La Legión de los Malditos

Engaño del devoto

Vesta estaba en sus aposentos, descansando de la larga mañana que había tenido al supervisar el área de agricultura, verificando que el sol estuviera funcionando de la manera correcta y que se mantuviera a una temperatura estable que no afectara al crecimiento de las plantas. La concejal estaba exhausta. 

La mujer se preparaba para sentarse en su sillón preferido, lista para descansar un rato antes de irse a su cama a tomar una siesta. Hasta que escuchó el portazo que su hija le dio a la puerta de la entrada, soltando gritos y maldiciones que los mismos dioses se hubieran sentido apenados de escuchar. 

Sin dudas, Vesta amaba a su hija con toda su alma, pero también podía admitir que era una malcriada, y ni siquiera una mano dura podría cambiar tan nefasto temperamento. 

— ¿Qué ha pasado para ponerte de esa manera, Samay? —preguntó Vesta, sin ponerle mucha atención, conocía a su hija, no se necesitaba mucho esfuerzo para sacarla de sus casillas.

— ¿Que qué ha pasado, acaso no lo has oído? ¡La elegida me ha quitado mis poderes! Madre, ahora no puedo hacer nada, ni prender una mísera vela —vociferó entre lagrimones Samay.  

Vesta se sintió turbada, sin saber por qué razón una persona que dice esparcir tanta luz le haría daño a su pequeña hija. Por lo tanto, la Callh de fuego tuvo dudas y trato de sentir en su hija algo de aquella electricidad que todos los Callh sentían al estar cerca de otro, pero no sintió nada. 

La madre, temerosa de la pérdida de los poderes de su hija le ordenó acercarse a ella.

 —Ven junto a mí, hija. Haz una llama así como lo practicamos —insistió Vesta a su hija. Esta sollozó con fuerza, pero aun así posicionó sus manos, y nada apareció — ¿Cómo te hizo esto?

—No lo sé. Todo fue tan rápido, mamá; la elegida apareció de la nada y empezó a reprenderme, como si estuviera haciendo algo malo —lloró la niña, mintiendo descaradamente a su madre —Por favor, dime que harás algo para recuperar mi elemento. 

La furia se adueñó de la concejal, su cuerpo se levantó con rapidez de su sillón para desaparecer de sus aposentos. Sabía que su ojos estaban en llamas, en esos momentos a aquella madre no le interesaba que tan importante y poderosa fuera la elegida, ella la enfrentaría por eso que le había hecho a su hija. 

Nyliare en esos momentos se dirigía al sanatorio, con tranquilidad con las intenciones de volver a visitar a Valya luego de su conversación con Galesha, pero fue interceptada por la concejal Vesta con ambos brazos prendidos en llamas que pronto fueron direccionadas a su cuerpo, pero antes de que estas impactaran en su cuerpo las llamas se extinguieron nada más un gesto sorprendido de parte de la elegida. 

La elegida estaba pasmada, esperaba algún tipo de reacción por parte de Vesta, pero nunca que pretendiera matarla o herirla. 

— ¡Quiero que le devuelvas sus poderes a mi hija, ahora mismo! Es un derecho de todo Callh obtener sus poderes al nacimiento y usarlos con libertad —acusó Vesta, amenazando a Nyliare una vez más con sus flamas. 

—Vesta, Samay quebró las leyes de Blackhar. Sí, todo Callh tiene derechos sobre su elemento, pero solo aquellos que tengan luz en sus almas, tu hija está llena de odio y oscuridad —Nyliare trató de razonar con la concejal, pero ante lo dicho la furia de Vesta solo fue alimentada con leña. 

— ¿Cómo te atreves? Estás abusando de tu poder y tu posición como elegida, eres una vergüenza para dioses y para tu gente —dijo Vesta, ofendiendo a la elegida sin importar que otros escucharan —Me encargaré que el concejo te haga pagar y devolverle sus poderes a Samay. 

Así la mujer salió de los pasillos, furica como ella misma y sin control sobre sus decisiones. Vesta volvió rápidamente a sus aposentos y tomó una larga capa antes de volver en sus pasos, tropezando en uno de los pasillos con su compañero Clyte. 

El hombre inmediatamente al ver el estado de Vesta quiso preguntar, pero fue ignorado perfectamente por la prisa de la mujer. La Callh de fuego continuó su camino hasta la salida de Blackhar, pidiéndole al túnel que succionara su cuerpo al exterior del refugio. Vesta dejó Blackhar atrás, encaminandose con apuro en dirección al pueblo en donde un poderoso general la esperaba ansioso. 

Clyte, sin embargo, conocedor de la impulsividad de su compañero, sabía que no podía dejarla ir sola, fuera a donde fuera, así que decidió seguirla. Sin mucho esmero se apresuró en seguir a la veloz mujer, dejando un buen espacio entre sus pasos para evitar que ella notara su presencia tan sencillamente. 

Y así fue, el camino de Blackhar no era tan largo, y con la agilidad de ambos Callh, lograron llegar al pueblo en menos de una hora. Vesta parecía cómoda en su larga capa, pero para el infortunio de Clyte, él se encontraba encogido por el helado ambiente que se respiraba en Calluhn. 




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