La Leyenda de Eros

Capítulo 1: La Travesía Inicia

El albor del sol ilumina a través de la ventana la habitación de aquel chico.

Aparta las mantas y se incorpora al mismo tiempo que la criada toca a su puerta de nogal
—joven, el capitán Aarón lo espera en los establos— El chico se dispone a quitar el cerrojo y abrir la puerta —Esta bien Delis, dile que en un cuarto de hora estaré ahí.—

El hombre se engalanaba con su lujosa ropa adornada de rubíes y su armadura cubría su osamenta con aquellas piezas de acero reforzadas en estaño.

Se moviliza hacía el Ala Norte con paso firme y tarareando su canción favorita ¿Porqué no se dirige a los establos?

Al llegar a la colosal puerta, toca con ímpetu en la madera de acebo, sin dilación se le es abierta y atraviesa el gran arco del portón.

Ancianos sentados en los laterales discuten con el hombre canoso y despigmentado del trono de plata, la quietud se toma el tribunal cuando el austero rey levanta su mano con vigor.

El joven se acerca aún más a el monarca y habla en un tono amigable —Llego la hora padre, viajaremos al norte— El rey sonreía y acentaba trás las palabras del príncipe —Sabes bien que Alderamin necesita un buen rey, es tú legado— el chico con celeridad respondía
—Lo sé, es un viaje de tres jornadas, regresaré para enorgullecerle.—

Con un fuerte abrazo el heredero se despedía de su progenitor, y ahora si su destino son los establos, los corredores del castillo poseen una coloración azul y candelabros bañados en plata.

Como siempre el rey atisbaba el esplendor de los pasillos, repentinamente el príncipe colisiona con una mujer, la disculpa se quedó atravesada en la garganta al observar el personaje.

Su madre política; La reina Deneb. Los dos sólo se vieron con discordia y retomaron su camino, Eros a los establos y la reina al Tribunal.

Al terminar de descender la escalera espiral un hombre espera en su base; fornido, alto, pelo castaño y una armadura de hierro, pero tenía una distinción en su hombro —Capitan, sólo me despedía de mi padre.— el rigor en el rostro de Aarón mostraba su enfado.

Maestro y aprendiz con premura se acercaban a su destino —El volcán Xaphan está a cuatro jornadas chico, no podemos perder tiempo— el príncipe se ponía al costado de Aarón
—¿Cuatro jornadas?— no mediaba palabra, mantenía su silencio.

En los establos un caballo pura sangre de un color negro y otro blanco estaban siendo preparados por la servidumbre.

-Aarón- Bueno Eron, el viaje se extenderá debido a un bloqueo en la nación de Hadar, no sé que lo causó, sólo he escuchado rumores de que seres de un mundo llamado Lucena lo causaron.

El príncipe cavilaba e intentaba pensar en un desvío, pero el estrecho de Hadar es el único paso terrestre hacía la caldera.

-Eros- Sólo son eso: rumores, pero está bien.

Tomó lugar en la montura del caballo, Aarón sin más preámbulo hizo lo mismo en su equino de color negro azabache.

—¿Listo para otra memorable aventura?— Aarón con una gran sonrisa en su rostro y sus ojos puestos en el horizonte —¡Que se cuiden, que aquí vamos!—
agitando las riendas del caballo; Eros salía disparado hacía el norte.

Galopando rápidamente salían del Reino de Alderamin sin que los centinelas de las torres vieran ni su sombra.

Trás llegar a una bifurcación en el camino, Eros se abalanzó hacia la izquierda, Aarón en su caballo lo escoltaba —¿El bosque? Que tramas eh?— el príncipe desenvaino su espada —Por ese camino no encontrarás aventuras, eres muy obstinado abuelo.— Aarón se adelantó a su paso y se interpuso en el camino de Eros.

—Quieres una aventura?, Pues sígueme novato.— el intrépido hombre se desvía a la izquierda por un sendero en el que abunda el árbol Hura.

Para no quedarse atrás se pone a pie de Aarón y cabalgan juntos cruzando el Bosque Ceniza.

El cielo se nubla y la fría brisa del norte agita las hojas de los árboles. Hay varios caminos adyacente pero Aarón prosigue por el principal, si es que se le puede llamar así.

—Vamos Eros, no arribaremos antes del ocaso a ese paso.— Al mediodía un letrero en hierro mohoso indica que Cabo Incasto está a 30km —Dale, o no llegaremos a tiempo— Eros lo sigue a ojos ciegos a pesar del mal aspecto que le ocasiona eso.

Un par de horas después el camino se vuelve sinuoso, y avanzando en una de sus tantas curvas el par logra avizorar a unos hombres de deplorables fachas —Vamos escondete Eros-susurra Aarón— Solo observaban a esos bandidos en busca de oír sus diálogos.

Los sujetos por fin se retiraron hacía el este, probablemente a Cabo.

Aarón dejó su escondite y Eros copiando sus pasos, los sentidos del primero se mantenían en su máxima exposición. Al determinar un perímetro seguro se dignó a hablar.

-Aarón- Un viejo colega nos ayudará a cruzar el Mar Terráneo en su buque de cabotaje, y así no tener inconvenientes en Hadar.

Eros observaba a su compañero pensando en esa prometedora propuesta pero en la que faltaban algunas piezas
—Dígame capitán ¿Que desea su colega a cambio?—

El caballero estupefacto miraba a Eros... Trás unos segundos una sonrisa se tornó en su rostro y arqueando una ceja le pregunto -¿Que pensabas?, ¿Eh?, ¿Que sería gratis?—

Con suspicacia Eros toma de las riendas a su equino y observa otra vez a su maestro.

-Aarón- ''De acuerdo, abuelo.'' Braulio ha sufrido problemas con unos bandidos de Puerto Plata, roban su mercancía y queman lo que quede, haci qué nos pidió deshacernos de ellos.

El muchacho se rascaba la cabeza y alzaba su mirada al cielo 
—¿Matarlos?— asentaba Aarón de forma burlesca —¿Eso querías no?- el capitán a carcajadas se elevaba hasta la montura del azabache animal y continuaba a paso firme en él.

Eros con desconfianza en su campaña hacía lo mismo y montaba su pálido corcel y reanudaba su andar pero esta vez sin motivación alguna.



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En el texto hay: principe, accion, demonio

Editado: 20.03.2020

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