La Leona En La Cantera Del Pandicornio

CAPITULO 8

Pasaron juntos toda la semana. Decidieron olvidar las clases esos días y disfrutar de su reconciliación. Pasearon solos y en compañía por toda la ciudad: cines, museos, parques, plazas, zoológicos, parques de diversiones fueron visitados. Jaziel estaba tan feliz que la noche del jueves, cuando llegó a casa de su abuela después de dejarla, se plantó en la cabecera del comedor y anunció exudando amor:

-¡Familia! ¡Tengo novia!

-¿Tienes novia?

-Sí, abuelita. De verdad. ¡Se llama Narah Arnaldi! ¡Berto y Luis Adrián la conocen!

-Sí, abue. -Respondió Luis Aarón. –Narah es su novia y es muy bonita.

-¡Demasiado bonita para él! También es muy simpática e inteligente. - Anexó Humberto con verdadera envidia.

-¡Invítala a comer el sábado! ¡Quiero conocerla! ¿Qué le gusta comer? Dime para hacerle su comida favorita.

-Le encantan las ensaladas, las milanesas napolitanas y el espagueti a la boloñesa, abue.

-¡Muy bien! La espero a las 2. ¡Puntualitos, ¿eh?! Nada de retrasos.

-Nada de retrasos, abue. Gracias. -Se agachó y la besó cariñosamente en la frente, mientras ella le daba palmaditas en la mejilla.

Humberto lo miraba con molestia. Narah le gustaba mucho. Cada vez que salían a pasear, trataba de estar cerca y era muy amable pero ella se alejaba y casi no le hablaba. Tenía verdaderas ganas de besarla y tocarla y no descansaría hasta ver saciado su gusto.

 

El viernes, llegó puntual a recogerla y se encontró en el ascensor con Gilberto, quien se incomodó mucho. Se miraron pero no dijeron nada. Jaziel se plantó firmemente en su posición de novio y el otro, sin poder resistir el desagrado, se agachaba impaciente. ¡El trayecto de esos siete pisos parecía eterno! Por fin, la puerta se abrió. El galán, burlón, le cedió el paso con una señal de la mano. Ni tardo ni perezoso el barbón salió.

-Con permiso.

-Pásale.

 

-¡¿Por qué no te disfrazaste?! -Dijo Narah al ver a su novio vestido regularmente.

-No se me ocurrió. -La tomó por la mano y la hizo girar. Quería verla: -¡Vaya, vaya! ¡Luces espectacular vestida de gángster! ¿De dónde sacaste el atuendo?

-Era el traje favorito de mi papá. Decía que lo amaba porque Mamá y yo se lo regalamos... Ayer le pedí a Lupis que me ayudara a arreglar la camisa para que me quedara. Esta corbata, la usó en mi graduación de la primaria. Es bonita, ¿verdad?

-Mucho... Lamento que haya fallecido... ¿Aún lo extrañas?

-Sí. Especialmente cuando estoy triste... Lo primero que hice el día que murió fue guardar todo esto en mi closet para que no se lo pusieran. Necesitaba tener algo que hubiera sido significativo para él... Tal vez parezca de locos, pero cuando me lo pongo lo siento un poquito. Es como si me abrazara y confortara. Lo usé mucho los últimos meses...

La abrazó, enternecido y después se dejó pintar la cara como oso panda para ir disfrazado a la fiesta a la que lo había invitado.

 

El sábado por la mañana fueron al partido de futbol rápido de la redacción periodística donde laboraba como reportero Humberto Vizcaíno, hermano menor de Carola y padre de Humberto. Jaziel se sentía feliz y orgulloso de presentarla. Sus amigos lo miraban con un dejo de envidia y él se inflaba cual pavorreal.

 

-¡Narah, linda! ¡Qué gusto me da conocerte!

-A mí también me alegra conocerla, doña Delia. Gracias por la invitación. Le entregó un presente. La anciana lo tomó enternecida y le acarició la mejilla en agradecimiento. Abrió la caja y admiró el hermoso crucifijo:

-Está precioso, hija. ¡Muchas gracias! ¡Y nada de doña! Soy abue Delia para ti. Eres la novia de mi Jazielito, ¿no? -La tomó del brazo, la apartó y en confidencia le dijo: -Debe quererte mucho. Nunca nos había presentado a nadie. -La abrazó sinceramente emocionada. –Me da mucho gusto que tenga a su lado a una muchachita tan bonita y buena como tú. Ya mi hija me ha hablado de cómo ha cambiado Jazielito desde que entraste a su vida. Yo ya te siento como mi nieta así que dime abue Delia.

Tomó la mano de la jovial anciana y respondió sonriendo: -Gracias. Será un honor para mí, abue Delia.

La señora le acarició la mejilla y la besó. Narah no había tenido abuelas: Dulce, madre de Bea, había fallecido cuando tenía tres años y a María, la madre de Ignacio, ni siquiera la conoció. Solo había tenido el cariño de sus viudos abuelos, así que la ternura de la abuela Delia la conmovió profundamente.




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