Nicole caminaba alegremente junto al profesor Quemada de camino a su casa. Para su sorpresa había pasado un rato más que ameno junto a él. Era agradable poder conversar con alguien que no juzgaba cada cosa que la joven hacía y, sobre todo, era increíble no tener que estar pendiente de si alguien los estaba viendo.
Avanzaron entre risas hasta que se dieron de frente con Nathaniel. El joven los miraba con una mezcla de seriedad y preocupación. Se le notaba a leguas que no le hacía ninguna gracia que esos dos hubiesen pasado un rato juntos, y mucho menos que se les viese tan felices. Óscar no pudo reprimir una sonrisa triunfal. Se sentía infantil con ese acto, pero no le importaba. Por primera vez él iba ganando y Nate se tenía que aguantar. Por primera vez no era él el que sobraba.
El ambiente estaba cargado, se podía notar la evidente tensión que había en el encuentro. Todos se miraban en silencio. Nicole se giró hacia el profesor.
—No hace falta que me acompañes hasta casa Óscar, gracias por todo, ha sido una velada encantadora —dijo con una pequeña sonrisa, pero sin dejar de mirar el serio rostro de Nate.
Esa frase pilló al profesor desprevenido. No quería dejarla ahí con él, pero sabía que si se negaba tan solo empeoraría las cosas con ella.
—¿Nos vemos mañana? —preguntó Óscar.
Ella asintió con la cabeza, se despidieron y el profesor abandonó el lugar a paso ligero. Iba a llegar tarde a su reunión, pero eso no era lo que más le preocupaba en ese momento. Sabía que dejar a Nicky ahí con Nathaniel no había sido una buena idea.
Nicole esperaba que Nate hiciese algún tipo de broma o que le recriminase que se hubiese ido con el profesor, pero no. No hubo palabras, tan solo silencio y la más profunda y dura de las miradas. Nicole no tenía ni idea de qué estaría pasando en ese momento por la mente de Nathaniel y, si era sincera, tampoco lo quería saber. Conociéndolo no sería nada bueno.
—¿Sientes algo por él?
El tono del joven era serio, pero calmado. Nicole abrió los ojos lo más que pudo. Esa pregunta si que no se lo esperaba.
—Nate —se quejó ella.
—¡Responde! —exigió él.
Necesitaba saber esa respuesta. Llevaba horas comiéndose la cabeza y andando de un lado para otro. Necesitaba saber si ella sentía algo por ese tipo. Además creía que después de todo lo que habían vivido se merecía la verdad.
Ella no respondió. Ni siquiera sabía lo que sentía. Estaba claro que ni por asomo sentía algo parecido a lo que sentía por él, pero si que había comenzado a estar muy a gusto en su compañía.
—Nicky, te he hecho una pregunta —dijo autoritario mientras la sostenía fuerte del brazo.
Trataba de mantenerse sereno, pero era imposible, la amaba demasiado como para aceptar que un tipo que no la merecía pudiese estar tan cerca de ella. ¿De verdad lo estaba olvidando con ese profesorucho? No habría nada que le doliese más, pero aun así necesitaba la verdad.
—Nate, me estás haciendo daño. ¡Suéltame! —le exigió, pero él no lo hizo, no podía.
Ni siquiera escuchó sus palabras. No se dio cuenta de que la presión que estaba haciendo en el brazo de la joven era excesiva, que la estaba lastimando. En condiciones normales él nunca hubiese permitido eso. Jamás había dejado que nadie le hiciese daño a Nicky, pero ahora no podía pensar. Todo lo que se le pasaba por la mente era la imagen del profesor Quemada junto a ella riendo. Cerró los ojos y trató de sacarla de su mente.
—Para ti todo esto es juego ¿verdad? —preguntó él con las lágrimas a punto de desbordarse.
Nicole jamás lo había visto así, no sabía muy bien cómo reaccionar. Claro que no era un juego para ella. Ella lo amaba y deseaba salir con él. Era él quien había decidido no hacerlo público.
Nate no aguantaba más, ¿por qué no le respondía a nada de lo que le preguntaba? ¿Qué estaba pasando entre esos dos? Su mente iba demasiado rápido en ese momento y cada cosa que se imaginaba era mucho peor que la anterior.
—¿Te has acostado con él? —chilló dejando que las lágrimas se desbordasen.
La pregunta le sentó a Nicky como un jarro de agua fría. ¿Cómo se atrevía? Le cruzó la cara con todas sus fuerzas. Él se llevó la mano a la cara a causa del golpe, pero eso no era lo más le dolía.
—Eres un gilipollas Nate.
—Esa no es una respuesta —espetó él.
—Vete a la mierda.
Él no pensaba soltarla. La miró serio exigiendo una respuesta. ¿Por qué no decía nada? Eso era que sí, seguramente sí que lo había hecho. Un dolor indescriptible aprisionó su pecho.
—¿Quieres una respuesta? —preguntó ella furiosa—. Pues toma esta, él no se avergüenza de cogerme la mano en público, ni se esconde para que no nos vean —explotó.