Javier Jaquinot y Angélica Vargas se encontraban algo apartados de la muchedumbre mientras compartían opiniones de lo sucedido. No podían terminar que comprender cómo había ocurrido. Unos pasos firmes que se acercaban hicieron que se cortase la conversación. Ambos miraron recelosos a Ezequiel Calonge quien en escasos segundos se situó junto a ellos.
—¿Interrumpo? —preguntó de forma despectiva al ver que ambos se callaban al percatarse de su presencia.
Ezequiel no estaba acostumbrado a ser ninguneado. En Barnor era uno de los hombres más respetados y admirados, y por tanto uno de los más poderosos, sin embargo esos dos se negaban a doblegarse a su voluntad. Eran prudentes y sabían cómo actuar, pero él sabía perfectamente que no tenía ni su lealtad, ni su respeto, y eso lo molestaba de manera soberana.
Angélica desvió la mirada, él era el único capaz de hacer que se mordiese la lengua. No lo soportaba, pero sabía que no debía enfrentarse a su marido. Ezequiel tenía demasiado aliados allí.
—No es el momento de discutir Ezequiel —dijo Javier entre dientes—. Debemos averiguar qué ha pasado. ¿Las celdas siguen estando seguras?
Lo único que les faltaba era que se escapasen los repudiados y andasen a sus anchas por Barnor.
Ezequiel resopló. Cada vez soportaba menos la presencia Javier Jaquinot, de hecho sino fuese porque después de todos los años seguía siendo uno de los Domadores más respetados y que más simpatías generaba en Barnor ya se hubiese desecho ya de él hacía unos cuantos años. Cómo le molestaba tener que seguir aguantándolo.
—Nadie puede salir ni entrar de allí sin que yo me entere —respondió simplemente.
—Acabo de enterarme de lo ocurrido.
La voz de Adrianna los interrumpió. Estaba prácticamente desquebrajada, algo muy poco usual en ella. No podía creerse que eso siguiese pasando, pensaba que lo tenían más o menos controlado. No podían volver a pasar por eso y menos con el reinicio de las clases tan cercano.
Javier Jaquinot fue a decir algo cuando varios Domadores aparecieron y se colocaron en fila esperando las órdenes de Ezequiel. Él se giró orgulloso hacia la directora, el señor Jaquinot y su mujer. Le gustaba que quedase claro que era él quien estaba al mando.
—Vosotros ya sabéis lo que debéis hacer. Yo me quedaré aquí y lidiaré con este asunto —ordenó Ezequiel con voz autoritaria y altanera.
Los Domadores no estaban de acuerdo con la decisión, pero sabían que no era buena idea contrariar a Ezequiel y menos en ese momento, así que aceptaron de mala gana y comenzaron a andar hacia la casa de Javier.
—¿Se puede saber qué está ocurriendo? —preguntó Adrianna una vez se habían alejado un poco.
Angélica y Javier frenaron en seco al escucharla.
—No es el momento —sentenció la señora Vargas.
—Angélica, yo no soy uno de tus hijos, así que no me trates como tal —Hizo una pausa—. Y ahora decidme —exigió con una voz bastante calmada dadas las circunstancias.
Javier y Angélica se miraron preocupados, en verdad ellos no tenían la respuesta.
—Yo tampoco soy una de tus alumnas, así que tampoco te dirijas a mí de ese modo —respondió la señora Vargas sin excesivo ímpetu.
—¡Angélica! —se quejó la directora.
En realidad ella era así con todos, pero era cierto que con Javier, Adrianna y Óscar, Angélica solía ser más humana, así que no entendía el porqué de su comportamiento actual.
—En realidad no lo sabemos —comenzó Javier a sabiendas de lo que iba a ocurrir si no las interrumpía.
—¡No! —exclamó Angélica cortándole.
No podían contárselo, era demasiado arriesgado.
—Angélica, no me hagas perder la paciencia —advirtió la directora—. Sea lo que sea ¡quiero que me lo contéis ya! —exigió de nuevo remarcando cada palabra.
La señora Vargas cogió a Javier del brazo y lo apartó de Adrianna.
—No podemos —susurró ella.
—Es Adrianna —insistió él—, debe saberlo —dijo cerrando los ojos.
—No lo va a entender —respondió ella negando con la cabeza—. Además es demasiado arriesgado, mira lo que ha pasado con el señor Alcina —dijo ella clavando sus uñas en el brazo del Domador.
—Sí, lo sé, pero necesitamos ayuda...
Angélica siguió negando con la cabeza, no estaba nada convencida de que contárselo a Adrianna fuese una buena idea.
—¡Basta! —La voz de la directora les interrumpió— ¿Pero qué es esto? ¡Os estáis comportando como niños! —Cogió aire—. Soy la directora del Morsteen y por tanto ¡exijo saber qué está pasando! —exclamó perdiendo los nervios.
¿Qué le estaban ocultando?
Javier miró a Angélica.