La Legión de los Malditos

Prólogo

Con un último aliento de dolor, la gran Oráculo en su lecho de muerte recitaba una definitiva visión, y los guardianes de La Legión escuchaban con lágrimas retenidas y puños cerrados de rabia. Ese día fue el final al igual que un comienzo.

—Lágrimas de dolor caerán, una nueva era de oscuridad se cernirá, a la muerte alabarán por la culminación del caos, y la elegida renacerá con sangre en las manos.

(...)

Con desespero una mujer corría por el bosque, llevaba en sus brazos lo que era esperanza y salvación. Una bebé de sólo unos meses, quien no lloraba ni emitía sonido, mas observaba todo expectante como contando las escasas estrellas en el cielo; la recién nacida no era alguien común, así como su linaje tampoco lo era, y con tan poco tiempo de vida, su sangre poseía precio e historias por contar.

La mujer trastrabillaba con las rodillas raspadas y la ropa manchada de barro. En ella estaba el olor de la pérdida y la guerra. Sin rumbo, la mujer corría con un único objetivo, salvar a su hija a toda costa de la perdición que le brindarían los caballeros del rey. Un rey, sin dudas, sanguinario, pero no su rey. Calluhn nunca se sometería a Shullak.

La mujer, llamada Melania por su abuela, de aspecto harapiento pero de remitente noble respiraba en medio del caos, cubierta de tanta sangre que desconocía si pertenecía a ella misma, o al hombre que había asesinado para escapar. Sus piernas temblaban pero ella seguía reacia a dejar de luchar, por desgracia para aquellos quienes le perseguían; como había prometido a la reina, la niña debía vivir.

No mucho más lejos de donde ella corría se empezaban a escuchar la marcha de los ejecutadores. Cazaban a esa madre desesperada y esperaban su rendición, pero eso nunca sucedería. Melania moribunda y casi por dejarse caer, vislumbró una choza a lo lejos, llegó cojeando y tocando la puerta con insistencia, hasta que una mujer le recibió mirándole horrorizada.

—Señora, ayúdeme, por favor. Me están persiguiendo, para matarla, quieren matar a mi bebé —dijo Melania tendiendo su hija a los brazos de la extraña, confiando en que los dioses guiaron su camino hasta aquella —Cuídela por mí; Por amor a los dioses, por Odín y Freya, protegerla con su vida.

—Lo haré, la cuidaré. Por amor a los dioses, por Odín y Freya —balbuceó la señora, recitando el juramento como un suspiro en el aire lleno de azufre.

La madre miró al cielo agradeciendo a los dioses por su oportuna intervención, para luego besar la frente de su hija con cariño; y dirigiéndose a la señora,tendiéndole un sobre abultado, alegó.

—Tome esto. Deberá dárselo a mi hija cuando cumpla la mayoría de edad. Ella sabrá que hacer cuando lea la carta.

La mujer se alejó unos pasos y miró por última vez de reojo la choza, y corrió en dirección apuesta, alejándose todo lo posible, borrando el rastro de su hija con esmero. Porque para el mundo esa niña no existiría. Y en medio de su rigorosa tarea, caballeros con el emblema de Shullak colgando en sus pechos le rodearon, pavoneándose cínicamente. Uno de los caballeros bajó de su caballo, el cual en su caminar demostraba superioridad ante la osada noble.

—Deberías sentirte avergonzada por tus vagos intentos de escape —musitó siniestramente, con la luz de la luna alumbrando las cicatrices que adornaban su rostro.

—Mi objetivo nunca fue escapar, yo diría que no he fracasado del todo —respondió Melania con un deje de arrogancia, sacando directamente de su bota una daga.

Los hombres rieron ante lo que les pareció un intento de lucha, pero aquella mujer no tenía dichas intenciones, mucho menos los dioses.

— ¿Dónde está la niña? —preguntó con dureza Cassian.

—Donde nunca podrás encontrarla —susurró ella para, sin miedo, cortar su cuello en un solo movimiento y caer al suelo, sin vida.




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