La ciudad está completamente destruida por las bombas que incesantemente caen desde las mortales alturas. Si no las cuento por docenas no cuento ninguna. Anhelos, ideas y proyectos de futuro quedan incinerados en un instante.
Proyectiles que a todas luces ya no pueden hacer más daño porque nada queda en pie. Soy líder de los supervivientes y ahora mismo los guío a través de alcantarillas repletas de ratas, cadáveres y olor a muerte. Creen ciegamente en mí porque me ven como el salvador venido de la desesperanza. Si supiesen que yo tengo mucho más miedo que ellos…
Tal vez sus expectativas, las pocas que puedan quedarles, los empujen a creer ciegamente en algo. Una suerte de esperanza que late intensa hasta que deja de hacerlo. En realidad yo soy incapaz de salvar a nadie, ni siquiera a mí mismo…
Sin embargo aquí estoy. Último bastión al que aferrarse con uñas y dientes cuando todo lo demás se ha fraccionado. Yo, impostor hecho héroe por una serie de casualidades que no vienen al cuento...
Cuanto existe en derredor se va muriendo. Cada centímetro de humanidad reducido a trizas; cada jirón de metal ha perdido su ocasión de contar historias de décadas pasadas. Lo que queda de nosotros suplicamos al cielo mas Dios ha dejado de existir fuera del papel y de la palabra…
Estoy acomodado en un tren, sentado al lado de la ventanilla. Veo el paisaje pasar como líneas entremezcladas sobre una paleta gigante. He abierto los ojos y con este gesto natural dejo de ver muerte y desesperación en las miradas ajenas. Ya no soy ese líder de barro aguado que conozco tan bien. Solamente un hombre de a pie sin grandes pretensiones, agarrando firmemente el sombrero pues no vaya a ser que una traicionera bocanada de aire me lo quite…
Voces de otros pasajeros dialogan a tenor de cierta guerra en ciernes. Niños alborotados juegan al escondite mientras charlatanes vivaces intentan colocar artilugios milagrosos para afrontar los malos tiempos que juran están por venir.
Un ligero traqueteo aletarga mis sentidos. Bajo la cabeza, retiro la mano del sombrero y éste permanece en su sitio. La modorra fácilmente me vence. Diviso rostros anónimos pálidos y enfermos; manos huesudas implorando un apretón y cuerpos hambrientos muriendo en la lenta agonía del olvido…
De repente una concatenación de enérgicos retumbos me hace regresar de la mala siesta. Caen bombas por todas partes. Mi sombrero se va al suelo y mientras rueda es pisoteado. El tren se ha detenido a tiempo. Las vías han saltado por los aires unos metros más adelante…
Los pasajeros gritan sin voz y con ella. Gente aterrada apura por los corredores sin piernas y con ellas; con o sin pies, sin saber adónde ir. Los más débiles fallecen pisoteados.
Las bombas explotan en boleros y pasodobles. Yo aquí prosigo, buscando mi valor y mi sombrero. Yo, líder incapacitado siento que los he conducido a la expiación de sus pecados. El tren salta por los aires al mismo tiempo que corremos como condenados por las alcantarillas… La muerte acecha en cada recoveco…
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filosofía y surrealismo, pensamiento y razonamiento, actos y consecuencias
Editado: 01.08.2024