AMARA CORTÉS.
Enciende la luz. Me asombra el cuidado que tiene con todo, no quiere tener que deberle nada a nadie.
— Ven.
Lo persigo hasta llegar a una mesa cerca de la ventana desde donde puedo ver lo hermoso que está el centro de nuestro pueblo hoy. Dejo las cosas encima de la mesa y pongo un lápiz tras mi oreja.
— ¿Aún sigues triste? —Pregunta haciendo que levante la cabeza de los libros.
— Creo que no puedo dejar de estar triste. —Respondo encogiéndome de hombros. — Supongo que siempre voy a tener una pequeña espina dentro de mí.
— Eso pasa cuando te quedas con mal sabor de boca. Cuando no puedes hacer algo que llevas tiempo deseando hacer.
— ¿Tú también lo has sentido?
Posa los codos en la mesa e inclina su cuerpo acercándose a mí. Responde con la cabeza y sonríe.
— De hecho lo sigo teniendo. —Confiesa— Siento que debí hacer algo cuando pude hacerlo.
— Deberías haberlo hecho entonces. Ahora no tendrías esa sensación.
— Siempre voy a tener esa sensación.
— ¿Qué es lo qué deberías haber hecho? ¿Ir detrás de tu primer amor? —Pregunto. Tenemos algo en común, a los dos nos sigue doliendo. — Perdona.
— No tienes porque pedir perdón, la primera chica que amé es parte de mi vida igual que Liam será siempre parte de la tuya.
— Pero tengo que entender que tampoco te gusta que te recuerden lo que ya no tienes. —Se le dibuja un bonito hoyuelo en el lado izquierdo de la cara tras sonreír brevemente.
— No me he referido a mi primer amor en ningún momento. —Me acerco más curiosa que nunca.
— ¿No? Juraría que si.
— Con mi primer amor no me quedé con mal sabor de boca. Tuvimos el tiempo suficiente para hacerlos felices.
— ¿Entonces? ¿Existe alguien más qué dejo a don perfecto con mal sabor?
— Si.
— ¿Quién?
— Tú. —Confiesa con toda la sinceridad del mundo. — Debería haberte besado aquella noche.
Siento como las mejillas me empiezan a arder ¡Oh no! No es buen momento para ponerme roja.
Giro la cabeza y trato de cambiar de tema con la máquina de café.
— Voy a por uno ¿Puedo?
— Puedes.
Mientras camino suelto un suspiro. No tenía ni idea que con unas palabras alguien me pudiera poner tan nerviosa. Hasta hace poco esa habilidad solo la tenía Liam.
— Te has sentido incómoda, lo entiendo perfectamente. —Lo miro de reojo.— No te preocupes, sigo pensando lo mismo que te dije.
— Y yo sigo pensando que no es normal que alguien tan enamorado pida que mi primer beso sea con otra persona. —Yo en su lugar no lo habría hecho nunca ¿Quién puede querer qué la persona qué ama se bese con alguien más?
— En ese momento no me estarías besando a mi. —Detengo las manos— Digo, físicamente si, pero tu corazón habría querido que al abrir los ojos fuera Liam y no yo.
Cierro los ojos.
— Cuando tú y yo nos besemos, quiero que al abrir los ojos sigas queriendo que sea yo.
Me acerco con los cafés.
— ¿Es qué nunca vas a decir nada qué me ayude a odiarte? —Pregunto con desesperación.
— ¿Quieres odiarme?
— No... yo... bueno, no sé porqué lo he dicho en alto.
— ¿Es qué una persona no puede querer la felicidad de otra? ¿Todos los tíos tenemos qué ser tóxicos y egoístas? —Pregunta mirándome fijamente.
— No es eso. Solo que cuando te conocí necesitaba odiarte, de verdad pensé que serías un capullo como lo son todos los que vienen a cenar a mi casa invitados por mi abuelo.
— ¿Y ahora qué?
— Simplemente no puedo odiarte.
— Tampoco creo que seas una persona que odia a la gente. —Dice en un tono calmado pero un poco alto.
— ¿Sabes lo qué es qué de repente toda tu vida cambie cuándo por fin parecía qué todo empezaba a ser normal?
— No, no lo sé.
— Llegaste y todo cambió. —Me siento frente a él sosteniéndole la mirada.
— Yo solo quería que te dieras cuenta de mi existencia.
— Lo hice, lo sigo haciendo.
Le da un sorbo a su café. La sonrisa que hace un momento por culpa de uno de mis comentarios, vuelve a aparecer.
Trato de dejar lo que hemos hablado atrás y me centro en estudiar matemáticas. Él me explica algunas cosas que no entiendo y yo lo ayudo con un trabajo que tiene que terminar para mañana.
— Me dijiste que tenías que estudiar para un examen.
— Te he mentido un poco —Ríe— necesitaba a alguien con buen gusto para esto.
— Ya veo, lo estabas haciendo horrible.
— Vaya, muchas gracias.
Le suena el movil varías veces hasta que le presta atención.
— ¿Algo malo?
— Mi padre —Dice serio— acaba de ir en busca de mi hermana. Seguramente está borracho.
— ¿Ella está bien?
— Si, solo está un poco asustada y mi madre quiere que la ayude a quitarle la borrachera. —En su tono es evidente la tristeza. Parece que no es la primera vez que pasa, ahora entiendo porqué nunca habla de su hermana ni de sus padres.
— Vámonos, puedes dejarme en mi casa e irte. —Aseguro recogiéndolo todo— Aunque puedo acompañarte.
— No, no hace falta. —Dice en un tono muy bajo— No quiero que tengas que verlo así.
— Hey —Lo agarro de la mano— no me importa.
— A mi si, él podría insultarte o decir algo hiriente y no quiero que te haga sentir mal.