María andaba dando saltitos de felicidad por el pasillo, parecía una niña pequeña con zapatos nuevos. No se podía creer que estuviese de nuevo en ese mágico lugar. La luz lo inundaba todo creando sombras misteriosas e intrigantes a la vez que bellas.
Cómo había echado de menos el internado. Ahora podría aprender a controlar sus poderes y practicar sin tener que esconderse. Y lo mejor de todo, tenía un libro que podía contener las respuestas a todas sus preguntas.
—¿Bruno? —preguntó extrañada al verlo ahí parado frente a la puerta de Nathaniel.
Él avanzó hasta ella y la besó de forma tierna.
—¿Ya has ordenado todo? —preguntó asombrado.
Ella asintió con la cabeza mientras mostraba una enorme sonrisa.
—¿Qué haces aquí? —preguntó confundida.
Si estaba esperando a Nathaniel ¿por qué no lo hacía dentro de su habitación? Estar solo en la puerta daba un poco de mal rollo, casi parecía que lo estuviese acechando.
—Retener a mi hermana y a Nate para que hablen —respondió el chico con toda naturalidad encogiéndose de hombros.
María abrió los ojos lo más que pudo. ¿Cómo se le había ocurrido ese disparate? No podía dejar a esos dos solos en un espacio tan reducido después de lo que había pasado, aunque claro, él no sabía lo que había ocurrido...
—¡Bruno, no puedes hacer ese tipo de cosas! —lo recriminó.
Él lo miró entrecerrando los ojos, ¿lo estaba riñendo? Era algo extraño y divertido a la vez.
—¿Por qué?
Ella sintió ganas de golpearlo. ¿Cómo que por qué? Porque no podía jugar así con las vidas de las personas.
—Porque ya tienen una edad para decidir lo que quieren y lo que no. No puedes obligar a la gente a que haga las cosas que tú quieres —respondió con una seguridad asombrosa.
Últimamente estaba cogiendo bastante fuerza y se sentía orgullosa.
Él ladeó la cabeza mientras meditaba sus palabras.
—Un momento, ¿y cómo lo has conseguido? —preguntó ella curiosa—. Nate es más fuerte que tú —añadió casi sin pensarlo.
Esas palabras, por ciertas que fueran, lo hirieron en lo más profundo de su ser.
—Les he mentido —respondió algo seco.
En ese momento María se dio cuenta de que sus palabras, aunque no hubiese sido su intención, lo habían ofendido. Se acercó a él y cogió su mano entrelazando sus dedos con los del joven.
—¿Qué te parece si los dejamos tranquilos que hablen de sus cosas y tú me ayudas a mí a practicar? —preguntó poniendo una carita angelical.
Él negó con la cabeza, seguía molesto.
—¿No tendrás miedo a que la anormalidad te de una paliza? —bromeó tratando de que él saltase.
Bruno soltó una pequeña risa y comenzó a avanzar hacia la sala de entrenamientos.
—Tú lo has querido —le advirtió.
Ella sonrió divertida, había logrado su propósito.
Ambos se miraron desde cada lado de la sala.
—Adelante —invitó Bruno a María, pero ella sabía que atacar primero era un error, así que se mantuvo quieta.
El Domador sonrió divertido. La chica había aprendido mucho durante esos meses, debía reconocerlo.
—Está bien —dijo lanzando una ráfaga de aire que provocó que ella retrocediese unos centímetros.
María avanzó furiosa.
—¡No lo estás intentando! —se quejó—. Con ninguno de tus amigos pelearías así —chilló.
Le ofendía que él no la considerase una rival y no pelease con todas sus fuerzas como lo hacía con el resto.
—Es que tú no eres uno de mis amigos —respondió él.
—¿Y qué tengo que hacer para que me trates como a ellos? —preguntó dolida.
Al final Bea tenía razón, nunca sería su igual...
—No puedes hacer nada. Nunca te trataré como a ellos —dijo de forma tranquila mientras avanzaba lentamente hacia ella.
La Ignis estaba furiosa. De los dedos de sus manos comenzaron a surgir pequeñas llamas.
Él sonrió y siguió avanzando.
—Tú no eres uno de ellos y nunca lo vas a ser—Hizo una pausa—. Para mí eres especial y jamás me perdonaría hacerte daño, así que siento sino puedo pelear con todas mis fuerzas contra ti, pero la sola idea de que salgas herida me aterra—le confesó.
Las palabras de Bruno fueron calmando la ira de María y creando una estúpida sonrisa que era incapaz de controlar. Sí que le importaba, sí que estaba dentro de su círculo, incluso estaba posicionada por encima de algunos de ellos.
Se mordió el labio inferior y lanzó una pequeña llamita a los pies de Bruno quien la miró confuso.
—Quiero que pelees conmigo —insistió ella sin dejar de sonreír—. Quiero que me enseñes a ser como vosotros, a saber defenderme por mí misma. No tienes que estar cuidándome a cada paso que doy —le aseguró.