María miraba preocupada a Bruno mientras este estaba sentado en la cama de la habitación de la joven hojeando el libro. ¿Lo habría reconocido? Eso ahorraría a la Ignis las explicaciones, pero a la vez la metería en un buen lío. Seguramente él no estuviese nada de acuerdo con lo que había hecho.
—¿Y bien? —preguntó cardiaca.
No aguantaba más. Necesitaba que el moreno dijese algo. Ese silencio la estaba sacando de quicio.
—¿De dónde lo has sacado? —preguntó él.
¿Eso era todo?, ¿no iba a decir nada más? Tanto drama y ni siquiera había reconocido el libro, ¡no tenía ni idea de qué se trataba! María resopló.
—Ya te dije que me lo encontré —mintió.
Bruno se levantó de la cama y avanzó hacia ella.
—No me mientas.
—No te estoy mintiendo.
—María —insitió.
¿Cómo sabía que le estaba mintiendo si no sabía qué era ese libro?, y ¿si sí que lo sabía y estaba jugando con ella para saber hasta dónde era capaz de llegar? María se mordió el labio. Le dolía la cabeza de tanto pensar. Llevaba días sin dormir, no estaba para muchos esfuerzos.
—Lo cogí de la mesilla de tu padre —se sinceró de pronto.
Bruno abrió los ojos lo más que pudo. ¿Cómo se le había ocurrido ese disparate? Su padre no era un hombre cualquiera, seguramente a estas alturas ya se había enterado de que María le había robado y la chica estaría en un buen lío.
—¿Bruno? —preguntó María preocupada al ver que el joven llevaba varios minutos sin articular palabra.
El chico quería chillarle y decirle que era una inconsciente, pero en el fondo la entendía. María solo quería, mejor dicho, necesitaba saber cosas sobre sus orígenes. ¿Qué hubiese hecho él en su situación? Seguramente algo más estúpido, así que ¿cómo iba a culparla por algo así?
La abrazó con todas sus fuerzas.
—Tranquila, todo va a salir bien.
Ella disfrutó del abrazo, aunque en verdad esa era la reacción que menos se hubiese esperado.
Después de unos segundos él se separó y cogió el libro.
—Lo primer es ver quien es el autor —le explicó.
María tomó aire, ya le había dicho que no había autor, tan solo una imagen en negro. Él podía ser un Domador, pero ella no estaba ciega. Si le había dicho que no había autor, era porque no lo había.
Bruno abrió el libro y vio el fondo oscuro con los brillos dorados. Se quedó un momento en silencio.
—Ya te he dicho que —interrumpió María los pensamientos del chico, pero él enseguida le pidió silencio. Necesitaba concentración para lo que iba a hacer.
Dejó el libro abierto sobre la cama, colocó su mano derecha a escasos centímetros de la hoja y comenzó a crear una corriente de vapor suave. La hoja se estaba humedeciendo y María estaba preocupada de que Bruno acabase por destrozar el libro. Con la otra mano comenzó a lanzar una sutil pero eficaz corriente de aire a la parte humedecida. Los movimientos era rápidos, pero cuidadosos. El resultado recordaba a María a esos cupones que rascas con las monedas. Tras unos minutos la imagen estaba al descubierto, pero no había nombre alguno, tan solo un señor de aspecto serio.
—Lo siento, pensé que hallaríamos más —se disculpó el Domador, pero al ver la cara de desolación de María decidió añadir algo—. No te preocupes, podemos revisar más partes del libro, quizá haya algo.
La Ignis estaba inmóvil. No podía creerse lo que estaba viendo. No tenía ningún sentido, eso debía de estar mal.
—Tiene que ser un error —musitó casi sin darse cuenta.
Bruno la miró confuso, ¿acaso lo conocía? ¡Esa era una gran noticia! ¿Por qué entonces estaba tan descompuesta?
—¿María?
—¡Ciérralo! —explotó—. ¡Eso no es verdad!, ¡es una farsa! ¡Llévate esa mentira de aquí! —chilló con las lágrimas a punto de desbordarse.
El joven no comprendía nada. Miró de nuevo al autor, a él no le sonaba, ¿quién era?
—¡He dicho que te lo lleves! —insitió—. No quiero ver más —añadió con la voz rota y las lágrimas recorriendo su rostro sin mesura.
—María —le pidió él.
No soportaba verla así. Necesitaba saber qué estaba ocurriendo y ayudarla en lo que fuese. Se acercó a ella para consolarla, pero María lo rechazó. No podía soportar el contacto de nadie, necesitaba estar sola. Necesitaba olvidar lo que había visto. Sabía que no podía ser verdad. Su padre jamás hubiese podido hacerles eso a su madre y a ella. Su padre no podía ser un Ignis, o al menos conocer sus secretos. No tenía sentido, él era humano. Su madre siempre le había escondido esta vida precisamente por eso. Él no...