Claudia comenzaba a cansarse de todo ese juego. Ella había ido a las celdas para averiguar la verdad, para esclarecer lo ocurrido, pero, en vez de eso, sentía que solo estaba perdiendo su tiempo. Esa Bea poco tenía que ver con la chica que había logrado introducirse en su duro y frío corazón, y sin duda alguna estaba muy poco dispuesta a revelarle ningún tipo de información, así que, ¿para qué permanecer más rato en ese lugar si estaba claro que tan solo le iba a causar más daño?
—¿No vas a decir nada? —preguntó la pelirroja divertida.
Le gustaba que por una vez ella fuese la que tuviese el control, que ella dirigiese la conversación y fuese Clo quien se sintiese acorralada, pero Claudia no lo iba a permitir por mucho tiempo más. Estaba harta, y no tardó mucho en explotar.
—¿Sabes que? Que me da igual —respondió.
Las palabras de Clo dejaron blanca a Bea, eso no se lo esperaba. No podía ser. La Domadora debía sentirse mal, debía sentir culpa por lo ocurrido, no podían volver a intercambiar los papeles, no quería seguir siendo la indefensa Bea a la que nadie quería, ni respetaba.
—Si esto es lo que quieres perfecto —prosiguió Clo—, pero ¿sabes que? —Hizo una pausa—. Que yo me voy a mi casa ahora y tú te quedas aquí sola, pero eso no es lo peor, porque sabes que en pocos días te juzgarán, y ambas sabemos perfectamente cual será el veredicto —dijo mientras se encogía de hombros—. Te condenaran a muerte, y nadie irá a verte, pero ¿qué te importa? Al fin y al cabo esto es lo que quieres, ¿no? —Una media sonrisa se asomó en su rostro—. Espero que todo esto te haya merecido la pena —añadió mientras comenzó a andar por el pasillo.
Bea no podía más. ¡No, no y no! Eso no tenía que haber salido así. ¿Por qué volvía a sentirse tan indefensa y desolada? No era justo, ella solo quería que por una vez ella fuese el centro, que no la mirasen con indiferencia, que la respetasen... ¿Es que acaso era mucho pedir? Solo quería ser un igual para Claudia, y no alguien a quien debiesen esconder del resto del mundo...
—¡Espera! —chilló Bea.
No quería que se fuese, no podía volver a quedarse ahí sola en esa oscura y fría celda. Necesitaba ayuda, la necesitaba a ella.
Claudia dejó de avanzar, pero no se giró.
—¿Para qué quieres que me quede? —preguntó fríamente.
—No quiero morir —respondió ella con tan solo un hilo de voz.
Esas palabras removieron lo más profundo del ser de la Domadora, ella tampoco quería dejarla morir, pero ¿qué podía hacer?
—Clo, por favor —le suplicó y ella no pudo evitar volver junto a la celda para observar a Bea.
Estaba completamente rota en el suelo. Toda esa fachada fría y déspota se había resquebrajado dejando de nuevo a una Bea temblorosa y dulce. Una Bea temerosa de la muerte que se arrepentía completamente de lo sucedido y que hubiese dado lo que fuese por dar marcha atrás.
El llanto de la joven Natura hacía que Claudia sintiese la necesidad de protegerla, pero no sabía cómo hacerlo.
—Vale, no te preocupes, aún hay tiempo para el juicio —trató de calmarla.
—¡No! —exclamó—. Por mi culpa entraron al Morsteen y murió un Domador, no me van a indultar —aseguró mientras seguía llorando a lágrima viva.
Era imposible calmar ese llanto. Había estado tanto tiempo reteniéndolo que en ese momento afloraba con todas sus fuerzas.
Claudia se quedó en silencio, sabía que la chica tenía razón, pero aún así, ¡no podían darse por vencidas desde ya!
—Estás arrepentida y eso lo valorarán —mintió para tratar de conseguir que Bea se calmase mientras ella pensaba en algo.
—Puede que no sea una Domadora, pero no soy idiota, así que no me trates como tal —se quejó la Natura mientras se trataba de secar las lágrimas con el hombro.
Las dos se quedaron en silencio.
—¡Haz un trato con ellos! —exclamó de pronto Clo—. Tu tan solo eres un peón, si les dices quienes son los de arriba estoy segura de que te perdonarán la vida —aseguró, pero Bea negó con la cabeza.
—No sé quienes son. Contactaron conmigo mediante una nota.
—¿Una nota?
—Sí, estaba encima de mi cama cuando llegue a mi cuarto —le explicó.
—¿Y dónde está? —preguntó Claudia.
Con esa nota quizás podrían averiguar algo.
—La quemé.
—¿Qué?
La voz de Claudia estaba llena de furia. ¿Cómo podía haber sido tan tonta de quemarla?
—Ponía que la quemase tras leerla y lo hice —respondió Bea volviendo a llorar.
Claudia trató de calmarse, no quería agobiarla más.
—Está bien, no llores, yo me encargo —dijo tomando aire —. Hablaré con Nicky para que hable a tu favor en el juicio.