El sol comenzaba a dejarse ver en el horizonte iluminando las tierras de Los Busgos y dando la señal a todos los gallos de los pueblos para que cantasen anunciando el nuevo día. Las pequeñas gotas de agua que en el suelo descansaban desde la noche anterior comenzaban a calidecer y evaporarse mientras los pájaros y demás animales silvestres se alzaban listos para sus quehaceres diarios. Para todos ellos además de para la población de la inmensa mayoría del reino había sido una buena noche, una noche común, pero no así para la peculiar pareja formada por princesa y doncella que había escapado del castillo. Durante la totalidad de la noche huyeron por horas a través del lúgubre y húmedo pasadizo lleno de barro y charcos, algunos de ellos tan profundos que llegaban hasta las cinturas de las dos chicas. Por si fuera poco, la compañera de la princesa no había dejado tregua en su incesante repetición de preguntas y quejidos incordiando a Isabel pero finalmente todo eso ya había terminado.
Las dos chicas ya hacía horas que habían logrado escapar de castillo y se encontraban a una distancia bastante prudente de la ciudada de Montes ya que el pasadizo, aunque mal construido, sí era útil para el uso que le dieron dejándolas en un pequeño hoyo entre dos rocas que estaban tapadas por unas hojas.
La princesa tapó con su mano la boca de la chica, no porque se hubiese ofendido por las palabras de la doncella, Isabel ya había aprendido a ignorar a la chica horas atrás, sino porque había visto algo.
Con sigilo se colocó detrás de una roca guiando a Orfelina aún con su mano en la boca. Una vez detrás las dos miraron a escondidas una escena algo llamativa. A pocos metros, en un humilde puesto de carros, el comerciante se encontraba intentando persuadir a un chico de seguir caminando y comprar un carro. El chico en cuestión era nada más y nada menos que Guillermo pero, obviamente, princesa y doncella no disponían de este dato.
Guillermo, que ya se encontraba agobiado por el vendedor, estaba parado justo delante del puesto escuchando todo lo que le hombre tenía que decir.
El muchacho sólo quería huir del lugar e ir lo más lejos posible y, según sus fuertes cálculos y esfuerzo mentales, que para ser él eran muchos, el dinero que el carruaje costaba no era elevado y podía ser perfectamente recuperable. Tras estar varios minutos delante del vendedor sin encontrar la palabra válida para irse se dejó convencer en la compra del carro.
Tras la roca Orfelina preguntaba a la princesa que tenía en mente para adquirir uno de esos transportes sin no tenían ni una sola moneda de oro. Isabel miraba la escena sin escuchar a la doncella y, tras varios minutos que tardó Guillermo en subirse al carruaje y hacer cabalgar a los caballos, saltó de la roca colocándose en mitad del camino haciendo frenar el transporte del chico.
La princesa intentaba convencer a Guillermo de que cambiase su rumbo para sí poder ir con él. El muchacho, que no le importaba mucho su destino con tal de poder alejarse del pueblo que tanto agobio le había creado, sólo necesitaba un pequeño empujón.
La princesa fingió reírse ante lo que catalogaba como una especie de chiste por su parte pero que en realidad era una pregunta que Orfelina realizaba completamente en serio.
Guillermo, ajeno al peligro que podía suponer dejar subir a dos extrañas manchadas de barro que se había encontrado en mitad de un bosque tras verlas salir de detrás de una roca, dijo “vale” mientras levantaba los hombros en señal de indiferencia.
Editado: 06.04.2020