La Legión del Nilo

I: El Niño de la Frontera.

Las dunas en la arena parecían olas estáticas que se perdían hasta el horizonte, cuyos picos eran erosionados sutilmente por la obra del viento. El desierto que rodeaba Ammonia era como un mar infinito, y bajo la luz cada vez más lejana del sol, perdiéndose de vista en su recorrido hacia el oriente, las dunas se teñían de un color semejante al rubí. Un mar granate bajo un cielo de un brillante color carmesí.

Los ojos de Horsi Silvani se perdían en esa inmensidad, sus ojos llenos de asombro y su boca esbozando una amplia sonrisa. En medio de las dunas, allendes a Ammonia, el joven soñaba con poder ir lejos. Bueno… no en esa dirección, que más allá estaba la frontera con el Reino Parto, el remanente que quedaba del imperio que alguna vez enfrentó la supremacía alejandrina en Mesopotamia. Horsi, con su estatus de ciudadano alejandrino, no iba a ser muy bienvenido allí, por más que la familia de su madre fuera oriunda de Persia.

No, no pensaba en el sur. Aquello era un mundo desconocido y hostil, no era lo que buscaba. Más bien pensaba en lugares lejanos, pensaba en otra dirección: el oeste. El corazón del Imperio Alejandrino, la mismísima Alejandría, el lugar donde estaba el Hipateion, la academia de tecno-magia más prestigiosa y quizás de mayor trayectoria del imperio, tal vez incluso del mundo entero. Nunca había conocido aquella maravillosa ciudad, más allá de los relatos del viejo Neb, un mercader ambulante kushita que, cuando él era apenas un niño, siempre pasaba por Ammonia y compartía relatos sobre la gran ciudad. Era un tipo bien raro, muy llamativo, de piel como el ébano, vestía un kameez rojo sangre con detalles en negro y su cabeza solía estar cubierta con un pañuelo blanco enrollado que le enmarcaba el rostro.

Siempre traía productos exóticos en su caravana y su lengua traía historias de los sitios lejanos que visitaba, aunque a veces hablaba de cosas… un poco inquietantes (sus historias sobre momias se volvían verdaderos relatos de terror en la imaginación de los chicos de Ammonia por todos los detalles que compartía), pero sus relatos sobre Alejandría eran la maravilla de los chiquillos de Ammonia, y la imaginación de Horsi estaba genuinamente excitada al escuchar semejantes relatos.

Neb les había contado que era el destino soñado para cualquier muchacho que tuviera talento con la magia, y Horsi Silvani estaba henchido de talento, o eso le había dicho Neb una vez, mientras éste preparaba su caravana para irse. Lo tomó aparte un momento, lo llevó dentro de su caravana, un carromato cuyo interior era una mezcla de rojos y dorados en su madera, que se movía gracias a baterías de ka que llevaba en el motor. El sonido de un silbido eléctrico (hecho por las baterías en funcionamiento), sumado a los sonidos de cascabeles y el tintineo de los cachivaches que llevaba dentro, eran lo que advertía a la gente de Ammonia de que Neb estaba por llegar.

Al fondo de la cesta de la caravana dormía un perro de aspecto delgado, de rostro alargado y totalmente negro, el cual era el perro que vigilaba la caravana del kushita cuando éste no estaba presente. Aunque nunca ladraba ni nunca atacó a nadie del pueblo, no había ladrón que quisiera acercarse luego de verle a los ojos, quiénes después salían espantados como si hubieran visto las puertas del Duat abriéndose delante de sus narices.

Mientras el niño desviaba la vista del perro y se concentraba totalmente en las maravillas que llevaba el kushita dentro de su caravana (artefactos mágicos de Babilonia, amuletos de Kush y la Hispania cartaginesa, libros con ilustraciones de animales fantásticos, escritos en koinilótico - la lengua oficial del imperio - arameo, acadio, hebreo y persa. Todos los objetos de diferentes tamaños, colores y formas, pero todos una maravilla para los ojos) el mercader rebuscó en cajones de mercancía con una calma absoluta.

— ¿Eres de Roma, jovencito? - preguntó Neb en un momento en el que rebuscaba entre sus cosas.

— ¿C-cómo, señor? - Preguntó Horsi saliendo de su pasmo.

— Te pregunto si vienes de Roma, muchacho. - insistió el mercader kushita, aunque su tono se mantuvo amable. - Tu perfil me recuerda mucho a la faz de los romanos, aunque tu piel es más bronceada, pero la nariz, la altura de los pómulos, la barbilla… me dan esas emanaciones.

— Nací en aquí, en Ammonia, señor. - Le respondió Horsi, con una sonrisa, mientras se rascaba la nuca. - Aunque mi padre si es de Rávena, solamente que ahora vive aquí.

— ¡Ah! Comprendo… - Dijo el hombre mirando de soslayo a Horsi, con una sonrisa misteriosa pero también cómplice. - ¿Y tu madre también es de Ammonia?

— Ella sí, es de Ammonia. Pero… - Horsi se pausó, dejando de rascarse la nuca, mientras hacía una mueca, era algo que él no mencionaba mucho, sobre la procedencia de su madre.

— ¿Pero qué, pequeño? Dilo. - Le animó Neb, su tono era amable pero insistente.

— Bueno, no hablamos mucho de eso, pero… - el muchacho suspiró mientras su rostro se ensombrecía. - Mi familia materna es parta, se refugiaron hace décadas en el imperio.

— ¡Ah! Un hijo de Roma y Persia. Eso es interesante. - Dijo el hombre con una sonrisa, mientras parecía encontrar algo entre los cajones.

Una vez Neb se enderezó y comenzó a cerrar la tapa, Horsi pudo ver que se trataba de una empuñadura ennegrecida, la forma del pomo era circular, al igual que la guarda tenía una forma de cono circular invertido. Ambos daban la impresión de haber sido hechas de bronce, o por lo menos de haber tenido ese color en tiempos, y sobresaliendo de la guarda salía parte de la hoja de una espada, una hoja mellada y oscurecida por el óxido.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.