Claudia, Marco y Cesar estaban ya en las puertas del Morsteen cuando el Domador frenó en seco.
—¿Oís eso? —preguntó preocupado.
—¡No se escucha nada! —respondió Claudia exasperada.
¿Qué le pasaba a ese chico? Le gustaba ese aura peculiar que lo rodeaba, pero a veces parecía simplemente loco.
—¡Exacto! —contestó él.
Claudia se giró hacia Marco y rodó los ojos. Seguía sin entender cómo el Natura aún no había roto con él.
—Vale, tu novio se ha vuelto completamente loco. Es el momento de que lo deseches y te busques algo mejor —le comentó con total naturalidad—. En serio, estás muy bueno. Podrías conseguir a otro fácil u otra si quieres probar —añadió guiñándole un ojo y provocando que este se sonrojase.
Cesar suspiró aburrido.
—Estamos a las puertas de un internado lleno de niñatos y no escuchamos ni un solo ruido, ¿os parece normal? —preguntó tratando de hacer que se diesen cuenta de lo que trataba de decirles.
Clo y Marco se miraron, esta vez sí que le estaban entendiendo. Era extraño no escuchar chillos, risas, barullo... algo.
—Vale, entremos con cuidado —ordenó Cesar posicionándose por delante de su novio.
Claudia lo miró molesta, ¿y ella qué? Movió la cabeza resignada y los tres se adentraron de forma cautelosa en el internado.
Los pasillos estaban completamente vacíos. Clo miró su reloj, a esas horas no había clases y por tanto los pasillos debían estar abarrotados.
—A la cafetería —indicó la Domadora mientras se adelantaba a los dos chicos.
Si a esas horas también estaba vacía, deberían comenzar a alarmarse.
Caminaron de forma sigilosa hasta allí y se asomaron cautelosos por la puerta. Había cuatro hombres sentados en una de las mesas.
—¿Los conocéis? —preguntó Marco.
Cesar y Claudia negaron con la cabeza. No eran profesores ni tenían ningún tipo de relación con el internado.
—Bien, meditemos un plan —dijo Marco pensativo.
Cesar besó a su novio con furia y entró en la cafetería. Los cuatro hombres se levantaron sorprendidos y Cesar los lanzó hacia atrás con una fuerte ráfaga de viento. ¡Cómo había echado de menos eso!
Marco miró a su novio. Como de costumbre, él ya había ideado su propio plan, y a Claudia y a él mismo solo les quedaba seguirlo y confiar en que fuese bueno.
Los cuatro hombres se levantaron y se colocaron en posición de combate. Marco y Claudia no tuvieron más remedio que posicionarse junto a Cesar para ayudarle en lo que venía a continuación.
El Natura a diferencia de sus dos compañeros estaba realmente nervioso. Las peleas no eran lo suyo, la otra vez había sido más bien algo llevado a cabo por el chute de adrenalina del momento, pero ahora mismo no sabía que debía hacer. Cerró los ojos y dejó que su cuerpo actuase por él.
Pequeñas ramas comenzaron a romper el suelo y a enroscarse en los pies de sus adversarios. Estos lo miraron descolocados, y con tan solo un suave movimiento de pies lograron deshacerse de las ramitas.
Cesar y Claudia miraron a Marco negando con la cabeza.
—¿En serio?—Se quejó la Domadora algo decepcionada.
¿Esa iba a ser toda la ayuda que el chico iba a brindarles? ¡Pues estaban apañados! Casi era mejor que se moviese a un lado y no les estorbase.
—Perdóname por no ser un perfecto asesino—respondió Marco—. A diferencia de a otros, a mí me enseñaron labores curativas, no a asesinar a todo aquel que se cruce en mi camino.
Claudia le dedicó una sonrisa de suficiencia. Era cierto que no era culpa del Natura, pero no le importaba.
Cesar miró descolocado a los dos, ¿de verdad era el mejor momento para discutir? ¡Y luego decían que era él el loco! No tenía tiempo para eso, así que con una mano creo un escudo protector que rodeaba a Claudia y Marco, pero que también los impedía salir, para que así no molestasen, y con la otra lanzó una fuerte llamarada que hizo que los cuatro oponentes tuviesen que retroceder.
—¿Se puede saber qué está pasando?
Esa voz autoritaria, firme y algo ronca era inconfundible, Ezequiel Calonge. Todos se quedaron en silencio y ninguno fue capaz de mover ni un solo músculo.
—Creo haber hablado bastante claro, ¿que qué coño está pasando aquí? —repitió alzando la voz conforme avanzaba la frase.
—Señor, han venido y nos han pillado de imprevisto... —Comenzó uno de los hombre de Ezequiel.
—¡Cállate!—ordenó—. No quiero saber como tres mocosos han podido pillar desprevenidos a los que se supone que son mis tres mejores hombres —dijo furioso
—Somos cuatro—rectificó otro de sus hombres.
—Oh, cállate Garza —respondió Ezequiel aburrido y después se giró hacia Cesar—. Y tú, saca a mi hija de ahí—añadió sin levantar la voz.