María y Bruno continuaban atentos esperando a que Nathaniel retomase sus historia, ¿por qué hacía esas pausas?, ¿era para darle dramatismo?, ¿es que acaso no se daba cuenta de que la historia de por sí ya tenía suficiente drama!
—¡Sigue!—explotó María, y al segundo comenzó a sonrojarse—. Quiero decir, sigue, por favor—rectificó.
—Está bien—respondió Nate.
Tan solo estaba tratando de crear ambiente para transportar a los presentes hasta aquella época y que entendiesen lo terrible de lo que había sucedido.
—Los Ignis deseaban más poder, y para ello debían mejorar su ejercito, así que pidieron a sus guardianes que le trajesen un dragón—prosiguió mientras la boca de María se iba abriendo más y más—. Muchos murieron para conseguirlo, pero finalmente lograron llevar una cría de dragón aliento de fuego hasta los gobernadores. Sin embargo, eso llevó a la catástrofe. Los dragones llegaron a las aldeas y arrasaron con todo lo que había a su paso demandando que se les devolviese a la cría. Los Domadores trataron de convencer a los Ignis de que el pequeño dragón debía regresar con los de su especie, pero ellos no estaban dispuestos. Quería tenerlo entre sus filas, aunque eso significase dejar morir a gran parte de sus súbditos.
—¿Y qué ocurrió?—preguntó María completamente metida en la historia.
—Que hubo que actuar—respondió el Domador—. Los Ignis se habían vuelto completamente locos, no podía seguir gobernando, así que los Domadores se reunieron en secreto y decidieron terminar con esa locura—Hizo otra pausa—. Por la noche, mientras todos dormían, estos fueron asesinando todos y cada uno de los Ignis, después devolvieron a la criatura con los de su raza, de esa manera se logró la paz y se estableció el gobierno de los Domadores—explicó.
—¿Y los dragones?—insistió María.
—Los dragones establecieron una poderosa alianza con los Domadores. De hecho, cuenta la leyenda que la madre de la pequeña criatura, en agradecimiento forjó la primera conexión entre un Domador y un dragón—finalizó Nathaniel la historia.
—¿Y cómo explicas que ella esté aquí ahora mismo sentada al lado de nosotros?—preguntó Nina, quien seguía sin creer que esa historia fuese cierta.
—No lo sé, pero tu historia no es cierta—respondió Nathaniel tratando de contenerse.
Nina era su amiga, pero odiaba ese afán de destruir al régimen y culpar siempre de todo a los gobernantes de Barnor.
—Sabes que tengo razón—insistió ella.
—Sé que simplemente odias Barnor, y que creerías cualquier cosa que los ponga en entredicho—explotó Nathaniel saliendo de la cabaña.
Estaba cansado de todo. Él creía en la ley, quizá no fuese la más justa, pero era la que había, y debía ser respetada.
En el interior María, Bruno y Nina se quedaron en silencio. Estaba acostumbrados a esos arranques de ira de Nathaniel, pero esta vez era diferente. Sabían que Nate era un firme defensor de Barnor, Nina, por el contrario, luchaba por un idealismo diferente, una especie de utopía donde no hubiese un gobierno y todos viviesen en igualdad.
—¿Y cuál es tu versión?—preguntó María.
Sabía que quizá ese no era el mejor momento, pero no tenía claro si tendrían otro, así que había que aprovecharlo. Ya habría tiempo después para preocuparse de Nathaniel, además, tampoco es que fuese su amigo. Si eso, ya iría Bruno a por él. Ella quería escuchar la otra historia.
Nina miró la puerta esperando a que Nathaniel volviese, sabía que lo había enfadado, pero ella debía defender su historia, así que tomó un trago de su bebida y se preparó para relatarla.
—Es cierto que ocurrió hace cientos de años y que por aquel entonces los Ignis gobernaban estas tierras.
María la miró curiosa. Para ser dos historias tan opuestas empezaban igual...
—Lo que no es cierto es que los Ignis se volviesen locos de poder. Estos eran seres justos y pacíficos. Reinaba la armonía, y Ventus, Aquas y Naturas vivían libres y en igualdad.
Bruno ladeó la cabeza, ¿y los Domadores? Por ahora le gustaba más la otra historia.
—Pero todo cambio con su llegada—Nina hizo una pausa—. Un día como cualquier otro una pareja de Ignis se encontró a un pequeño bebé en las montañas de los dragones. El niño estaba solo, sin embargo no lloraba, ni parecía tener frío. Cuando lo cogieron, una pequeña llamarada salió de su boca. La pareja lo acogió en su casa y lo llamó Draco por origen. El niño creció entre la gente como uno más, hasta que un día despertaron sus otros poderes. No se trataba de un Ignis, era algo diferente y nunca visto. Controlaba todos los elementos—Tomo un trago más—. Nadie entendía lo que pasaba, y los padres nunca contaron cómo lo encontraron, sentía miedo de que si él se enterase se fuese en busca de sus orígenes.