superior Nift, uno viendo al oeste y otro al norte, ambos viendo al rio Nift.
El sol de la tarde le daba al templo un toque mágico, las fuentes parecían ser de cristal dorado, y desde el balcón no podía distinguirse donde terminaba el cielo y empezaba la arena. Allá, al oeste, estaba el gran cráter, no podíamos verlo por la distancia, pero tanto las sacerdotisas como nuestro Rey sabíamos que ahí estaba, una gran herida en el desierto causada por la batalla entre la que pudo haber sido nuestra reina y el líder de los cuarenta demonios. Lugar donde nuestro rey decidió para construir El Gran templo, El templo al Creador.
Kail me acompaño ese día a contemplar el atardecer diciendo –escuche, que ella fue la primer sacerdotisa del Creador- yo le dije –así fue, la primer sacerdotisa, de la cual aprendieron las primeras diez, y las cien recibidoras, luego estamos nosotras, las seleccionadas y las que escuchamos el llamado del Creador para ir a servir en la construcción del gran templo.
Yo observaba el atardecer mientras Kail me envolvió el cuello con sus brazos con ternura y me dijo –estoy seguro que serás seleccionada, como dice el Rey “ten fe en el plan del Creador”-
Me di la vuelta para poder verlo a él, en el tiempo que llevamos juntos, no me avía dado cuenta de que me perdía en sus ojos, esos profundos ojos del color del fuego, causaron en mi algo que no podría explicar con palabras, podía ver en ellos que esa sensación también nacía en él, mi mente estaba en blanco, mientras Kail se acercaba a mí con lentitud, sentía como el corazón se me aceleraba golpeándome el pecho.
Kail se inclinó asía mí, cerré los ojos mientras él tomaba mi mentón con su mano con suavidad, por un momento sentí que dejaba de respirar, sentía como los Dijins de los Superiores hacían que el sol y la luna se detenían solo para nosotros.
-Disculpen estoy buscando a la aprendiz Mylia- maldito sea aquel que nos devolvió la conciencia antes de que tuviésemos el último contacto, maldito sea aquel elfo blanco de larga cabellera albina y túnicas blancas como la nieve que osó interrumpirnos.
Frente a nosotros había llegado un elfo cuya raza no podíamos identificar, era alto como un elfo de la noche, pero tanto su piel como su forma de vestir se asemejaban a un elfo del viento, sus finos rasgos eran los de un elfo del agua, pero era delgado y elegante como los elfos del desierto.
-Yo soy Mylia- le dije al separarnos reteniendo una gran furia e impulsos de golpear al albino, quien se arrodillo ante mi diciendo en un tono noble.
-Mi señora, ha de saber que ha sido seleccionada para servir en El Gran templo, como sacerdotisa del Creador, he sido enviado por mi señor para acompañarla al desierto de la verdad al noreste del desierto central-
No podía creérmelo, hasta que menciono el desierto de la verdad pensé que se trataba de una broma, pero solo aquellas sacerdotisas seleccionadas por el Rey de Decertica sabíamos que para servir en el gran templo, que el lugar de la prueba eran el aquel lejano desierto.