La Leona En La Cantera Del Pandicornio

CAPITULO 11

-¡Hola, Lupis mía! ¿Me extrañaste? –La mujer de ahora 64 años salió de la cocina frotándose las manos con un trapito para abrazarla.

-¡Mi niña hermosa! ¡Claro que te extrañé! ¿Cómo te fue? –Soltó la maleta y se arrodilló frente a su nana, le tomó las manos y con los ojos brillando declaró:

-Nana: Me encontré con Jaziel.

-¿Jaziel…? ¡¿El hijo del señor Ricardo?!

-¡El mismo!

-¿Y qué pasó?

-Me llevó a conocer a sus hijos… -Le habló de todo con detalle. -Pasé momentos muy lindos a su lado… Es el mismo Jaziel por fuera y en esencia pero mejorado por mucho: ¡Ahora es todo un hombre, nana!

-…Creo que es tiempo de que te diga que fue a buscarte a la casa el día que tú te viniste a Chiapas con tu abuelo, que en gloria esté, y el tal Carlos. Miró a su nana sin tanto impacto. –Sí. Fue a buscarme porque Pame y Mauro le dijeron la verdad. Llegó aquí el día en que me casé.

-Tenía un muy concepto equivocado de los dos. Perdona a esta vieja por meterse donde no la llamaban. –Abrazó dulcemente a la mujer.

-Nada tengo que perdonarte, Lupis. Tú eres la única madre que me queda y sé que todo lo que has hecho por mí ha sido solo por amor.

-¡Mi niña…! Estás feliz de haberlo visto, ¿verdad?

-Sí. Muy feliz…

 

Facebook y Whatsapp se encargaban de mantenerlos en contacto. Volvieron a verse en noviembre. Pasó una semana en Boca del río invitada para las festividades de día de muertos. La noche del sábado estuvieron en un bar karaoke propiedad de un amigo del ingeniero. Los amigos lo miraron asombrados, nunca había llevado a una mujer con él. Cantaron juntos “Colgando en tus manos”, Jaziel le cantó, aunque sin decirle nada abiertamente por supuesto, “Niña amada mía” y le pidió que le cantara “Me cuesta tanto olvidarte” y “Take my breath away”. Después, cuando cerraron el local dejando solo a los amigos hasta el amanecer, cantaron en un estruendoso coro, bebieron y se divirtieron mucho. El domingo la familia entera se reunió en casa de Carola. Todos los miraban, sabían que él la quería y se notaba que ella le correspondía pero ninguno de los dos daba el paso que se esperaba con tantas ansias.

 

El lunes se reunió con la odontóloga en su academia. Le mostró las instalaciones. Narah se maravillaba mientras recorrían los salones y talleres. La admiraba por su esfuerzo y por su empeño en lograr lo que se proponía.

El ingeniero arribó al lugar y las encontró hablando. Se quedó parado en el marco de la puerta. La veía y reveía, escuchándola; su voz, sus gestos y ademanes eran tan seductores que lo envolvían. Al igual que hiciese en Xalapa, en los espacios en que exponía, la captó con su celular; cada noche, antes de dormir, veía los videos y fotos que tenía de ella. Era tan profesional, tan segura… Se dormía admirándola, pensándola, deseándola, sus formas lo cautivaban. Ya no era la varita de nardo que había sido, se había redondeado deliciosamente. Lo hacía enervarse con cada mirada, con cada sonrisa, con cada movimiento inocente que hacía.

Al fin lo vieron. Disimuló y guardó el teléfono. Carola le pidió que le hiciera el dibujo de la boca que necesitaba para la clase y salió un momento para dejarlos solos:

-¡…Pe-pero, Chelis! ¡Sabes que me pones a parir chayotes cada que me pides dibujar!

-¡Ja, ja, ja! ¡Tienes chalán! ¡Pídele ayuda! –Se escuchó desde el pasillo.

Se miraron. Ella sonrió y tomó el gis de entre sus dedos. Miró el modelo y comenzó a trazar. Él, de nueva cuenta, la grabó sin que ella lo notara.

-Listo.

-¡Wao! ¡Está genial!

-Gracias pero no exageremos.

-En serio te quedó súper bien. –Moría por abrazarla. La vibra extraña que invadía el ambiente cuando estaban juntos se sintió nuevamente. Se acercó un poco.

-¡Ay! ¡Qué bonita te quedó, Narah! ¡Muchas gracias! –Se retiró ante la presencia abrupta de su madre.

-No hay de qué, Carola.

-¿Están listos?

-Sí. Vámonos para volver temprano. Debo pasar por los chamaquines a casa de su abuela. –Salieron a realizar pagos y hacer algunas compras. Narah, dando el lugar que merecía la madre, subió en la parte trasera de la camioneta. Luego de la primera parada, la madre intercambió lugares en su afán por acercarlos. Observó las miradas que se dirigían, lo bien que se llevaban y los detalles que su hijo tenía de manera natural para cuidarla y halagarla: El sol estaba muy fuerte y la mercadóloga se frotó un brazo, Jaziel sacó un franelita que traía en la bracera y se la puso encima. Narah la observó impactada. Ese sencillo gesto significaba muchas cosas. Lo miró, sintiendo sus ojos quitó un segundo la atención del camino, ese segundo bastó. Sonrieron entendiendo perfectamente lo que el otro quería decir.




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