Nathaniel, María y Bruno viajaron en silencio a lomos del grifo hasta Santiago de Chile. María se moría por preguntar qué ocurría y por qué se iban a Chile, pero los chicos parecían tan concentrados que sabía que la ignorarían.
Aterrizaron en una zona desierta a las afueras y comenzaron a caminar a paso ligero hasta que Nathaniel frenó en seco y agarró a Bruno.
—¿Estás seguro de esto? —le preguntó de forma seria.
Bruno prosiguió en su camino.
—Sí, su madre tiene mucho que explicar.
María meneó la cabeza, ya estaban de nuevo con su madre. Pero ¿qué tenía que ver su madre con todo eso? No lograba entenderlo...
—Espera, quiero saber qué está pasando —pidió la chica deteniéndose en seco.
—Ahora no —respondió Bruno sin detener su marcha.
—Ahora sí —sentenció María haciendo que los dos chicos se girasen algo incrédulos.
María podía ser tímida, y solía dejarse achantar, pero una cosa era cuando tenía que ver con ella, y otra muy diferente con su madre.
—María —pidió Bruno volviéndose hacia ella y tratando de cogerle de forma suave el brazo.
Sin embargo, esta vez ella no le dejó. No iba a permitir que fuesen de "cacería" contra su madre. Ella siempre había estado ahí para ella, lo había dado todo por protegerla y hacerla feliz, y, por tanto, no iba a consentir que la acorralasen. No, si ella podía hacer algo para impedirlo.
—¡Dime qué está pasando! Quiero saber qué tiene que ver con mi madre.
La voz de la Ignis era firme pero tranquila.
—Es mejor que no lo sepas, lo hago para protegerte —respondió el chico mientras Nate miraba hacia todos los lados incómodo.
—¿Para protegerme? —preguntó la chica entre risas—. Mira Bruno, acepto muchas cosas porque te quiero. Acepto la relación rara que tienes con tu hermana —comenzó la rubia.
Bruno arqueó la ceja confuso y miró a Nathaniel, quien desvió la mirada. No iba a meterse ahí y mucho menos cuando por una vez estaba de acuerdo con la chica.
—Comprendo que algo dentro de ti no funciona y hace que seas dos Brunos: uno adorable y cariñoso, y otro con el que es mejor no toparse —prosiguió—. También sé que por mucho que lo intente, nunca me verás como a uno de ellos —añadió señalando a Nathaniel, quien cada vez estaba más incómodo.
—María —pidió el Domador sin saber muy bien qué decir.
No quería que su novia se sintiese así.
—No, déjame seguir—insistió ella.
—Em, bueno, yo mejor me voy —comentó Nathaniel tratando de marcharse del lugar.
—No, tú te quedas —respondió firme María.
Nate la miró confuso. ¿Acababa de darle una orden?, y lo peor de todo, ¿para qué quería que se quedase?, ¿qué pintaba él en medio de una discusión de pareja?
María se mordió el labio inferior, en realidad no sabía por qué le había pedido a Nate que se quedase. Había sido más bien un momento de autoridad. Por una vez que estaba siendo valiente y sincerándose, y quería saber qué se sentía dándole una orden al otro chico también. Se giró de nuevo hacia Bruno y le cogió las manos.
—Sé que me quieres, lo sé, pero a veces eso no es suficiente —le dijo de forma tierna—. Necesito que me veas como a tu igual, y me trates como tal. No puedes dejarme al margen de lo que te conviene. No puede ser ahora sí, y ahora no. ¿Lo entiendes? —le explicó con una pequeña sonrisa—. Es todo o nada. Yo sé lo que quiero, pero tú tienes que meditar y decidir.
Una pequeña lágrima comenzó a deslizarse por el rostro de la chica. Bruno se apresuró a quitársela con la yema de su dedo, pero ella no se lo permitió.
—Por favor —le pidió ella—. No quiero sentirme como un complemento en tu vida. Como algo frágil que metes en una bolita de cristal para que no se rompa —le explicó—. Esa bolita que creas no me protege, me aísla de tu vida.
Dicho esto la joven comenzó a andar hacia su casa dejando al chico ahí parado sin saber muy bien qué decir.
Nathaniel lo miró perplejo y dio dos pasos hacia él. No se creía lo que estaba apunto de hacer.
—¡Deja de comportarte como un imbécil y corre tras ella! —le ordenó.
Bruno miró confuso a su mejor amigo.
—¿En serio vas a perder a la única tía que has querido por ser un gilipollas? —le preguntó a Bruno—. Te conozco desde que éramos niños y, ¿sabes qué? No vas a encontrar a otra que te aguante —medio bromeó.
La verdad es que jamás había visto a Bruno mirar a una chica como lo hacía con María. Sabía que su mejor amigo no era precisamente la definición de príncipe perfecto, pero nunca lo había necesitado, nunca había querido a ninguna chica, y no sabía como hacerlo. Ahora, si no quería perder a María, tendría que aprender.