María entregó, a regañadientes, los papeles que había estado guardando con tanto recelo. No tenía otra opción que confiar en Claudia, solo esperaba que esta vez la chica se lo tomase en serio y no la dejase tirada, o peor aún, lo estropease todo...
Clo se apresuró a recoger esos papeles y comenzó a observarlos con detenimiento.
—¿Y bien?, ¿qué son?—preguntó la Domadora.
—Para eso te estoy pidiendo ayuda—respondió María molesta.
Si la Ignis hubiese sido capaz de descifrarlos y supiese qué había en esos papeles, ¿para qué le hubiese pedido ayuda?
Claudia meneó la cabeza mientras rodaba los ojos.
—Me refiero a qué son estos papeles, ¿de dónde los has sacado?
María se mordió el labio inferior. Había llegado el momento de confesarle la verdad y ver cómo se lo tomaba.
—Son cartas que cogí del cuarto de Nicky, y creo que contienen información sobre los Ignis.
—¿Te has colado en la habitación de Nicky? ¡Eres una pequeña perra!—exclamó con una orgullosa sonrisa.
Esa era una María que, sin duda, agradaba muchísimo más a Clo que la mojigata que se había presentado al inicio del curso.
—¡Ahora sí que eres uno de los nuestros!—continuó la Domadora sin esconder lo orgullosa que estaba.
María la miró atónita. Esa no era la reacción que se esperaba, pero no sería ella quien se quejase de su efusividad.
—Un momento—dijo Clo repasando mentalmente las palabras que María acababa de decirle—. ¿Por qué Nicky iba a saber algo de ese tema?—preguntó confusa.
—En realidad ella no lo sabe, pero está en contacto con alguien que sí—confesó María y comenzó a relatarle todo lo que habían descubierto en la visita a Nina y a su propia madre.
Claudia escuchó atenta toda la historia, que la verdad no tenía desperdicio. ¿Por qué a ella nunca le avisaban para ese tipo de excursiones?
—Bueno, bueno, bueno, así que en resumen has entrado en la habitación de tu única amiga a escondidas, para robar unas tiernas cartas que se manda con su querido abuelito...—Hizo una pausa—. Eso es pasarse hasta para mí—dijo seria.
María comenzó a morderse las uñas. Comenzaba a sentir un nerviosismo imparable en su cuerpo. Visto así igual sí que se había pasado. Y ahora, ¿qué haría Claudia?, ¿iría a contarle todo a Bruno?, ¿se lo perdonaría él?, ¿lo haría Nicky cuando se enterase?
Clo comenzó a reírse al ver la cara de agobio de la chica.
—¡No te preocupes, solo bromeaba! ¡Esto es entrar por la puerta grande a nuestro grupo!—dijo entre risas—. En serio, te has ganado mi respeto—añadió con una sonrisa—. Aunque aún sigues a prueba—bromeó divertida.
María suspiró tranquila.
—¿Entonces vas a ayudarme?
—¡Por supuesto!, pero vamos a necesitar algunas cosas—confesó la Domadora—. Yo tengo aquí unas cartas que Nicky y mi hermano se mandaban hace años con ese código—comenzó a explicar.
—¿Sabes lo de Nicky y tu hermano?—preguntó María sin poder contenerse—. Un momento, ¿robaste esas cartas a tu hermano?— preguntó sin poder creerse que se hubiese atrevido.
—¿En serio?, ¿es que acaso os pensáis todos que soy idiota? ¡Claro que se lo de esos dos! Lo sé desde niña. Cualquiera con dos dedos de frente se daría cuenta de eso—Hizo una pausa—. Bueno, cualquier menos tu novio claro—rectificó tomando aire.
Aún seguía sin entender cómo Bruno no los había descubierto. De verdad que había que ser idiota para no verlo. Todos estos años había estado pasando frente a sus ojos, y él sin ver nada...
—Y respecto a lo de mi hermano, no. No estoy loca. Se las robé a Nicky—confesó con total naturalidad.
Jamás se hubiese arriesgado a entrar en la habitación de su hermano y robarle algo de Nicky, eso hubiese sido como firmar su carta de suicidio, y era demasiado joven y hermosa como para morir.
María asintió con la cabeza, eso tenía más sentido. Nicky podía tener mal pronto, pero era más fácil razonar con ella.
Clo tendió las cartas a María.
—No están del todo descifradas, pero más o menos creo que llegué a sacar el patrón.
María cogió las cartas algo temblorosa, no sabía si en verdad quería leer lo que esos dos se escribían, y sobre todo, no quería que Nathaniel la matase cuando se enterase.
—No se si leer esto está bien...
Claudia arqueó una ceja.
—¿En serio?, ¿robar las cartas de su abuelito sí y las de su enamorado no?, ¿qué diferencia hay?
María prosiguió mordiéndose las uñas. Sabía que la Domadora estaba en lo cierto, pero no conseguía quitarse esa sensación de que estaba violando un espacio muy privado de su vida.