La leyenda de los Ignis | #2 |

Capítulo 11. Todo un chef

María miraba maravillada la casa. Era amplía y estaba decorada de forma simple, pero elegante. Todo el mobiliario tenía un aspecto sobrio, pero tenía algo mágico. Mientras caminaba por el pasillo de camino a la cocina hubo algo que le llamó mucho la atención. No había ni un solo cuadro o fotos. Las paredes estaban completamente limpias. ¿Quién no tenía nada colgado en las paredes? Era extraño, demasiado impersonal, como si nadie viviese allí. Siguió observando la casa, y continuó sin ver ni una sola fotografía de ninguno de los miembros de la familia...

Entraron en la cocina, era espaciosa, con las paredes de un color ocre y el suelo de madera. En el centro había una mesa de madera con cuatro sillas perfectamente colocadas, y tapando las paredes se encontraban algunos electrodomésticos plateados, encimeras blancas y justo encima algunos pequeños armarios de madera. Era bonita, pero le seguía resultando fría.

—¿Qué quieres cenar? —preguntó Bruno abriendo la enorme nevera.

Estaba repleta de alimentos de todo tipo, y todos perfectamente clasificados.

María no sabía muy bien qué responder. Cualquier cosa le servía, estaba muerta de hambre.

—¿Te apetece un carpaccio de solomillo de ternera, un timbal de verduras o quizás un solomillo Wellington? —preguntó el joven.

Ahora que la miraba se daba cuenta de que apenas la conocía. No sabía cuáles eran sus gustos, ni se había preocupado en profundizar más en quién era la chica.

María escuchó las opciones bastante confusa. No había comido nada de eso en su vida, ¿qué eran esos platos? Pero, ¿qué clase de comida se degustaba en esa casa?

—Yo solo quiero algo rápido y rico. No sé, una hamburguesa con patatas, unos macarrones, una tortilla...

Bruno comenzó a reírse.

—Perfecto, una hamburguesa con patatas entonces —dijo alegremente—. Si quieres ve dejando tu maleta en el cuarto y ponte cómoda que yo cocino mientras tanto.

¿Así que sabía cocinar? María sonrió, nunca se lo hubiese imaginado, más bien tenía pintas de tener un cocinero privado que le preparase todos esos platos raros.

—¿Quieres que te ayude? —le preguntó.

Bruno la miró divertido.

—No gracias.

Aceptar la ayuda de María sería un desastre garantizado. Por lo poco que la conocía ya había comprobado que era bastante patosa, y no quería ni incendiar la cocina, ni comer un plato incomestible.

—María, lleva la maleta de mi hermana también a la habitación —le pidió.

Ella cogió ambas maletas y comenzó a avanzar por el interminable pasillo hasta llegar a la primera puerta. Entonces se dio cuenta de que no tenía ni idea de cuál iba a ser su habitación, y de que tampoco sabía cuál era la de Nicky. Le tocaría ir mirando una por una.

Abrió la primera puerta. Tenía una gran cama de matrimonio centrada y pegada a la pared. Los colores del cuarto eran azules fríos. Al lado de la cama había un pequeño sillón y una mesita. Justo al lado una enorme estantería repleta de libros que ocupaba dos de las paredes. ¡Nunca había visto algo así! La curiosidad pudo con ella y entró.

Comenzó a ojear los libros. Todos eran sobre criaturas mágicas, técnicas de combate, historia de la magia y demás. Se moría por leerlo, pero sabía que no podía, o al menos no debía. Se acercó a la mesita para observar el libro que estaba sobre ella: "La leyenda de los Ignis".

¡Ese libro contendría todas sus respuestas! Con el dedo índice abrió la portada como si al hacerlo así no estuviese mal. Todo el libro estaba lleno de apuntes que alguien había estado añadiendo a mano.

—María, ¿cómo vas?

La voz de Bruno la sobresaltó e hizo que saliese corriendo de la habitación. Si la pillaba ahí pensaría lo peor de ella. Siguió avanzando por el pasillo hasta llegar a la siguiente puerta.

—Un momento, ya voy —respondió tratando de ganar tiempo.

La segunda habitación era algo más pequeña, pero aún así le seguía pareciendo enorme. Los colores esta vez eran grisáceos combinados con celestes. Esta era algo más personal. Miró desde la puerta el gran espejo de pie que había frente a la cama. Las dos mesillas de madera, una a cada lado de la cama, con una pequeña lamparita y una foto. Un momento, ¿una foto?

Desde ahí no podía verla con claridad así que de nuevo entró en la habitación. La chica de la foto era muy parecida a Nicole. Si no fuese por las facciones maduras del rostro hubiese jurado que era ella. Se trataba de Diana, la madre de los chicos. Claramente esa era la habitación de Nicky.

Dejo ambas maletas junto a la puerta y siguió mirando la habitación. Seguramente esta fuese la única que contuviese objetos personales.

Una foto de Nicole, Bruno, Claudia y Nathaniel decoraba una de las paredes. Se les veía contentos, seguramente hubiese sido un bonito día. La pared de enfrente estaba tapada por una estantería perfectamente ordenada. ¿Es que allí todos tenían unas estanterías gigantescas? Ella en su casa apenas tenía 30 libros...



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En el texto hay: internado, drama y romance, dragones

Editado: 23.09.2018

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