La leyenda de los Ignis | #2 |

Capítulo 36. Desvelo

Nicole estiró el brazo hasta la mesilla, cogió el móvil sin mirar quién era y esperó a que alguien hablase.

—Nicky, Nicky, ¿estás despierta?

Bostezó. Solo quería seguir durmiendo. ¿A quién se le ocurría molestar a esas horas?

—No son horas de llamar, vete a la mierda —respondió medio dormida.

—Nicky, soy Marco.

—Oh, vale. Marco, no son horas de llamar, vete a la mierda —respondió sin excesivo ímpetu.

—Sí, lo sé, pero estamos en los terrenos del Morsteen y necesitamos que nos abras.

—¿Estamos? —preguntó aun dormida.

—Cesar y yo.

Silencio.

—¿Nicky?

Silencio.

—¡Nicky, despierta! —chilló Marco.

La chica bostezó y trató de abrir los ojos, pero estaba agotada.

—Estoy despierta...

—¿Y bien?

—¿Qué? —preguntó la Domadora todavía medio dormida.

No estaba segura si en verdad estaba hablando con Marco o se trataba de un sueño.

—¡Ven a abrirnos!

Nicky se levantó, subió la persiana, claramente a esas horas no iba a entrar ni un rayo de luz, así que encendió su lamparita, se lavó la cara para tratar de despertarse y puso atención a lo que Marco le estaba contando.

—Un segundo —lo interrumpió—, Marco, yo no puedo abriros. Desde lo que pasó con los repudiados han reforzado la seguridad, tan solo Óscar puede bajar las barreras —explicó.

—Nicky, soy Cesar —dijo este quitándole el móvil a su novio—. Ve a por mi hermano, ¡dile que mueva su culo hasta aquí y que nos abra! —exigió.

—Yo también me alegro de hablar contigo —dijo ella.

—Ya habrá tiempo para sentimentalismos baratos más tarde, ahora ve a por él. Me estoy congelando.

—Nos estamos congelando —rectificó Marco.

—Está bien, ya voy —respondió Nicky colgando el teléfono.

Se colocó las zapatillas de andar por casa, una bata y se recogió su oscura y larga cabellera en un moño alto. No tenía ni ganas ni tiempo de arreglarse.

Caminó por el pasillo hasta la habitación del profesor y tocó la puerta de forma suave. No hubo respuesta así que volvió a tocar, pero siguió sin escuchar nada. La abrió de forma lenta y se coló dentro. Estaba completamente a oscuras, así que con su mano tanteo la pared en busca de un interruptor.

—¿Óscar? —preguntó mientras trataba de no moverse demasiado para no chocar con nada.

El profesor se dio media vuelta en la cama. Le había parecido escuchar la voz de Nicky, pero no tenía ningún sentido, ¿qué iba a hacer ella en su habitación? Estaba empezando a preocuparse, una cosa era soñar con ella, pero otra ya bastante preocupante era escuchar su voz por las noches...

—¿Óscar? —volvió a intentarlo la Domadora.

El profesor abrió los ojos, no podía ser un sueño, sonaba demasiado real. Estiró el brazo, encendió la pequeña lamparita de su mesilla y vio a la joven ahí con tan solo un pijama y una bata junto a su puerta. Todo tipo de imágenes nada correctas recorrieron su mente a la velocidad de la luz.

Se levantó de un salto y avanzó hacia ella, deseaba que estuviese ahí por él, porque lo amaba tanto como él a ella, pero en el fondo sabía que si ella estaba ahí era porque algo había ocurrido.

—¿Estás bien? —preguntó el profesor cogiéndole el brazo con firmeza, pero de manera delicada.

Ella asintió con la cabeza. Estaba algo nerviosa, y no solo por lo que iba a decirle, sino por estar a esas horas y a solas en la habitación con Óscar.

—Entonces, ¿qué ocurre? —preguntó él esperanzado mientras se iba a acercando más y más y la iba aprisionando entre su cuerpo y la puerta.

—Es tu hermano —respondió con una voz casi inaudible.

El profesor Quemada se apartó de forma brusca. Ya habían hablado de ese tema muchas veces y creía haber dejado claro que su hermano era un tema tabú.

—¿Has venido a mi habitación en plena noche par hablar de mi hermano? —preguntó algo molesto.

Ella negó con la cabeza.

—No, he venido en plena noche a tu habitación para decirte que Cesar está en la puerta del internado esperando a que vayas a abrirle —explicó.

—¿Qué?, ¿has invitado a mi hermano aquí? —preguntó fuera de sí.

Óscar estaba realmente alterado, su cara se iba desencajando conforme pasaban los segundos, parecía que de un momento a otro comenzaría a escupir espumarajos. Nicole jamás lo había visto así.

—Óscar...

—No —la interrumpió—, no tenías ningún derecho a invitarlo. Esa decisión no te correspondía a ti —sentenció—. ¿Cómo has podido? —preguntó dolido.



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En el texto hay: internado, drama y romance, dragones

Editado: 23.09.2018

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