Nathaniel Calonge siguió al profesor Quemada hasta su despacho. No le apetecía demasiado escuchar lo que este tuviese que decirle, pero sabía que no tenía otra opción. Óscar era el nuevo director del internado, al menos hasta que Adrianna volviese de dónde estuviese.
—¿Se puede saber hasta cuándo vas a seguir con esa actitud? —preguntó el Aqua molesto—. ¡No puedes menospreciar mi autoridad! Ahora soy el director —añadió con cierto tono engreído.
Nate tan solo se encogió de hombros. Óscar había minado su autoridad al interrumpir y concluir su clase sin su permiso, así que ahora no podía hablarle de respeto, autoridad y esas cosas. No podía exigir siempre algo que el nunca daba.
—¿En serio Nathaniel? —insistió—. ¿Tan difícil te resulta seguir unas simples órdenes?
El tono de superioridad de Óscar comenzaba a asquear al Domador.
—No te equivoques, a mi no puedes engañarme como al resto con tu apariencia recta y de profesor impecable —Hizo una pausa—. Y no me hables de límites cuando tú eres el primero que no los respetas —explotó Nate.
El director apretó el puño. Estaba harto de ese chico, pero no podía hacer nada. Adrianna lo quería dentro del internado. Había sido muy clara en sus instrucciones.
—El chico tiene toda la razón.
La voz de Cesar sorprendió a ambos, ¿qué hacía en el despacho de Óscar? Se suponía que debía estar dando su primera clase.
—No te metas en esto que no tiene que ver contigo —respondió indiferente su hermano.
—No estaría aquí si tus endebles alumnos dejasen de lloriquear —respondió él rodando los ojos.
Estaba aburrido de esto. Sabía que lo suyo no era ser profesor. Había aceptado tan solo por molestar a su hermano, pero soportar a esos lloricas no estaba en sus planes.
—¿Qué has hecho? —preguntó Óscar alarmado mientras comenzaba a correr hacia la clase.
Nathaniel y Cesar lo siguieron a paso pausados, el problema no era con ellos. Bueno, en realidad con Cesar sí, pero poco le importaba.
Todos los alumnos se estaban quejando a voz alzada, pero al ver entrar a los tres profesores enmudecieron.
—¡Que alguien me explique qué ha ocurrido! —exigió el director.
Un chico de unos doce años de aspecto cansado y lleno de barro miró a sus compañeros y se decidió a dar un paso al frente.
—El profesor nos llevó a la montaña de los grifos y nos abandonó ahí. ¡Casi no logramos regresar con vida! —explicó enfadado.
—Os deje ahí para que demostraseis vuestra valía y aprendieseis a defenderos por vosotros mismos —corrigió Cesar—. Me pareció un buen ejercicio de improvisación. En la vida nunca sabes lo que puede ocurrir —añadió encogiéndose de hombros.
Nathaniel no pudo reprimir una fuerte carcajada, le gustaba el estilo de ese chico. Óscar lo miró furioso, ¿cómo se había atrevido a poner a sus alumnos en peligro?, y ¿por qué Nathaniel le reía las gracias?
—¡Cesar! —lo regañó.
—¿Qué? —preguntó él de manera inocente—. ¿Cómo esperas que estén preparados para el mundo real si nunca se enfrentan a él?
—Tiene toda la razón —apoyó Nate.
—Gracias —respondió Cesar orgulloso.
Óscar suspiró lentamente. Estaba claro que esos dos se estaban aliando entre ellos solo por molestarlo. Iba a ser un curso movidito. Se giró hacia los alumnos y les indicó que podían irse.
—Por hoy podéis tomaros el día libre, pero mañana retomareis vuestras clases como el resto —Después se giró hacia su hermano y Nathaniel—, y vosotros, comenzad a comportaos como profesores —añadió mientras abandonaba el aula molesto.
—Y vosotros podéis comenzad a comportaros como profesores —imitó Cesar a su hermano en tono burlón—. ¿Quieres una copa? —preguntó divertido a su nuevo aliado.
Nathaniel lo miró arqueando una ceja. ¿Una copa a esas horas?
—No —respondió de manera seca.
Tenía mejores cosas que hacer que ponerse a beber con un alcohólico.
—Uy, pero si es un chico responsable, qué aburrido —respondió Cesar entre risas—. Quizá por eso no consigas que Nicky esté contigo.
Nathaniel lo fulminó con la mirada, ¿quién se creía ese tipo para hablarle de esa manera? Se giró, salió de la sala y comenzó a caminar hacia su habitación.
—Espera —gritó Cesar mientras corría hasta alcanzarlo—. Lo siento, no tengo demasiado tacto —trató de disculparse—. Es solo que estoy algo asqueado de tantos incompetentes que hay por aquí —dijo refiriéndose a la mayoría de los alumnos.
Nate dudó un segundo. Conocía esa sensación, él era igual, pero aun así no debía meterse en su vida. No dejaba que nadie lo hiciese, eso era algo privado.