Los días se sucedieron de forma lenta y tediosa. Cada jornada parecía interminable para los chicos, sin embargo parecía que el resto había vuelto a la normalidad. Las clases continuaban con naturalidad, como si nada hubiese ocurrido. Todos seguían con sus vidas, como si lo único que hubiese ocurrido hubiese sido un simple cambio de director.
Claudia estaba molesta y aburrida de esta falsa calma. Ella nunca había sido una chica con demasiada paciencia, pero esta situación la exasperaba hasta niveles insospechados. ¿Por qué todos seguían como si nada?, ¿es que a nadie le importaba lo que estaba pasando fuera?, ¿nadie echaba de menos a Adrianna? No es que ella lo hiciese, pero aun así...
Caminó sin ganas hacia su siguiente clase. Todos los días eran igual. Estaba harta de siempre la misma rutina: levantarse, clases, comer, clases, dormir y vuelta a lo mismo una y otra vez... Su padre había prohibido muchas de las actividades sociales que se realizaban en el internado. Estaba paranoico, temía que la gente se juntase en corrillos para planear intrigas en su contra...
—¿Sabes algo de tu hermano?
La voz de Bruno la sacó de sus pensamientos. Ella negó con la cabeza. El joven le preguntaba lo mismo día tras día, ya se había convertido también en parte de su rutina... Entendía que estuviese preocupado por su hermana, ella también lo estaba por el suyo, pero ¿qué le hacía pensar que si ayer no tenía noticias, hoy las tendría?
—¡No podemos seguir así!—exclamó Cesar uniéndose a la conversación.
Junto a él Marco y María conversaban de manera animada, ellos eran los que mejor estaban llevando esta apariencia de normalidad.
—Baja la voz—pidió Clo.
No podían llamar demasiado la atención o Ezequiel mandaría disolver el grupo.
—No, en serio, ¡me han suspendido!—comentó el exDomador indignado—. ¡A mí!—añadió—. Por favor, ¿cómo se atreven? Yo me gradué con las mejores notas—prosiguió enfadadísimo.
Marco no pudo reprimir una pequeña risita.
—Oh, claro, el señorito está contento porque es el ojito derecho de la señora Figueroa—dijo Cesar con el mismo tono que utiliza un niño cuando está enfadado.
Marco abrazó con fuerza a su novio y lo besó con cariño para que se le pasase el mosqueo.
—No te preocupes cariño que tu eres mi ojito derecho—dijo entre risas provocando que su novio se mosquease más.
Marco se rió de nuevo. Le encantaba picar a Cesar, podía decir que era uno de sus pasatiempos preferidos.
Bruno y Claudia miraron la escena esperando a que terminasen y se centrasen, mientras que María seguía mirando unos papeles concentrada.
—¿Ya?—preguntó Clo.
Cesar y Marco se separaron un poco y asintieron.
—¿Por ahora a quién tenemos de nuestra parte?—preguntó Bruno algo preocupado.
Si sus cuentas no le fallaban no eran demasiados, pero claro, tampoco es que pudiesen ir preguntando por ahí a todo el mundo si estaban dispuestos a traicionar al nuevo gobernador de Barnor. Debían ir con pies de plomo, ya que si se delataban ante la persona equivocada, todos irían a prisión.
—La señora Figueroa está con nosotros—respondió Marco ante la burlona mueca de su novio—. Siempre ha sido leal a Adrianna, y lo seguirá siendo.
—El señor y la señora Méndez también—comentó María.
Durante este tiempo la joven Ignis había pasado mucho tiempo en la biblioteca del internado en busca de más respuestas sobre su raza, y los bibliotecarios habían sido de gran ayuda. Gracias a eso había logrado entablar una buena relación de confianza, y había descubierto que, al igual que ellos, repudiaban a Ezequiel.
—Genial, así que tenemos una Natura que no levanta palmo del suelo, un Aqua que no ve dos en un burro y una Ventus que todo lo que nunca despega su vista de un libro, ¡que equipazo!—exclamó Cesar fingiendo emoción.
Claudia lo miró algo extrañada, ni ella misma lo hubiese dicho mejor.
—Los Domadores están con nosotros—añadió Bruno sin prestar atención a lo que acababa de decir Cesar.
Todos se giraron hacia él.
—¿Todos?—preguntó Marco.
Bruno se encogió de hombros.
—Tampoco es que sean muchos... Sin contarnos a nosotros son diez—respondió.
María levantó su vista de los papeles y se mordió el labio inferior.
—¿Cómo lo has conseguido?
—En realidad no he sido yo. Digamos que esos chicos sienten una lealtad incomprensible hacia Nate—respondió pasando su mano por su pelo.
Nate siempre había sido un gran Domador, el mejor del internado, pero en cuanto a sociabilidad, desde luego no era demasiado brillante, y aun así esos chicos lo idolatraban, ¡querían ser como él! Y precisamente por eso se habían unido sin siquiera pedírselo.
—Bueno, algo es algo—dijo Claudia sin excesivo ímpetu.