La Leona En La Cantera Del Pandicornio

CAPITULO 6

Rogelio Gabaldi, hermano menor de Ricardo, era todo un gandul: irresponsable, bueno para nada de provecho. Se daba vida de play boy gracias al sobre pagado salario que recibía cada quincena. Hacía unos años que laboraba con su padre quien, seriamente preocupado por él, le asignó un puesto importante en su empresa. Rogelio lo aceptó como si fuera él quien estuviera haciendo el favor y, habituado a tener todo gratis, atendía sus obligaciones laborales solamente media jornada. Vivía en ese precioso y caro edificio, enfrente de la casa de Ricardo, porque, para variar y en cumplimiento a su menester de facilitarle la vida a su inútil retoño, Ricardo sr. se lo había regalado al adquirir el conjunto. Ahora, a sus 42 años, caía perdidamente enamorado de Cinthya Rosas, una vividora que tenía cuatro hijas: Ivette, Kenia, Casandra y Teana Rosas. Contaban 18, 16, 14 y 12 años, respectivamente, además de distintos ADN´S. Cinthya era una mujer vulgar e imprudente en sus maneras, su vestir era provocativo y en su hablar resultaba confianzuda. Si hubiera podido ser más corriente, habría llegado a darle toques a quien se le acercara. Encontró en Rogelio al hombre perfecto, según sus estándares, pues era despreocupado, fiestero, espléndido y rico. Al menos, eso creía. Al vago le pareció que sería una buena idea invitar a Cinthya y sus hijas a vivir con él. La familia puso el grito en el cielo pero a él le valió sorbete. Estaba acostumbrado a hacer lo que le venía en gana y se encontraba bajo la obsesión lujuriosa de las mañas y libertades sexuales que Cinthya le ofrecía. Eso era todo lo que le importaba.

 

Ivette Rosas, la hija mayor de Cinthya, era, por obviedad, el reflejo de su madre: No había querido continuar estudiando después de terminar arrastrando la secundaria y trabajaba, a ratos, en alguna tienda departamental o supermercado. Se enredaba con cualquiera que le gustara buscando encontrar quién la mantuviera y se hiciera cargo de su humanidad.

 

Gilberto continuaba sin hablarle a Narah. Se encontraban inevitablemente en los ascensores del edificio. Él miraba fijamente el tablero marcador como si así fuera a llegar más rápido y ella se limitaba a mirar los botones. Nadia encontraba la situación extraña pero le alegraba mucho pues, al igual que Jaziel, había notado las miradas y maneras exageradamente atentas que su novio le dirigía.

 

Jaziel cumplía cabalmente con sus estudios y servicio militar. Sus antiguas amigas habían reclamado abiertamente el tajante abandono y se reían o se enojaban cuando él confesaba tener novia y estar enamorado.

 

Narah comenzó a notar el tenso lenguaje corporal de su madre cuando Daniel estaba cerca. Le resultó evidente que sentía algo por él. Sabía, desde hacía algún tiempo, que el hombre estaba enamoradísimo pero que respetaba demasiado la memoria de Ignacio como para declararlo. Y quedaba claro que ella jamás lo aceptaría ni daría pie a nada a aquél buen hombre. La idea de hacer algo para que su madre estuviese con él comenzó a rondarle la cabeza.

 

A finales de mayo, el teléfono repicó en la madrugada. Bea entró a la habitación de Narah con semblante serio, le entregó la bocina y salió cerrando la puerta.

-¿…Bueno?

-Soy Carlos.

-¿Carlos…? ¡Carlos! ¿Quién te dio mi número?

-Nadie... Lo busqué en la agenda de tu abuelo... Disculpa que te llame...y sobre todo a esta hora.... Necesito hablar contigo.

-Carlos, es la una y media.

-Lo sé... Pero si lo dejo para después me faltará valor de nuevo...

-¿Estás tomado?

-Un poquito, preciosa... Solo lo suficiente para poder decirte que te quiero... Te extraño... No he olvidado el beso...

-...Yo...

-Sí. Ya sé que tienes novio... Solo quiero que sepas que te estaré esperando... No me importa el tiempo que tardes... Aquí estaré... No lo olvides... Te quiero... Y perdón por mi imprudencia... Adiós, mi amor.

Colgó. Narah se quedó inmóvil unos segundos. Retiró la bocina de su oído cual autómata. La sensación de aquella voz en su oído declarándole su amor la había sacado de balance. Fue a donde su madre.

-No es una hora apropiada para recibir llamadas. ¿No te parece? ¡Solo te lo pasé porque insistió demasiado!

-Te juro que no tenía idea de que me iba a llamar. ¡Jamás le he dado el número de la casa!

-¿Entonces por qué sintió la confianza de llamarte a esta hora y en ese estado?




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