A kilómetros de distancia, en el norte del gran reino de Los Busgos ya empezaba a amanecer. El clima no era muy frío pero tampoco era excesivamente caluroso para la hora que era. Guillermo comenzaba a despertarse aún aturdido mirando al cielo azul completamente despejado. De repente un agudo y pequeño grito se oyó acercándose seguido de un fuerte golpe en el pecho que hizo despertar al muchacho de inmediato. Se trataba del pequeño trasgu saltando encima de Guillermo mientras se reía y gritaba cosas sin sentido en su extraña lengua. Guillermo lo apartó de un golpe desplazando al pequeño hombrecillo unos cuantos metros permitiendo a Guillermo incorporarse. Anchos árboles de troncos claros rodeaban al chico, sus hojas, de diferentes y vivos colores, reflejaban el sol haciendo iluminar el bosque de una manera prácticamente mágica. Guillermo había dormido allí, ya conocía el lugar de la noche anterior, pero aún así era la primera vez que lo veía tan vivo. Los pájaros acompañaba la mágica estampa con sus cánticos celestiales pareciendo que seguían un ritmo específico. Las flores del suelo, que cubrían casi su totalidad, eran pequeñas y preciosas además sus largos pétalos eran poblados por pequeños insectos de color azulado. Las ardillas recorrían los árboles para sentarse y resguardarse en las ramas de los mismos desde las cuales comían mirando a Guillermo fijamente con sus redondas caritas y grandes ojos marrones.
Tras salir de su fascinación el muchacho procedió a mirar para la zona en la que Pelayo se había acostado dándose cuenta de que el mago no estaba en ese lugar y tampoco su bolsa, lo que sí se encontraba allí era el caballo amarrado a uno de los árboles. El trasgu, que ya había regresado después de su golpe, estaba dándole pequeñas e indoloras patadas a Guillermo mientras lo maldecía con cara de cabreo. El despistado y despreocupado muchacho decidió adentrarse más aún en el bosque a buscar a su compañero de viaje pensando que no se encontraría muy lejos.
Guillermo comenzó a caminar impresionado por la belleza del bosque acompañado del travieso hombrecillo que colgado de su pierna derecha se encontraba ya con su ira bastante apaciguada con cara de sueño apoyando su cabecita en el pantalón de Guillermo. El muchacho ni siquiera se dignaba a gritar el nombre de Pelayo, eso era demasiado para él, en su lugar esperaba toparse con el mago por casualidad. Los minutos pasaron y el precioso bosque dejó paso a un pequeño estanque de agua cristalina rodeado de vegetación azulada y cubierto por libélulas de diferentes colores volando sobre él. Dentro del mismo una hermosa mujer desnuda se bañaba en sus aguas dándole la espalda al muchacho. Su piel, perfectamente pálida como la leche, dejaba resbalar el fluído cristalino que ella misma arrojaba con sus manos. Su pelo era negro y largo, tan largo que se perdía en el agua.
Guillermo, tras ver la escena, comenzó a caminar de espaldas regresando sobre sus pasos con el temor de que la mujer pensase que se tratase de un degenerado si lo veía. El trasgu, por su parte, tenía un amentalidad mucho menos encadenada. Al ver el agua cristalina y a la bella mujer desnuda el hombrecillo, sin dudarlo, se lanzó al agua de un salto provocando, además del ruido, la mirada de la mujer. La chica no parecía sorprendida, su largo cabello cubría su cuerpo y no dejaba ver ninguna de sus zonas íntimas. Sus ojos eran azules pero en un tono diferente al resto de personas con esos ojos, tenían un tono más puro. La mujer dejaba ver una pequeña sonrisa mirando al paralizado Guillermo que no sabía qué decir.
Pronto alrededor del trasgu el agua comenzó a tornarse amarillenta mientras el hombrecillo ponía cara de relajación como si se hubiese deshecho de algún estorbo. La mujer comenzó a vestirse con un azulado vestido que había dejado en una de las piedras.
La mujer se adentró en el bosque haciéndole unas seña al chico que se había quedado parado. La mujer se acercó a él agarrándolo de la mano.
A Guillermo no le quedó más remedio que seguir a la extraña mujer de la mano mientras el trasgu salía empapado de la charca que había pasado de agua cristalina a agua amarillenta.
El camino estaba acompañado de grandes y rectangulares rocas del tamaño de una persona con un agujero en su centro dentro del cual unas velas azuladas iluminaban vagamente el lugar.
Guillermo comenzaba a sentirse incómodo con la mano de esa mujer pero no se atrevía a decir nada como de costumbre.
La mujer miró hacia atrás señalando con su cabeza al trasgu que los seguía de cerca dándole patadas a todo aquel insecto que en su camino se cruzase.
Editado: 06.04.2020