El fuerte graznido de las gaviotas intentaban sacar del adormecimiento a Isabel y podía percibir, aún con los ojos cerrados, al buen Eduardo hablar.
Isabel abrió los ojos viendo el cielo azul y el gran sol iluminando su cara otorgándole calor. Se encontraba en el gran buque pirata pero esta vez no en las jaulas sino en la parte exterior, apoyada en un barril. A su lado Eduardo y Orfelina hablaban.
Isabel, al notar absurda la conversación, se puso en pie acercándose a la borda para ver el mar. En él se podían ver algunos peces de colores surcar las aguas y saltar fuera del mar para volver a sumergirse segundos después. En la popa del barco la capitana Ashmeria, apoyada en un bastón y con su pierna herida cubierta con un trapo, dirigía el barco agarrando el timón. En el resto del buque algunas piratas dormían apoyadas en donde podían mientras otras limpiaban los restos de sangre que había.
Al girarse pudo ver a Phiela aún con su lanza en la mano.
Isabel simplemente ignoró a la chica y volvió a mirar al mar. El pequeño oleaje chocaba contra el barco haciendo un movimiento y un sonido relajante que, sumado al calor y al ruido de las gaviotas, producían un intenso clima de seguridad y paz.
Tras estas palabras la pirata se fue a despertar a patadas aquellas que dormían mientras. Isabel volvió a girarse a ver denuevo el mar, esta vez, en el horizonte, pudo ver con dificultad un puerto incrustado entre las rocas y supo que ya habían llegado a su destino: Pedregosa Del Mar.
La ciudad no era especialmente grande ni limpia. Se trataba de un puerto improvisado con madera simulando el suelo y sustituyendo aquellos lugares donde no había roca firme. Las casas, también de madera, estaban situadas justo encima de ese endeble suelo que se movía arriba y abajo víctima de la marea. Los hogares estaban húmedos, al igual que el suelo y presentaban hongos y moho en sus paredes. No existía playa alguna, simplemente habían construido la ciudad en la pared de un acantilado allí donde éste llegaba al mar, se trataba de una ciudad semi flotante cubierta de moho, hongos y donde el inestable suelo se movía como si de un terremoto se tratase.
Casas de Pedregosa Del Mar
Por otro lado la húmeda ciudad tenía un sistema de escaleras que subían como si de una enredadera se tratase por las rocas del acantilado hacia la parte superior, a más de 40 metros de altura. En ella se encontraban algunas casas también de madera pero que no parecían estar en las mismas pésimas condiciones que las de la zona baja. Las escaleras no eran buenas, estaban construidas del mismo material que el resto de la ciudad y parecían extremadamente endebles. La longitud de cada escalón no era superior a cincuenta centímetros de largo y, cada cincuenta escalones aproximadamente, se encontraba un farolillo oxidado colgado del muro del acantilado.
La Dorada se acercaba a puerto haciendo torpes y toscas maniobras, era comprensible, las olas, aunque no muy fuertes, chocaban y desviaban el barco de su rumbo. Finalmente, rozando con el suelo de madera logró llegar a una distancia medianamente prudente.
Puerto Vertiginoso, Pedregosa Del Mar
Phiela, en un rápido movimiento saltó del barco al muelle y ató una fuerte cuerda a la codera para amarrar el buque y evitar que se fuera. Una larga tabla de madera fue puesta entre La Dorada y el muelle a modo de puente por la que las piratas pasaron sin mucho cuidado. A continuación llegó el turno de Eduardo De Alelí que miró la tabla con preocupación.
La chica cruzó sin mayor dificultad pero al llegar el turno del elegante chico, aunque bajase cuidadosamente, sus pies le traicionaron al resbalar con la humedad de la tabla inclinándose severamente hacia delante y cayendo en el muelle de cara, no en el mar sino en la dura madera del puerto. Por si fuera poco el grito que Eduardo produjo durante su caída aumentaba la absurdidad de la escena. Las piratas rieron a carcajadas y con ellas toda la gente que lo había visto, Phiela, por su parte, negaba con la cabeza con un tono de decepción e Isabel, que no había producido carcajada alguna, ayudó a levantarse al pobre hombre. Llegaba el turno de Orfelina que, a pesar de no caerse, se quejaba sin parar con frases como “ay, me voy a caer”. Finalmente la doncella llegó al muelle.
Editado: 06.04.2020