Óscar miraba a la joven medio embelesado por su belleza. No podía evitar sonreír como un tonto al verla tan emocionada contemplando la ópera Warttel.
—Gracias —dijo ella sin terminar de creerse que de verdad estuviese ahí.
—No tienes que darlas.
Ella sonrió. Claro que tenía que dárselas. A saber lo que le había costado el llevarla ahí...
—Óscar, de verdad, no sé como devolverte esto.
Él sonrió tiernamente. No tenía que devolverle nada, lo había hecho porque quería, no esperaba nada a cambio. Estar con ella era mucho más que suficiente para él.
—Nicky, en serio, ya basta. Es un regalo, y los regalos se aceptan sin rechistar —dijo con una sonrisa de oreja a oreja—. Bueno, cuéntame, ¿qué tal este último mes en Chile?
Ella se mordió el labio inferior, ¿cómo podía ser tan tierno? Ojalá Nate fuese un poco más como él y se olvidase de tener que mantenerlo en secreto. Con Óscar las cosas serían mucho más fáciles...
—La verdad es que ha sido genial, ¡he jugado a los bolos, al billar, al futbolín, he ido al cine...! —exclamó emocionada.
Óscar no sabía muy bien qué eran algunas de las cosas que ella le decía, pero sonreía simplemente por verla tan feliz.
—Bueno, ¿y tú qué? —preguntó ella curiosa.
No quería estar hablando todo el rato ella. Encima que la llevaba ahí, no lo iba a estar aburriendo con sus tonterías.
—Nada, lo mismo de siempre —se encogió de hombros—. Ya sabes, con todo eso de los repudiados hemos tenido que hacer mucha limpia.
Ella asintió con la cabeza, quería saber más del tema. De hecho desde el ataque en el Moorsteen no había dejado de pensar en ello ni un solo día.
—Estamos tras unas pistas para dar con el paradero de Gael —añadió.
—No suenas muy convencido —dijo ella curiosa.
—Lo conozco, y si él no quiere, no lo encontraremos —sentenció algo preocupado.
No sabía si este tema de conversación era muy adecuado, no quería hacerla sentir incómoda o que recordase todo lo sucedido.
—Óscar, ¿puedes contarme algo más sobre él?
El profesor cogió una copa de vino blanco y dio un gran trago. Nunca hablaba con nadie de Gael, era un tema tabú en su vida, pero ella, ella era diferente...
—¿Estás segura?
Nicole asintió con la cabeza. Necesitaba saber más. Ese hombre había matado a un niño a sangre fría, y no había día que pasase en el que ella no se sintiese culpable por lo sucedido.
—Está bien —tomó otro sorbo y cogió aire—. Gael era mi mejor amigo en el Morsteen. Era un buen Domador, curioso, ambicioso y muy valiente —dijo recordando esos años—. No era muy habitual que un Domador se juntase con gente de otros grupos, pero a él eso no le importaba. Siempre estaba entrenando y hablando de formar nuestro propio grupo. Nunca me lo tomé en serio, pensaba que eran cosas de críos...
—Tranquilo, no tienes que seguir —interrumpió Nicky al ver como esas palabras le estaban afectando.
—No, no importa. Debí verlo venir... No lo sé...
Era más que evidente el sufrimiento que esos recuerdos le provocaban y, aunque Nicole se muriese por saber más, no podía permitir que Óscar lo siguiese pasando mal. El pobre llevaba toda su vida atormentándose por cosas que no habían sido su culpa. Se merecía un poquito de felicidad.
—No puedes culparte de cosas que no tienen que ver contigo. Cada uno forja su propio camino, no importa lo que los demás hagan o dejen de hacer. Cada uno toma sus propias elecciones —El profesor abrió la boca para responder, pero Nicky no había terminado—. Óscar deberías sentirte orgulloso, tienes una vida honrada, un buen puesto, el respeto de todos, ¡hasta tienes un kraken! ¿Qué más quieres? —le dijo con una enorme sonrisa.
Tú, te quiero a ti, pensó, pero eso no podía decírselo.
—Gracias —respondió—. Bueno, ya basta de sentimentalismos, te he traído aquí para comer, no para que te mueras de hambre —bromeó mientras un camarero aparecía con diferentes bandejas y las dejaba sobre la mesa.
Ella se rió y miró atenta los aperitivos. No tenían mala pinta. Cogió un pequeño rollito de calabacín y salmón, estaba delicioso.
—¿Qué tal ha ido el juicio? —preguntó el profesor.
Sabía que era el primero de la joven, y no habría sido nada fácil enfrentarse a Ezequiel Calonge, no era un hombre especialmente empático.
—No ha ido mal —respondió encogiéndose de hombros—. El señor Calonge siempre ha sido amable conmigo.
De hecho a veces sentía que era más tolerante con ella que con sus propios hijos. Óscar se atragantó al escuchar eso. Él sabía perfectamente el porqué de ese trato.