Esta es la historia de un humano que no poseía nada y una deidad que lo podía todo.
Nicolay no sabía donde y cuando había nacido o quienes fueron sus padres, desde que podía recordar vivía en esa vieja cabaña con otros huérfanos, al cuidado de una pareja que se ocupaba de ellos más por interés que por buena voluntad, los más pequeños eran usados para pedir caridad, a veces uno era vendido, los mayores debían trabajar a no ser que demostraran poder sacar más de bolsillos ajenos.
Todo se compartía, por lo que ninguno tenía algo propio, juguetes, prendas, camas, el concepto de pertenencia era una excentricidad fascinante para Nicolay pero tras la paliza recibida por intentar acaparar una piña de pino se cuido de mencionarlo; ni siquiera su nombre era suyo, en casa todos tenían apodos y el suyo era Rapaz, el verdadero Nicolay era un niño de su edad al que espiaba todo el tiempo, se acercaba a su ventana para verlo con su familia y deseaba ser él más que otra cosa, lo que intentaba medianamente usando su nombre y tratando de copiar sus maneras.
-A ver que tienen.
Dos veces al días su “padre” les ponía en una línea para que entregaran el fruto de sus esfuerzos, de eso dependía que comieran, a los más chicos les iba bien porque aunque trajeran las manos vacías su “madre” no les dejaría morir de hambre pero él tenía nueve, o eso creía, y debía ganarse el sustento.
-Topo.
-Recogí leña para el fuego, padre.
-¿Crees que yo no puedo ocuparme es eso?, tendrás media hogaza-el chiquillo bajo la cabeza y tomo el pan que ofrecía su madre-Perdiz.
-Cace dos conejos, padre.
-¡Esa es mi niña!, deberíamos llamarte Cazadora-Perdiz era su favorita, no había duda-te ganaste una hogaza y un par de batatas.
-Toma, cariño-su madre solía guardar las palabras de afecto para los que más contribuyeran-¡Agradézcanle a su hermana!, cenaremos conejo esta noche.
-¡Gracias, Perdiz!
-A ver, tú, Rapaz.
-Tome esto de un viajero-saco un cuchillo ornamentado-ya se marcho.
-Déjame verlo…es fino, se puede vender-le revolvió el cabello-nada mal, Hilda, dale una hogaza.
-Gracias, madre-procuraba ser siempre educado, como el verdadero Nicolay.
-De nada-al menos ella lo apreciaba, le sonreía más que a los otros.
-Liebre… ¡Liebre!-miro alrededor-¿Dónde está esa niña ahora?
-Iré a buscarla, padre-se ofreció.
-Anda, dile que no va a comer por llegar tarde.
Se guardo el pan en el abrigo y salió, su villa no era demasiado grande pero tenía un atractivo singular: un antiguo templo abandonado, era tan grande como un palacio y se suponía consagrado a Loki, el dios de los engaños, uno podía ver sus torres desde cualquier lugar del pueblo, debió ser magnifico en sus mejores tiempos pero ahora era un lugar maldito, se decía que lo habitaba un monstruo capaz de conceder cualquier deseo a quien lo capturase pero nadie que hubiera entrado había regresado.
A Liebre, su hermanita de siete años, le gustaba mirar desde el portón asique sabia que la encontraría allí.
-Liebre-y si, allí estaba.
-¿Es tarde?
-Lo es-saco el pan y le dio la mitad-toma, papá no te va a dar nada.
-Gracias.
-No entiendo porque siempre merodeas este sitio, es escalofriante.
-Vi a un hombre entrar-dijo, con la boca llena de pan-justo recién, paso el portón y desapareció.
-¿Desapareció?, ¿solo así?
-Aja.
-Quizás el monstruo es enorme e invisible y se lo trago.
-Eso es tonto-se rio.
-Si pudieras desear cualquier cosa, ¿Qué pedirías?
-¡Más comida!-Nicolay sonrió y le dio el resto del pan.
-Vámonos a casa.
Tomo su mano y se alejaron del ominoso templo, en el camino pasaron por la casa del verdadero Nicolay y se detuvieron a olfatear el excelente almuerzo que estaban tomando.