Todos los días regresaba al lugar del accidente, nadie podría recordar ese mismo lugar a menos que fuera un pescador experimentado como Ayes. A pesar de solo tener veintiséis años podía guiarse con los ojos cerrados en el Mar de la región de Arinatea. Allí la mayor actividad era la pesca y Ayes había tenido el privilegio de nacer en una familia de pescadores. Pero aquel día fue donde comprobó por cuenta propia que el mar es un terrible poderoso.
La tormenta empezó como siempre, pero acabó siendo una de las peores desde hacía unos ocho años. La barca se cernía hacia todos lados sin control alguno. El tío Oker trató de mantenerlos a bordo, pero fue imposible. De manera precipitada después de rayos, relámpagos y olas surcando la barca, cayeron al mar.
Sorpresivamente, de una u otra manera, lograron sobrevivir, menos el tío Vincent que llevó la peor parte al ser golpeado por el mástil del barco sin tener oportunidad de luchar por su vida.
A pesar que habían pasado más de nueve meses, recordaba ese día como si fuera ayer. Aunque el bravío podría haber afectado sus facultades mentales, esa madrugada, tras luchar por sobrevivir, no había nadie que le quitara la idea que una sirena lo había rescatado y lo había mantenido abrazado. Incluso pudo sentir su resbaladiza y suave piel en todo momento junto a él. Juraba que se había quedado a su lado hasta que lo encontraron.
Su madre echaba la culpa a su abuelo por todas las leyendas que le contaba noche tras noche y que eran parte de su vida. Decía que aquello sólo le llenaba la mente de fantasías, que lo único que lo había salvado era que lo había encomendado a la Virgen de los pescadores. En cambio, su padre atribuía la salvación a sus dotes de nadador. Sea lo que fuera, él seguía creyendo que una sirena había sido su salvación. Por eso, día por medio venía al mismo lugar con la esperanza de volverla a ver.
La leyenda decía que cada catorce de febrero la diosa Luna hacía una alianza entre un humano y una sirena si coincidían en el nacimiento. Aquellas existencias estarían ligadas de por vida, el humano nunca podría encontrar el amor en otra mujer y la sirena debía llegar a él como fuese, si quería amar. Había sirenas que nunca lograban encontrarlo, por ello se lamentaban llorando día tras día su amor perdido.
Ayes no quería que su sirena sufriera. Él había nacido un catorce de febrero y por eso creía cada palabra que el abuelo decía, él no mentía.
La historia del pueblo guardaba muchos misterios y siempre creyó que las sirenas eran uno de esos. Todos esos acontecimientos hacían honor también al hecho de nunca haberse enamorado de nadie, confirmando su teoría, su vida le pertenecía a su sirena.
—¡Si no apareces hoy, juro que ya no te buscaré, te lo juro! ¡Sal ahora, por favor! —gritó desesperado, esperando que aquella declaración la asustase y al fin saliera.
Aunque estaba seguro que no lo cumpliría, volvería al mar cada día si era necesario hasta hallarla.
Esperó unos minutos mientras el vaivén del agua movía la barca, era el único sonido lo acompañaba. Al parecer, tampoco aparecería ese día. Decepcionado, se dispuso a encender el motor cuando identificó el peculiar sonido de algo zambulléndose en el agua detrás de él, alertándolo. La emoción y el miedo lo hicieron mirar enseguida hacia atrás, pero no encontró a nadie. Aquello lo desilusionó aun más.
Después de unos segundos, que sintió eternos, percibió otro movimiento frente a él, pero fue tan rápido que no le permitió ver de qué se trataba. Se levantó un poco. Su cuerpo temblaba de la emoción, estaba totalmente seguro que en cualquier momento saldría a la superficie.
—No te voy hacer daño, te lo prometo. Solo déjame saber que no estoy perdiendo mi tiempo en leyendas absurdas y que estas aquí, para mí —murmuró otra vez para persuadirla a salir.
Mientras miraba alrededor, notó una silueta detrás de él. Lentamente giró hasta encontrarse con una azulada mirada, inocente y asustadiza.
Ella removió algo en su interior apenas la observó ¡No había duda! Ahora sólo quería amarla y protegerla.
Por su nariz respingada y perfecta aún caían gotas de agua hacia una bella y sonrosada boca. Era un deleite observarla sosteniéndose con sus antebrazos en la barca, mientras no dejaba de mirarlo con interés. Aunque el agua mantenía mojado su cabello podía divisar su color oro. Era perfecta, única y sólo para él.
—Hola —susurró nervioso y manteniendo baja la voz para no asustarla. Tenía miedo de acercarse y desapareciera de nuevo.
Editado: 03.03.2018