AMARA CORTÉS.
El grito de mi madre hace que me estalle el corazón. Liam se aparta sin decirme nada y rasca su nuca.
— Es mejor que te vayas. —Dice— No quiero causarte problemas con tu familia.
— Si.. es mejor.
Aún con mi mano sujeta y sus ojos mirándome fijamente, logro tener el valor para irme en cuanto mi madre da el segundo grito llamándome. Me alejo de él a una velocidad media y sintiendo que debería quedarme.
Entro por la misma puerta que he salido.
— ¿Qué estabais haciendo? —Pregunta. Entiendo porqué me ha llamado como si se estuviera muriendo alguien.
— Nada mamá. —Respondo haciéndole notar que ha estropeado quizás la única oportunidad que tenía de confesarle mis sentimientos o que él.. me confesara los suyos.
Dejo la chaqueta en el perchero, dejo caer mi pelo que estaba sujeto en una coleta y suspiro. Posiblemente este encuentro sea el más difícil que hemos tenido, no sabría muy bien decir porqué, pero he sentido que algo había cambiado en él y en su manera de mirarme.
— Dios —Mi madre suelta un suspiro lleno de alivio mientras mira por la ventana— parece que he sentido que estaban llegando.
— ¿Ya? —Miro mi reloj— pero si apenas ha acabado la primera canción ¿Por qué han vuelto tan pronto?
— Evidentemente porque no confían en ninguna de las dos. —Contesta.— Ponte el pijama, se supone que estás enferma ¡Corre!
Subo las escaleras como si no existieran. Consigo cambiarme en un tiempo récord y me tumbo en la cama tapándome hasta arriba.
Vamos Amara, has ensayado la cara, no seas torpe ahora.
Liam parece que no ha subido a su habitación, la luz esta apagada y las cortinas cerradas ¿Qué estará pensando ahora? ¿Cosas buenas o malas sobre mi?
¡Deja de preocuparte!
LIAM COOPER.
Sofía me acribilla en la escalera y me obliga a sentarme.
— ¿Pizza?
— Sofía, no me invitarías a pizza si no quisieras sacarme información ¿No es así?
— ¡Obvio! No comparto mi comida así porque si.
— No me apetece hablar.
— No se lo has dicho. —Le da un mordisco— No te he estado espiando, tu cara expresa todo lo que no quieres decirme ¡Tío eres mi hermano! Lo sé todo de ti. Hasta cuando te da vergüenza decir que quieres ir al baño.
— ¿Eso último hacía falta?
— No, pero ha quedado.. ¿Horrible? —Me hace reír. Soportarla muchas veces se me hace cuesta arriba pero otras simplemente dejo que diga estupideces porque así me hace sentir un poco mejor.
— Su madre la ha llamado cuando iba a confesárselo y ha salido corriendo.
— Vaya, que oportuna. Pero también tengo que añadir que tú deberías habérselo dicho antes de poneros a hacer el indio con el sushi.
Acaba de delatarse, si que nos estaba espiando.
— Sofía ¿Nos estabas espiando?
— ¡Vale lo admito! Pero solo porque sabía que no lo harías. Amara te idiotiza.
— Es complicado.
— ¿Ya está? ¿Es complicado?
— Aunque se lo confesara ¿Cambiaría algo? Está claro que no. —Me da un golpe en el hombro.
— Cambiaría vuestra relación.
— Pero no sus leyes y tampoco a su familia.
AMARA CORTÉS.
Escucho la puerta abrirse. Me destapo y veo a mi abuelo acercándose con el bastón.
— Amara ¿Cómo te encuentras? —Pregunta con la voz que utiliza para hacer creer al resto de la gente que es buena persona. A mi no me engañará, no después de ver de lo que es capaz.
— Mejor.
— Hemos vuelto antes porque estaba preocupado por ti.
— ¿Ah si? No tenías porque, mamá me cuida bien y solo es un mal estar momentáneo.
— Me preocupas hija. —La palabra hija salida de sus labios es como un puñal para mi porque siento que quiere ocupar el lugar de mi padre. — No estás totalmente adaptada a nuestras costumbres.
— Si lo estoy.
— No vas a volver a faltar al culto. —Advierte fríamente mostrándose como realmente es. Autoritario y cruel.
— No he faltado por gusto, me sentía mal. —Le digo seria.
Silencio.
Sé que algo va a decir.
— Me gustaría que para aprender a comportarte te fijaras en tu tía. Ella siempre ha respetado las leyes y nunca ha hecho nada contra ellas.
— Abuelo —Me incorporo llena de curiosidad. Ojalá él pueda decirme más sobre porqué las leyes son tan estrictas.— ¿Cómo se dictaron las leyes de nuestra familia?
— Me alegra que te intereses por ello. Se dictaron hace años —Pasa la mano por mi cabeza— cuando yo ni siquiera había nacido.
Ahora entiendo porqué son tan retrógradas y absurdas.
— Pero... he estado averiguando y nuestras antepasadas, podían.. relacionarse con gente que no era como nosotros. No había problema, solo estaban vigiladas y ya.
— No vayas por ahí.
— Abuelo ¿Cómo voy a adaptarme si no puedo tener amigas? No puedo ni pararme a preguntarle la hora a nadie y mucho menos si es un chico.
Su expresión lo delata. Está empezando a enfurecerse por mis preguntas.
— ¿Acaso estás interesada en algún chico?
— ¿Qué? No. No estoy interesada en ningún chico, solo pregunto. No hace falta estarlo para querer ser amiga de las personas, se llama socializar.
— Y esto —Coge mi brazo— se llama nuestra ley. Cada una de las normas que existen ya existieron en nuestro pasado y no vamos a eliminar ninguna de ellas ¿Me escuchas?